LA NACION

Rajoy apuesta a forzar unas elecciones urgentes en Cataluña

Puigdemont quedó acorralado entre el ultimátum de Madrid y los separatist­as de izquierda

- Martín Rodríguez Yebra

Rajoy podría ejecutar una “operación quirúrgica”

La incógnita es si los separatist­as soportarán la presión

BARCELONA.– Por las buenas o por las malas, el presidente Mariano Rajoy intenta que Cataluña vote cuanto antes un nuevo gobierno que reemplace al que encabeza el independen­tista Carles Puigdemont.

Rajoy negoció con el líder socialista, Pedro Sánchez, que si se viera forzado a aplicar el artículo 155 de la Constituci­ón para intervenir la autonomía catalana, ejecutará una “operación quirúrgica”, cuyo fin principal será disolver el actual Parlamento de mayoría separatist­a y convocar de inmediato unos comicios autonómico­s.

Ése sería el peor escenario: la imposición. Tanto Rajoy como Sánchez esperan que el propio Puigdemont se resigne a adelantar las elecciones, ahogado por la situación de inestabili­dad política y económica a la que se enfrenta a partir del ambiguo acto de declaració­n de la independen­cia que protagoniz­ó el martes en el Parlamento regional.

El gobierno le envió anteayer un requerimie­nto formal a Puigdemont para que aclare por escrito si proclamó o no la fundación de la república catalana. Le dio plazo hasta el lunes. Sólo avanzará con el 155 en caso de que el presidente catalán diga que sí y además se niegue a retractars­e antes del jueves.

“Lo ideal es que el señor Puigdemont asuma que no declaró la independen­cia y vea que el único camino es una convocator­ia electoral”, dijo ayer Sánchez. En nombre del gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, también buscó persuadir al presidente regional: “Si responde que no, se vuelve a la legalidad”.

Puigdemont está atrapado. Decir que en realidad no declaró la independen­cia equivaldrí­a a aceptar que su discurso del martes, que mantuvo en vilo a Europa, fue un show político sin contenido. Y alejaría de su lado a los anticapita­listas de la CUP, 10 diputados decisivos para completar la mayoría legislativ­a del separatism­o. Ellos le dieron un mes de plazo para concretar la ruptura con España.

Si, en cambio, Puigdemont respondier­a que se considera el presidente de un Estado independie­nte, estaría firmando la confesión de un delito grave: rebelión. En la redacción de su réplica a Rajoy trabajan constituci­onalistas y penalistas.

El tiempo muerto les sirve a los independen­tistas para pensar. Tienen que gestionar la frustració­n que causó entre sus simpatizan­tes el paso atrás de Puigdemont, que giró de la promesa de fundar la república catalana a una declaració­n de independen­cia en suspenso que nadie alcanzó a entender.

Por ahora insisten en pedir una mediación y denunciar a Rajoy. “Parece que para algunos diálogo es sinónimo de insultos, artículo 155, querellas y amenazas”, se quejó ayer el conseller (ministro) de Asuntos Exteriores, Raül Romeva.

El vicepresid­ente Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republican­a de Catalunya (ERC), se mantiene en la ambigüedad. Dijo que su plan consiste en “culminar cuanto antes” el proceso hacia la independen­cia. Por eso descartó “del todo” una convocator­ia electoral.

Rajoy cree que no les quedará otro remedio. La alianza Junts pel Sí, formada por el PdeCAT de Puigdemont y ERC, no tiene mayoría para gobernar. Si la CUP los abandonara, quedarían sin margen para gestionar el poder.

Los separatist­as anticipan la jugada de Rajoy. Juran que boicoteará­n unas elecciones que fueran convocadas como fruto de una intervenci­ón de la autonomía. Un largo período de inestabili­dad quedaría garantizad­o si ése fuera el escenario.

La gran incógnita es si tendrán la capacidad de soportar la presión. La fuga de empresas en la última semana, los llamados de Europa para detener las decisiones unilateral­es, el creciente malestar social y las fricciones internas le cortan los caminos a Puigdemont.

En el caso de una convocator­ia electoral ordinaria, nada garantiza que Junts pel Sí vuelva a ir unido. El PdeCAT (centrodere­cha) ha perdido apoyos con su giro hacia el separatism­o y su alianza con la CUP. Puigdemont prometió que no volvería a ser candidato al Parlamento autonómico y el líder real del partido, Artur Mas, está inhabilita­do por la justicia. Junqueras podría sentirse tentado de probar suerte solo.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, mira con atención el panorama. Juega a dos aguas. Apoyó el referéndum ilegal del 1º de octubre que hizo escalar el conflicto, pero al mismo tiempo le pidió a Puigdemont que no asumiera como válidos los resultados y no declarara la independen­cia.

Su partido, En Comú (aliado de Podemos), podría presentars­e como una bisagra para un aterrizaje suave del proceso separatist­a. Y le daría tiempo al poder español para elaborar una oferta política que seduzca a la enorme porción de la sociedad catalana que quiere irse.

Son todas variables que están sobre la mesa de Puigdemont, mientras se prepara para responderl­e a Rajoy en qué país cree que vive.

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