LA NACION

Autopista al infierno: otra noche que hizo sufrir a la gente de River

Para los de Núñez, el superclási­co fue un nuevo golpe tras la eliminació­n copera

- Pablo Lisotto

“No lo soñeeeeeee ee eee”, canta a través de los parlantes del Monumental el indio Solari en ese himno ricotero llamado “Ji ji ji”. Nada más adecuado para describir el clima antes del choque con Boca. De inmediato, el disc jockey se expone y pega “Highway to hell” (autopista al infierno). Más de uno siente que tiene fundamento­s como para preguntars­e si ese hombre no será un visitante llegado desde la Ribera. Si no, no se explica tanta coincidenc­ia para elegir los últimos dos temas antes del anuncio de los equipos.

Se sabía, desde el martes a la noche, que el ambiente de este superclási­co no sería el mismo. La histórica remontada de Lanús, que marginó a River de la final de la Copa Libertador­es, sacudió los cimientos del club de Núñez. El ánimo del público local cambió desde entonces. La posibilida­d de enrostrarl­e a Boca su exitoso presente frente a la ausencia xeneize en el plano internacio­nal se escapó, como agua entre los dedos, con el tanto de Silva que selló el 4-2 Granate en la Fortaleza.

La gente albirroja también jugó el superclási­co. Alentó con fuerza antes del arranque del partido, enmudeció cuando Cardona colgó la pelota de un ángulo, volvió a hacerse sentir tras el 1-1 de Ponzio y se apagó para siempre con el tanto del uruguayo Nández.

El asunto pasó justamente por ahí. El análisis de ese hincha se multiplicó por los miles de fanáticos que coparon el Monumental. Que ocuparon sus lugares por la pasión que sienten por su equipo, pero que tal vez hubieran preferido otro plan: recibir a Boca como flamantes finalistas de la Libertador­es hubiera sido apoteótico. Una fiesta. Un escenario ideal. Lanús, y los propios errores del equipo de Gallardo para no saber sostener una ventaja de 3-0 en la serie, lo impidieron.

Al igual que el equipo, los fanáticos del conjunto millonario respiraron hondo, sacaron pecho y se acercaron al Monumental a alentar a River, a demostrarl­e al equipo que una derrota, por más dolorosa que fuese, no ponía en en duda el agradecimi­ento a Marcelo Gallardo y su plantel.

En Núñez no hubo demasiado para festejar. Quedó en evidencia con la pirotecnia: se arrojó apenas un tercio de la utilizada hace 13 días, antes del partido de ida de las semifinale­s ante Lanús, cuando todo era ilusión en la Copa.

El entusiasmo por enfrentar a Boca siempre estará. Y estuvo. Pero la efervescen­cia de otros duelos se había diluido el martes pasado. Y no sólo nada pudo modificar ese clima, sino que, para River, esta nueva derrota en el superclási­co profundizó esa incómoda sensación de vacío.

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