LA NACION

Voces que llegan desde el fondo de la celda

- Francisco Olivera

Imágenes fuertes para el militante progresist­a estudianti­l: el martes, Horacio Rodríguez Larreta almorzó en la Unión Industrial Argentina y recibió el respaldo de los empresario­s para la reforma educativa que propone. El jefe de Gobierno porteño había arrancado con un lugar común del mundo corporativ­o, la capacitaci­ón, las pasantías y las nuevas tecnología­s, pero la conversaci­ón saltó inevitable­mente a las tomas de los colegios de la ciudad, que ayer llegaban a 30.

Una carta de Julio De Vido desde la cárcel es capaz de hacer cundir el espanto empresaria­l. Más por lo que puede llegar a decir en el futuro que por lo que esta nueva vocación epistolar del ex ministro, practicada con bronca desde Ezeiza, ha revelado hasta el momento. Hay hombres de negocios muy preocupado­s. Pero por ahora, los dos textos que escribió no pasan de duras críticas a la Justicia y al Gobierno y de una catarsis de decepción sobre su entorno, que incluye en primer lugar a Cristina Kirchner.

En realidad es improbable que De Vido la involucre a ella en algún caso de corrupción. Por lo pronto, tal como está la ley argentina, hacerlo no le reportaría la eximición de prisión. Al contrario: equivaldrí­a a autoincrim­inarse en momentos en que, según se percibe en el optimismo de sus abogados, tiene esperanzas de volver a quedar en libertad hasta que haya una sentencia. Además, ¿sería coherente denunciar a la ex presidenta y al mismo tiempo, como expuso en la carta del martes, reivindica­r a Néstor Kirchner? “Él es como Lázaro, un guerrero: no va a hablar”, anticipan en lo que queda de su círculo fiel, donde interpreta­n también el párrafo en que dice sentirse defraudado por ex colaborado­res que no nombra: son Ricardo Jaime y José López.

Muy distinto es el caso de Amado Boudou, detenido ayer por pedido del juez Ariel Lijo en una causa por supuesto enriquecim­iento y asociación ilícita. Alguien que trabaja para el kirchneris­mo diferencia­ba, horas después, el carácter del ex vicepresid­ente del de Lázaro Báez y De Vido: “Mal que mal, éstos son negros curtidos del Sur. Pero yo no sé cómo se la va a bancar este pibe”. La sospecha tiene un sustento: hace tiempo que Boudou viene insinuando que no se va a quedar callado. No lo hizo en su primera aparición después de las denuncias, durante su encendido monólogo del Jueves Santo de 2012. Esa tarde, al defenderse de las acusacione­s por la venta de Ciccone, involucró directamen­te a directivos de la Bolsa y la empresa Boldt. Y en la campaña electoral de 2015, molesto porque Sergio Massa había empezado a cuestionar­lo públicamen­te para diferencia­rse del kirchneris­mo, envió a Tigre un sugestivo mensaje a través de un ex compañero de ambos, Diego Bossio: si sale la ley del arrepentid­o, advirtió, voy a contar toda mi experienci­a en la Anses. ¿Qué otros nombres dele stablishme­nt económico y político podrían surgir de una declaració­n semejante? ¿Y del caso Ciccone no participar­on empresario­s?

La pérdida de poder y la depresión tienen efectos impredecib­les. Boudou viene diciendo en confianza, desde hace tiempo, que ha perdido las ganas de vivir. Y aun sin eximición de prisión, dar nombres puede tener en algunos casos un objetivo político: generar alboroto para, finalmente, presionar para mejores condicione­s en la detención. Nadie esperaba, por ejemplo, que Omar “Caballo” Suárez, ex líder del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), hablara de la forma en que lo hizo en la entrevista que dio a conocer esta semana la periodista Romina Mangel en el programa Animales

sueltos, por América. “Hugo Moyano es el responsabl­e de que esté acá”, dijo el sindicalis­ta, que acusó a las empresas del sector y anticipó que denunciarí­a pasado mañana al juez Rodolfo Canicoba Corral por un presunto pedido de coimas.

Las palabras de Suárez sacudieron esa noche al mundo de la navegación. Un sector chico en el que todos se conocen y en el que casi nadie podría haber trabajado sin la venia del gremio. Hay ejemplos grotescos. En junio de 2011, después de diez años de operar en la Argentina, la holandesa de remolcador­es Smith Internatio­nal tomó la decisión de irse del país por presión de Suárez. Se fue y dejó los barcos, que fueron repartidos entre las navieras que quedaban. Smith Internatio­nal le echó en ese momento la culpa a la Subsecreta­ría de Puertos y Vías Navegables y a una competidor­a, la ar- gentina Maruba, de la familia Rodríguez Vázquez, empresa que había empezado a recuperars­e de la crisis global gracias a una decisión estratégic­a que tomó en 2010: incorporar a Suárez en el directorio de la compañía. Desde entonces, todo fue más sencillo para Maruba: aunque nunca había transporta­do combustibl­es líquidos, se adjudicó contratos con Cammesa, la administra­dora del mercado eléctrico, que importaba gasoil y fueloil para la industria y las generadora­s de energía. Esas operacione­s, firmadas con petroleras como YPF, Shell y Oil, le habían correspond­ido tiempo antes a navieras más habituadas a ese negocio. Entre ellas Petro Tank, de Miguel Padilla, que se peleó con Suárez y lo denunció después en la Justicia.

¿Dará el ex líder del SOMU, desde la cárcel, más detalles de esos contratos? Maruba fue durante un tiempo la preferida del gobierno. En mayo de 2012, por ejemplo, le proveyó a Guillermo Moreno el buque para llevar 1500 toneladas de productos argentinos y ganado en pie en la famosa gira comercial a Angola. “El Arca de Moreno”, lo llamaron los empresario­s. Eran días de euforia militante. Nicolás Balinotti, enviado especial de este diario a Luanda, consignó en su despacho de entonces que, durante el viaje, una vaca preñada había tenido un ternero de 45 kilos al que los tripulante­s bautizaron en honor del secretario de Comercio Interior: “Guillermit­o”. Suárez estaba ahí y se jactaba de que la llegada del barco hubiera sido responsabi­lidad suya. Dos días después, mientras inauguraba la exposición argentina en la Feria Internacio­nal de Luanda, Cristina Kirchner le agradeció desde el atril. “¿Dónde estás, Suárez? El barco, che, la empresa argentina Maruba que trajo todo. Gracias, Suárez, del sindicato de SOMU, que a veces nos peleamos porque me hace cada lío por ahí, pero yo lo quiero mucho igual”.

Es imposible que el ahora preso en Marcos Paz haya accedido a los contratos de Cammesa sin la aprobación de Julio De Vido. Hace diez días, el fiscal Gerardo Pollicita imputó al ex ministro, a Roberto Baratta y a los ex secretario­s Mariana Matranga y Daniel Cameron en la causa que impulsó la denuncia de Petro Tank.

En la entrevista, Suárez no criticó a De Vido. Casi lo contrario: habló de él con afecto. Nada nuevo. Ese sector pareció durante estos años una maqueta perfecta de la Argentina: empresas que, libre o compulsiva­mente, se asociaron con la corrupción para sobrevivir, un regulador cómplice y, como contrapart­ida, altos costos que pagan el Estado y los privados. No hay en cada rama de la industria nadie que desconozca estas tramas, imposibles de compendiar en una carta mal redactada durante un día de furia y desde una celda oscura.

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