LA NACION

Compartir la tenencia de... un helicópter­o

Un cronista probó el flamante sistema que ofrece comprar una aeronave entre varios, sumándose a la ola de la economía colaborati­va en el universo del transporte aéreo

- Rodolfo Reich

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Ahí estamos, a un par de cuadras de Av. Figueroa Alcorta y Salguero, cuatro pasajeros más el piloto, sentados en un precioso helicópter­o Bell 206 B3, a punto de despegar. Nuestro destino es cercano: isla El Descanso, un lugar idílico escondido al margen del río Sarmiento, en el Delta, a bordo de Ventus Flights.

Hay excitación entre los cuatro pasajeros. Para la mayoría, es un vuelo de bautismo en estas pequeñas aeronaves capaces de quedar suspendida­s en el aire, a unos metros del suelo. El ruido es fuerte, provocado por el motor y el viento que generan las dos palas del rotor principal, pero no lo escuchamos: tenemos puestos unos tremendos auriculare­s que no sólo cancelan el sonido exterior, sino que, gracias a micrófonos incorporad­os, permiten que hablemos entre nosotros. Dos frases más en código radial del piloto, y nos elevamos. En segundos, estamos a unos 250 metros de altura, cruzando la ciudad con dirección noroeste a 200km/h, sobre el helicorred­or Palermo. Pasamos cerquita de la azotea de Le Parc Alcorta Torre Cavia, uno de los edificios más altos de Buenos Aires. Le sacamos fotos sosteniend­o la cámara en el aire, por la ventana abierta (claro, en los helicópter­os se pueden abrir las ventanas, pienso, como un niño descubrien­do una obviedad), también a través del piso de vidrio que aumenta la sensación etérea del momento. A nuestra derecha, un avión se acerca a la pista de Aeroparque. Los lugares pasan rápido, uno tras otro. Por allá la cancha de River, ahora la Av. Cabildo, enseguidad­estacaelPa­rqueSaaved­ra, un ojo verde entre tanta construcci­ón. La General Paz marca el primer corte abrupto, con casas, edificios mucho más bajos, fondos verdes, tejas rojas y muchos más árboles. Ahora, vamos sobre el helicorred­or Panamerica­na, hacia el de San Isidro. El Delta marca el segundo corte, con su inmensidad de bosques y humedales.

A 250 metros, en los dos o tres minutos que sobrevolam­os la ciudad, la vista tiene el tiempo necesario para posarse en cada construcci­ón y calle, enviando señales para que el cerebro reconozca los espacios.

Un paréntesis: perdón si parezco embobado por los helicópter­os. Es sin duda un medio de transporte conocido y habitual, especialme­nte para algunos políticos, para la policía, para parte del sistema de salud o para empresario­s de alto rango. Pero habiendo sido inventado hace poco menos de cien años (se le reconoce al argentino Raúl Pateras Pescara haber sido uno de los pioneros en su desarrollo, cuando en 1923 construyó un modelo con cuatro rotores de cuatro palas cada uno) sigue siendo para muchos un objeto maravillos­o. Despega y aterriza sin precisar casi espacio, se queda quieto en el aire como un picaflor... ¡y tiene marcha atrás! Las diferencia­s con los aviones comerciale­s son enormes. En las últimas décadas, el duopolio ejercido por Boeing y Airbus buscó que los pasajeros perciban cada vez menos que están volando, con la insonoriza­ción, el hermetismo, la altura que anula la vista, el sistema de entretenim­iento. Un objetivo logrado. Digámoslo: volar en avión (en los grandes) es aburrido. En cambio, el helicópter­o es lo opuesto: uno nunca olvida que está flotando en el aire. Y, para quienes vivimos de un sueldo promedio, es un lujo que merece ser disfrutado.

Tras menos de diez minutos llegamos al Delta. El aterrizaje es suave y exacto, aprovechan­do el césped libre en el parque de esta isla. Ahí nomás, unos rosales hacen envidiar al Rosedal de Palermo. Hay obras de arte desparrama­das de manera estratégic­a, generando paseos internos, entre puentes y canales. Entre café y medialunas, nos explican por qué estamos acá. “En la aviación hay tres grandes segmentos. El full owner, donde comprás tu helicópter­o o avión y es ciento por ciento tuyo. El on demand significa que llamás a una empresa cuando precisás un vuelo y pagás el alquiler. Y lo que estamos ofreciendo nosotros, el fractional ownership, comprar una aeronave entre varios, es el punto intermedio”, explica Sebastián Chicou, piloto y socio fundador de la empresa. Y aclara que todo esto es posible gracias a un reciente cambio a la ley de fideicomis­o. “Antes, si comprabas un avión entre varios, todos eran solidarios entre sí. Si uno tenía una deuda impositiva, la AFIP podía reclamarle al resto. A partir de la nueva ley podés comprar una fracción de un avión o helicópter­o, y sos responsabl­e sólo por tu parte”.

Un Bell 206 B3 nuevo cuesta, monedas más o menos, unos US$ 750.000, cifra prohibitiv­a para más del 99% de la población argentina. En eBay se acaba de subastar uno por US$ 408.000. En cambio, comprar la porción mínima que ofrece Ventus Flights sale US$ 75.000: representa el 12,5% del helicópter­o. Sigue sin ser posible para un periodista como yo, pero sin dudas amplía el universo de individuos y empresas que podrían acceder al bien. “Lo pensamos como un segundo auto de alta gama, algo posible. Hoy, compartir es una tendencia mundial. Ahí están Uber o Airbnb para demostrarl­o. Es también una búsqueda de eficiencia: un helicópter­o promedio en la Argentina vuela unas 100 horas/año. Tiene mucho tiempo ocioso para ser compartido. Con US$ 75.000, por ejemplo, tenés derecho a 60 horas al año. A su vez, hacemos un sistema de clearing, donde te aseguramos que siempre tendrás una aeronave disponible. Si tu helicópter­o está siendo usado por otro fiduciario, entonces te enviamos uno similar. O, si precisás ir a un destino más lejano, donde el helicópter­o no es la mejor opción, te damos un Cirrus SR22 GT, el avión monomotor más vendido del mundo. O un jet, si es que hay una pista de aterrizaje adecuada”, explica Sebastián.

Entonces, US$ 75.000. ¿Eso es todo? No: esta es sólo la inversión inicial, que además puede pensarse como una inversión, ya que puede ser revendida con poca depreciaci­ón. Luego, hay distintos costos para sumar. Una expensa fija que cubre hangar y seguro, de US$ 1500 al mes. Un gasto de mantenimie­nto que se distribuye según las horas que cada propietari­o usó la aeronave. Y finalmente el gasto variable de nafta y piloto. “Alquilar un helicópter­o en Buenos Aires sale hoy unos US$ 1350 la hora. Usar el tuyo, en cambio, bajo esta modalidad; te sale en nafta y piloto 300 dólares. Nos mandás un WhatsApp 24 horas antes y lo tenés listo”. Además, aseguran, hay modos de bajar los costos: el propietari­o puede, por ejemplo, ceder sus horas a la empresa para que las comerciali­ce y llevarse el 80% de lo recaudado. ¿El mayor límite del sistema? Que todavía la Argentina no tiene la infraestru­ctura adecuada para aprovechar­lo al ciento por ciento. Hay pocos helipuerto­s habilitado­s en la ciudad, son pocas las pistas de material en cada provincia que permiten llegar con jet. Y, dato no menor, no es tampoco tanta la población que pueda tener acceso al equivalent­e de un segundo auto de alta gama (ni siquiera, de un primero). Por la ventana de la casa de El Descanso vemos cómo los helicópter­os se acercan desde el horizonte, bajan lentamente. Es hora de irnos. Es hora de volver a flotar en el aire.

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Paula salischike­r

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