LA NACION

Malena Solda. “Llegué a dudar de querer seguir siendo actriz ”

A los 17, se convirtió en uno de los rostros más vistos de la TV; desde entonces mantuvo una carrera sólida, pero le rinde culto al bajo perfil

- Texto Juan Manuel Strassburg­uer | Foto Patricio Pidal/AFV

Varias noches a la semana se la puede ver en Cuéntame cómo pasó, la ficción de la Televisión Pública que reunió muchos elogios por lo cuidado de su producción. “Cumple con todos los rasgos de la telenovela pero con una dedicación y detalle en los libros que la hace parecida a una serie. Y eso es muy estimulant­e para actuar porque es como jugar al tenis con alguien que es muy bueno. O al voley: porque el guión es excelente, el director también y lo mismo los compañeros”, se entusiasma Malena Solda, que encarna a Mercedes, una española argentiniz­ada que replantea su vida y su matrimonio (con el personaje de Nicolás Cabré) durante los años de la dictadura. “Por edad, no tengo recuerdos de cómo se vivieron esos años en mi casa. Pero sí sé que hubo mucha angustia. Y que sentimos una emoción profunda cuando retornó la democracia y empezamos a ver todo lo que había pasado antes”. –¿Sos de las que se emocionó con La noche de los lápices? –No la podía ver. Me daba muchísima angustia. No podía hacer distancia. –¿Qué cosas te alimentaro­n la fantasía de chica? –Las obras de Hugo Midón, del que después fui alumna. También me gustaba el Pro Música de Rosario, no así Los Parchís o el Goma-Goma. En mi casa regía mucho lo de “eso no lo podés ver porque te hace tonto”. –¿Telejuegos? –Telejuegos, sí. Burbujas, también. El Chavo, también. Señorita maestra no. Aunque lo veía en la casa de mis amigos. Tampoco Pelito ni Clave de sol. Por eso, después, cuando hice Montaña rusa la cabeza me estalló en cuarenta pedazos. No fue fácil. Lo viví como romper un tabú. –¿Dudaste en hacerlo? –Sí, quedé en un casting de tres mil chicos. Y a los productore­s les dije: “¿Lo puedo pensar?”. No lo podían creer (risas). Yo venía estudiando con Cristina Banegas y había pensado otra cosa para mí. Me dieron un día. Y la charla que tuve con mi viejo fue fundamenta­l. Me dijo: “Probá, si no te gusta dejás”. Y me convenció. Pero era un esfuerzo grande. No estaba acostumbra­da a ir al colegio y después grabar hasta la noche. –A eso hay que agregarle la repercusió­n mediática. –Sí, total. Siendo adolescent­e pensás que tu vida vas a ser eso: un beatle las 24 horas. Y encima a la par de los cambios físicos de la adolescenc­ia. Una locura. –A la distancia, ¿qué sufriste y qué disfrutast­e? –Disfruté mucho del grupo humano. Nos llevábamos muy bien. Era muy sano. No había divismo ni competenci­a, sino solidarida­d y pasarla bien. Eso nos salvó. Crecí como persona, pero en el fondo seguía pensando que se habían equivocado y que en algún momento se darían cuenta de que no pertenecía a ese ambiente (risas). Por eso cuando terminó me anoté en el CBC. Pero me siguieron llamando y nunca arranqué. –Repasando tu carrera (la monja de Gasoleros, por ejemplo), tuviste varios papeles en los que generaste mucha empatía. ¿Coincidís? –Por ahí porque surgían de un lugar genuino. Pero nunca lo busqué. Para nada. –¿No es recomendab­le buscar la identifica­ción? –Es que uno de los logros más importante­s que puede conseguir el actor es perder el miedo al ridículo. Y buscar la empatía es lo opuesto a eso. Si querés gustar no te ocupás de qué quiere el personaje, quién es. Si estás preocupada porque te vean hermosa porque lo que vende es la belleza, la actuación sale perdiendo. –Tu viaje a Londres un año en 2005, luego de lograr tus primeros protagónic­os con Soy gitano y Jesús el heredero, ¿tuvo que ver con eso? –Tuvo que ver con una crisis muy necesaria. –¿Qué pasó? –Durante muchos años trabajé demasiado. Y llegó un punto en que no sabía para qué lo estaba haciendo. ¿Para ser protagonis­ta? ¿Para ganar mucha plata? ¿A qué costo? Me estaba quedando en un mundo muy pequeño y cada vez tenía más conciencia de las miradas hacia mí. Y eso en un actor es la muerte. –¿Llegaste a dudar de que querer seguir siendo actriz? –Sí. Me preguntaba: ¿para qué hago esto si no me da placer? – ¿Y cómo lo resolviste? –Fue durante ese viaje. Yo pensé que iba a ser un año sabático, un cursito de teatro y listo. Pero no. Resultó que había entrado a una de las academias más exigentes del mundo. Estudiaba todo el día, siempre en inglés. Y una vez, mientras me preparaba para entrar en escena y proponerle algo a un compañero, recordé cuando era chica y me pasaba lo mismo en las clases de Midón. La misma excitación, el mismo placer. Y volví a entender que actuar es jugar. Si la ves a Leonor (Manso) la vas a ver jugando. Seriamente. Pero jugando. Como los chicos. Ahí me dije: «Claro: no es para qué soy actriz sino por qué». Y me curé. – Volviste renacida – Sí.Hice varias películas, miniseries y proyectos de teatro. Tanto off como comercial. Y cuando el año pasado volví a hacer una novela (Los ricos no piden permiso, por El Trece), la pude hacer desde otro lugar. Construí mi personaje desde un lugar mucho más lúdico. – Fuera de la actuación, ¿que cosas te movilizan? – Hace un tiempo descubrí que me hace bien la actividad física: yoga, andar en bici, aunque no a todos lados porque no me animo. También me gusta estar en mi casa con mi familia y leer. – ¿Qué leés? –De todo un poco. Ahora estoy con el último de Almudena Grandes que pertenece a una serie sobre la Guerra Civil Española que me encanta. Pero también libros de teatro, de actuación, de psicología. Me gusta leer aunque me cueste encontrar tiempo con un hijo chiquito. – ¿Le estimulás la lectura? – Lo que más busco es que se amigue con el objeto libro. Entonces, más que en el contenido me fijo que sea atractivo. Ahora estamos con uno de la Antártida y antes leímos varios de los dinosaurio­s, es fanático. Sabe todo de ellos. Así logro que suelte un poco la tablet. – ¿Es una arma de doble filo la tablet? Porque suele ser una imagen triste la de un nene chiquito pegado a un celular... – Es el mismo tabú que la tele cuando éramos chicos. Pero yo veo que después de estar frente a la pantalla, juega inspirado en lo que vio. Así que lo integra. Hay que bancarse el berrinche cuando se lo cortás. Por experienci­a sé que no sirve ponerse muy rígido o prohibir, se vuelve contraprod­ucente.

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