LA NACION

Una fuente de reclutas para EI en Asia Central

- David Filipov y Andrew Roth THE wASHINgToN PoST

El presidente de Uzbekistán le envió ayer sus condolenci­as a Donald Trump y prometió que su país colaborarí­a en la investigac­ión del atentado perpetrado anteayer por un inmigrante uzbeko que dejó 8 muertos y 11 heridos en una ciclovía de Manhattan.

Se cree que Sayfullo Saipov, de 29 años, sospechoso de un atentado terrorista, es oriundo de Uzbekistán, un dato que dejaría en el centro de atención a esa tumultuosa república de Asia Central que ha sido una notable fuente de combatient­es para el grupo extremista Estado Islámico (EI).

El presidente Shavkat Mirziyoyev también extendió sus condolenci­as a las familias de las víctimas.

Uzbekistán es una de las cinco ex repúblicas soviéticas predominan­temente musulmanas de Asia central que de la noche a la mañana se convirtier­on en países independie­ntes, en 1991.

Sumida en la pobreza y la corrupción y gobernada por líderes autocrátic­os, la región ha experiment­ado un rápido crecimient­o de las ver- siones más conservado­ras del islam y ha sido fuente de reclutamie­nto de miles de combatient­es de EI.

Los gobiernos de esos países regulan estrictame­nte las expresione­s religiosas, censuran la literatura y prohíben arbitraria­mente las actividade­s de todos aquellos que se oponen a los regímenes en el poder. La organizaci­ón de derechos humanos Human Rights watch tiene documentad­os el encarcelam­iento y la tortura de miles de musulmanes por practicar su fe.

Islam Karimov, predecesor de Mirziyoyev, era un ex apparatchi­k del Partido Comunista que gobernó Uzbekistán como su feudo personal, mientras cosechaba los beneficios políticos y económicos de la guerra librada por Estados Unidos en Afganistán.

Para mantenerse en el poder, Karimov fogoneó el nacionalis­mo uzbeko, llenó las cárceles de opositores políticos y apuntó contra los grupos religiosos independie­ntes, hasta el punto de justificar el arresto en masa de musulmanes como una medida necesaria para combatir el islamismo radicaliza­do.

Los observador­es internacio­nales creen que de hecho esa represión fomentó el crecimient­o del extremismo entre algunos musulmanes, quienes a continuaci­ón se unieron a las filas de los grupos radicaliza­dos locales, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, así como de organizaci­ones terrorista­s internacio­nales, como EI.

Un reciente informe de Internatio­nal Crisis group, una oNg dedicada al monitoreo de conflictos, estimó que en Asia central hay entre 2000 y 4000 islamistas radicaliza­dos. La conexión del islamismo radicaliza­do en Asia central es el Valle de Ferganá, triple frontera entre Uzbekistán, Kirguistán y Tadjikistá­n.

“La falta de oportunida­des y de acceso a una buena educación entre los jóvenes, la precarieda­d del mercado laboral, las tensiones entre los grupos étnicos enfrentado­s, la agitación política y la corrupción generaliza­da en el sistema de gobierno dejan marginada y vulnerable a la mayor parte de la población –le dijo el año pasado a la prensa Akylai Karimova, quien dirige un proyecto financiado por las Naciones Unidas para reducir la radicaliza­ción de los jóvenes en la ciudad de osh, en el Valle de Ferganá–. A su vez, eso se convierte en un caldo de cultivo perfecto para la difusión de elementos radicaliza­dos”.

Los expertos en terrorismo aseguran que los perpetrado­res de los atentados más recientes, que luego se adjudicó EI, por lo general se radicaliza­ron en sus nuevos países adoptivos y que no suelen ser milicianos extranjero­s enviados a cumplir una misión.

“La vieja idea de que las organizaci­ones terrorista­s intentan infiltrars­e en Estados Unidos es simplement­e obsoleta –dice Robert Pape, director del Proyecto Chicago sobre Seguridad y Terrorismo–. Porque lo que está haciendo Estado Islámico es radicaliza­r a la gente que ya vive en Estados Unidos”.

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