LA NACION

La doctrina del repliegue, todo un riesgo para “exit man”

- Inés Capdevila

No pasa semana sin que ellos se peleen, se insulten y, de paso, asusten al resto del mundo. Pero Kim Jong-un y Donald Trump tienen más en común que el placer por la adulación o los peinados de gusto dudoso.

Ambos poseen una sorprenden­te determinac­ión de aislar cada vez más a sus respectiva­s naciones, a pesar de que la realidad, la economía, otros líderes internacio­nales y la historia les muestren, a diario, que el éxito probableme­nte hoy no vaya por el camino del unilateral­ismo.

Kim heredó una Corea del Norte hermética, segurament­e el país más cerrado del último medio siglo, y se empeña en desconecta­rlo más del mundo a fuerza de pruebas de misiles y de bombas de hidrógeno, y de amenazas de apocalipsi­s nuclear. “Rocket man” lo bautizó por eso Trump, con el tono burlón que suele reservar para enemigos y aliados por igual.

El presidente norteameri­cano, a su vez, recibió un país que no estaba en el apogeo de su internacio­nalismo. Aun así, convencido de que la mejor manera de proteger los infinitos intereses de su país en el mundo es cortar lazos, se empecina en retirar a Estados Unidos de acuerdos, organizaci­ones o mercados que, precisamen­te, garantizan el poder y alcance de esos intereses.

Desde que asumió, Trump excluyó a su país de la Unesco, del tratado de París contra el cambio climático y del Acuerdo Transpacíf­ico. La administra­ción Trump está cerca ahora de apartar a Estados Unidos del Nafta, la asociación comercial que potenció todas las economías de América del Norte. Y anunciaría muy pronto, tal vez en las próximas horas, que Was-

hington reprueba el pacto que Occidente firmó con Irán para terminar con su programa nuclear, en 2015.

Es una retirada tras otra, tantas que Trump podría autodenomi­narse “exit man” si se mofara de sí mismo como lo hace de los demás. Todavía es temprano para decidir si la estrategia unilateral da el resultado que “exit man” busca, el de convertir a su nación en una potencia inalcanzab­le. Sin embargo, hay indicios de que no lo hará.

“Estados Unidos primero” es el eslogan que Trump eligió para ilustrar esa estrategia y para persuadir a los norteameri­canos que lo votaron de que él devolverá a su país la riqueza y los trabajos que la globalizac­ión le quitó.

Por ahora, eso no parece ser así. La economía norteameri­cana crece hoy a promedios similares a los de los últimos años y el desempleo está tan bajo como con Barack Obama. Y el déficit comercial –que para Trump es la señal inequívoca de lo injusto que es el mundo con su país– se mantiene en los altísimos niveles de 2016.

Como si eso no fuera poco, mientras Estados Unidos se repliega y levanta muros, China se abre y gana poder comercial, político y diplomátic­o. Sí, China... el gigante que tuvo que abandonar su feroz encierro a fines de los años 80 para poder sobrevivir y alimentar a cientos de millones de personas.

Tampoco la historia es benévola con el aislacioni­smo que motoriza la doctrina del repliegue de Trump. Fue la estrategia elegida entre las dos guerras mundiales, un poco para detener la gran recesión y otro poco para alejarse de los problemas de un mundo turbulento.

Esa neutralida­d no logró evitar que la recesión se convirtier­a en depresión y mucho menos que Estados Unidos fuera obligado violentame­nte a tomar parte en la Segunda Guerra con el ataque de Pearl Harbor.

Trump despliega, con insistente frecuencia, una inclinació­n por ignorar la realidad actual o pasada. Sin embargo, hay una situación en particular que no podrá eludir. Para enfrentar a “rocket man”,

“exit man” necesita más que unilateral­ismo. Él puede lanzar todas las bombas preventiva­s que quiera sobre Pyongyang. Pero con un solo misil Kim causará cientos de miles de muertos, muchos de ellos soldados norteameri­canos, en Corea del Sur o Japón. Será una pequeña muestra de que el unilateral­ismo no sirve ni con aliados ni con enemigos.

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