Una fuente de reclutas para EI en Asia Central
El presidente de Uzbekistán le envió ayer sus condolencias a Donald Trump y prometió que su país colaboraría en la investigación del atentado perpetrado anteayer por un inmigrante uzbeko que dejó 8 muertos y 11 heridos en una ciclovía de Manhattan.
Se cree que Sayfullo Saipov, de 29 años, sospechoso de un atentado terrorista, es oriundo de Uzbekistán, un dato que dejaría en el centro de atención a esa tumultuosa república de Asia Central que ha sido una notable fuente de combatientes para el grupo extremista Estado Islámico (EI).
El presidente Shavkat Mirziyoyev también extendió sus condolencias a las familias de las víctimas.
Uzbekistán es una de las cinco ex repúblicas soviéticas predominantemente musulmanas de Asia central que de la noche a la mañana se convirtieron en países independientes, en 1991.
Sumida en la pobreza y la corrupción y gobernada por líderes autocráticos, la región ha experimentado un rápido crecimiento de las ver- siones más conservadoras del islam y ha sido fuente de reclutamiento de miles de combatientes de EI.
Los gobiernos de esos países regulan estrictamente las expresiones religiosas, censuran la literatura y prohíben arbitrariamente las actividades de todos aquellos que se oponen a los regímenes en el poder. La organización de derechos humanos Human Rights watch tiene documentados el encarcelamiento y la tortura de miles de musulmanes por practicar su fe.
Islam Karimov, predecesor de Mirziyoyev, era un ex apparatchik del Partido Comunista que gobernó Uzbekistán como su feudo personal, mientras cosechaba los beneficios políticos y económicos de la guerra librada por Estados Unidos en Afganistán.
Para mantenerse en el poder, Karimov fogoneó el nacionalismo uzbeko, llenó las cárceles de opositores políticos y apuntó contra los grupos religiosos independientes, hasta el punto de justificar el arresto en masa de musulmanes como una medida necesaria para combatir el islamismo radicalizado.
Los observadores internacionales creen que de hecho esa represión fomentó el crecimiento del extremismo entre algunos musulmanes, quienes a continuación se unieron a las filas de los grupos radicalizados locales, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, así como de organizaciones terroristas internacionales, como EI.
Un reciente informe de International Crisis group, una oNg dedicada al monitoreo de conflictos, estimó que en Asia central hay entre 2000 y 4000 islamistas radicalizados. La conexión del islamismo radicalizado en Asia central es el Valle de Ferganá, triple frontera entre Uzbekistán, Kirguistán y Tadjikistán.
“La falta de oportunidades y de acceso a una buena educación entre los jóvenes, la precariedad del mercado laboral, las tensiones entre los grupos étnicos enfrentados, la agitación política y la corrupción generalizada en el sistema de gobierno dejan marginada y vulnerable a la mayor parte de la población –le dijo el año pasado a la prensa Akylai Karimova, quien dirige un proyecto financiado por las Naciones Unidas para reducir la radicalización de los jóvenes en la ciudad de osh, en el Valle de Ferganá–. A su vez, eso se convierte en un caldo de cultivo perfecto para la difusión de elementos radicalizados”.
Los expertos en terrorismo aseguran que los perpetradores de los atentados más recientes, que luego se adjudicó EI, por lo general se radicalizaron en sus nuevos países adoptivos y que no suelen ser milicianos extranjeros enviados a cumplir una misión.
“La vieja idea de que las organizaciones terroristas intentan infiltrarse en Estados Unidos es simplemente obsoleta –dice Robert Pape, director del Proyecto Chicago sobre Seguridad y Terrorismo–. Porque lo que está haciendo Estado Islámico es radicalizar a la gente que ya vive en Estados Unidos”.