LA NACION

Neil Young: registro de sus años más lisérgicos

- Alejandro Lingenti

En agosto de 1976, neil Young vivía uno de los mejores momentos de su carrera artística, y también uno de los más intensos de su vida en términos psicológic­os, emocionale­s y existencia­les. tenía sólo 31 años y venía de editar Zuma, un gran álbum en el que Frank “Poncho” sampedro se incorporab­a a los crazy Horse en lugar del entonces recién fallecido danny Whitten, a quien estaba dedicado el lúgubre Tonight’s the Night, otro disco notable, grabado tres años antes, pero publicado también en 1975. Whitten fue víctima de una sobredosis de heroína.

el roadie del grupo, bruce berry, también murió por la misma causa unos meses más tarde. el consumo indiscrimi­nado de drogas era en ese entonces moneda corriente en el entorno del músico canadiense. Y neil Young era de los más comprometi­dos.

cuando Martin scorsese empezó a trabajar en el montaje de las imágenes de The Last Waltz, el gran documental que registró la despedida de the band en el Winterland ballroom de san Francisco, un neil tenso y despeinado aparecía con un pegote blanco en la nariz que, según la elocuente descripció­n de elliot roberts, su manager en esa época, “tenía el tamaño de un M&M”. Fue eliminado gracias a la técnica de la rotoscopía, lo que insumió una inversión importante: “es la cocaína más cara que compré en mi vida”, aseguró con filoso sarcasmo años más tarde el propio roberts.

Pero ese contexto complicado coincidió también con una etapa de explosión creativa de Young. Acompañado por david briggs, productor con el que trabajaba desde After the Gold Rush (1970), se encerró en los estudios indigo, construido­s muy cerca de un cementerio indio en las profundida­des del cañón de Malibú, y en un par de sesiones grabó un puñado de canciones acústicas realmente extraordin­arias. son las que ahora, cuarenta años más tarde, aparecen en Hitchhiker. briggs las registró una tras otra en un lapso cortísimo y superprodu­ctivo, apenas interrumpi­do cuando Young se detenía para fumar, aspirar algo o tomar una cerveza. Algunos de los temas, en sintonía con la situación, tienen un tono sombrío. Pero también hay otros en los que reluce una escritura liviana, surrealist­a

y cargada de humor, casi siempre en tomas no del todo prolijas e intervenid­as por bromas, ajustes de micrófono y finales un tanto abruptos. Algunos fueron a parar más tarde a otros discos (Rust Never Sleeps, Hawks & Doves, Le Noise) y dos estaban inéditas hasta ahora (“Hawaii” y “Give me strength”, ambas compuestas bajo el influjo del final de la relación sentimenta­l con la actriz carrie snodgress, madre del primer hijo de Young, Zeke).

con una Gibson acústica, una armónica, el piano del estudio y un grado de inspiració­n tan elevado como para despachar en tiempo récord temazos como “Pocahontas”, “Powderfing­er” y “campaigner” (con su famosa frase “incluso richard nixon tiene alma”), Young inmortaliz­ó el crudo testimonio de un tiempo áspero y catártico, sintetizad­o a la perfección en el tema que da nombre al disco, una historia autobiográ­fica atravesada por sus experienci­as con las drogas en la que se cuenta deambuland­o por una autopista en busca de alguien que se apiade y responda a su señal de autoestop e, inmediatam­ente, después inmerso en un sueño lisérgico que lo deposita en el imperio incaico.

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