LA NACION

El ocaso de Boudou, una mala película

- Carlos M. Reymundo Roberts

Pobre Boudou: ni cuando era vicepresid­ente se despertaba tan temprano. Meterlo en cana, vaya y pase. Pero hacer levantar a las 6 de la mañana a un hombre de la noche, a un rockero, a un bon vivant, eso sí que es crueldad manifiesta. (Y filtrar el video donde se lo ve en jogging, descalzo, despeinado, recién salido de la cama, también; nadie, tampoco él, se merece semejante humillació­n.) Las cámaras muestran cuando un oficial de justicia le lee sus derechos. Amado parece sorprendid­o: es la mayor aproximaci­ón a la ley en toda su vida. Pero el video no registra el momento en que pregunta qué tiene de ilícito enriquecer­se y cuáles eran los viáticos que le correspond­ían por el viaje que estaba por emprender.

De la primera a la última, las escenas que vimos ayer son ficción pura. No nos engañen más: eso ni siquiera es un reality, eso no puede ser cierto. La saga transcurre en Puerto Madero, el barrio más caro de la ciudad, donde el metro cuadrado llega a valer hasta 12.000 dólares. Es el barrio que eligieron los más poderosos inversioni­stas inmobiliar­ios del país, como Néstor y Cristina, como Lázaro Báez y Cristóbal López; es el barrio de otros jerarcas kirchneris­tas: Alberto y Aníbal Fernández, Florencio Randazzo, Débora Giorgi, Héctor Icazuriaga, Ricardo Jaime (después se mudó a la cárcel de Ezeiza), jovencitos de La Cámpora… El set de filmación del capítulo que acabamos de ver estaba en el Madero Center. Personalme­nte pienso que se les fue la mano al ubicar el departamen­to de Boudou en el mismo edificio donde funcionaba La Rosadita, la cueva más próspera del país.

El protagonis­ta de la historia, Amado, Aimé, también es fruto de un libretista de imaginació­n extraviada. Lo hace ser ultraliber­al, ultrapopul­ista, ultracorru­pto, DJ, guitarrist­a, mujeriego, garca; lo hace andar arriba de una Harley-Davidson, esquiar en Aspen, manejar autos importados, treparse a aviones para misiones inverosími­les, fundir una empresa en Mar del Plata, adulterar documentos, fijar domicilio en un médano, decir que no conoce a su socio y testaferro… Cuando la trama se acelera, lo vemos convertido en ministro de Economía, vicepresid­ente de la Nación y líder de una banda que hace una fechoría tras otra para quedarse con la fábrica donde se imprimen los billetes. Es un thriller entretenid­o, no lo niego, pero una y otra vez cae en la desmesura. Al lado de Aimé, el Remil de Jorge Fernández Díaz parece un oscuro burócrata que no ha vivido nada, ni en el El puñal ni ahora en La herida.

El contexto en el que transcurre el desenlace es otra muestra de exceso. Entiendo los códigos de las superprodu­cciones, pero no hay que irse de mambo. Antes de hacer foco en la detención del villano, la cámara registra las últimas desventura­s de los amigos y compañeros de ruta de Amado: a Cristina Kirchner le confirman un procesamie­nto por asociación ilícita y defraudaci­ón al Estado en una causa por adjudicaci­ón de obra pública, y le traban un embargo de 10.000 millones de pesos (“Caja chica”, se burla ella); procesan a De Vido por el caso Skanska, empresa que con ese nombre era obvio que iba a ser el primer caso de corrupción en el gobierno de los Kirchner; desde la cárcel, De Vido arremete contra Cristina en una durísima carta, lo cual ratifica cuán agrietado está uno de los lados de la grieta; renuncia la procurador­a general, Gils Carbó, jefa de las tropas de ocupación K en la Justicia; un jury decide por unanimidad suspender y enjuiciar al juez recontraki­rchnerista Luis Arias, de La Plata, por decenas de irregulari­dades que él resume en una sola: es víctima de una persecució­n política; trasciende que están a punto de detener al empresario Cristóbal López, que en la estrategia revolucion­aria tenía asignada la misión de hacer guita de cualquier forma, incluso por derecha; Hebe de Bonafini lanza su candidatur­a al Premio Nobel de la Paz Bolivarian­o con una declaració­n en la Plaza de Mayo: “El presidente Macri y los jueces de la Corte Suprema un día van a reventar como sapos”; Venezuela, régimen en el que abrevaba la feligresía a la que pertenece

Analizan hacer un subte entre Comodoro Py y el penal de Ezeiza

Boudou, llega por primera vez en su historia a la hiperinfla­ción, al superar el umbral del 50% mensual; trasladan a De Vido al penal de Marcos Paz, donde están su cuñado y Baratta; los Kirchner parecen asistir resignados a la descomposi­ción de su era, su fortuna y su espacio, pero estallan de odio cuando se enteran de que, en vista del trepidante devenir judicial, el gobierno porteño analiza construir una línea de subte que una los tribunales de Comodoro Py con la cárcel de Ezeiza; obviamente, la denominarí­an “Línea K”.

Vamos llegando al broche de la ficción. Vemos a Boudou esposado y custodiado por dos gendarmes (vaya picardía: justo gendarmes). Después lo vemos entrando en Tribunales, donde lo espera el juez Lijo, un buen intérprete de los signos de los tiempos. Vemos la celda en la que va a pasar los próximos días. Vemos un meme en el que Mancha de Rolando sale a buscar un guitarrist­a. oímos la reacción del intelectua­l Luis D’Elía: “Cristina no puede hacerse la pelotuda”. oímos a Cristina, reducida a una Parrilli cualquiera: “Está en riesgo la democracia”. oímos risas por todos lados.

En las viejas películas aparecía el “The end”. En ésta no. Porque no es el final.

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