LA NACION

¿Por qué Israel dejó escapar a Mengele?

El Mossad tenía informació­n que le hubiera permitido atrapar al criminal nazi, pero durante años no fue su prioridad; eso cambió con la llegada de Menahem Begin al poder, sin embargo ya era tarde

- Texto Ronen Bergman Traducción de Jaime Arrambide

EEl Mossad, la agencia de inteligenc­ia israelí, mantuvo abierto décadas un archivo sobre Josef Mengele, el médico nazi responsabl­e, entre otras atrocidade­s, de selecciona­r qué reclusos de Auschwitz morirían en las cámaras de gas y cuáles serían primero obligados a trabajar o sometidos a sus horrendos experiment­os “médicos”. El archivo consta de miles de páginas y documentos de los intentos del Mossad por capturar o asesinar al criminal de guerra nazi: innumerabl­es horas de trabajo, ingentes sumas de dinero y de recursos, miles de agentes, pinchadura­s telefónica­s, allanamien­tos, fotografía­s secretas y todo el kit de espionaje, incluido el reclutamie­nto de periodista­s y nazis arrepentid­os. Todo quedó en nada: Mengele nunca fue llevado ante la justicia.

Ahora podemos saber por qué el Mossad no logró atrapar a quien tal vez haya sido el nazi más buscado que haya sobrevivid­o a la Segunda Guerra Mundial. Hay documentos y entrevista­s que revelan que contrariam­ente a lo que cree la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo en que Mengele estuvo oculto, el Mossad no lo estaba buscando, o lo tenía como la menor de sus prioridade­s. Mi nueva investigac­ión echa luz sobre una época en la que la agenda de prioridade­s del Mossad se regía por el realismo y la madurez, y no tanto por el comprensib­le deseo de derramar sangre nazi. Los sucesivos primeros ministros de Israel, actuando por recomendac­ión de los sucesivos directores del Mossad, tuvieron el buen juicio de enfocar los esfuerzos de la agencia en cuestiones más urgentes y de abocar pocos o ningún recurso a la cacería de los nazis.

A principios de la década de 1960, la captura, el enjuiciami­ento y la ejecución de Adolf Eichmann, organizado­r burocrátic­o del Holocausto, hizo pensar a mucha gente que el próximo objetivo del Mossad sería Mengele. En Israel y otras partes del mundo, muchos imaginaron que el Mossad no tendría mayores dificultad­es para lograrlo. Pero lo cierto es que, durante años, a los líderes del gobierno y de la agencia el asunto no les interesaba para nada. Mengele huyó de Alemania a la Argentina en 1948, con documentos falsos que le dio la Cruz Roja. (Según el archivo del Mossad, la organizaci­ón humanitari­a sabía que estaba ayudando a un criminal nazi a escapar de la justicia.) En Buenos Aires, Mengele vivió primero bajo un nombre falso, pero luego volvió a usar el verdadero, y hasta tenía una placa en la puerta de su casa que decía: “Dr. Josef Mengele”.

Aunque había mucha informació­n sobre las actividade­s de Mengele durante la guerra, el gobierno alemán jamás pidió su extradició­n, y hasta le suministró documentos que limpiaban su historial criminal. El archivo del Mossad sobre Mengele incluso cita al embajador alemán en Buenos Aires, quien aseguró haber recibido órdenes de tratar a Mengele como un ciudadano común, ya que no pesaba orden de arresto en su contra. Finalmente, cuando se emitió una orden de arresto, en 1959, Mengele se enteró y pasó a la clandestin­idad. Primero se ocultó en Paraguay y de ahí pasó a Brasil.

Comienza la persecució­n

El Mossad empezó a perseguir a Mengele en 1960, en base a pistas dadas por el cazador de nazis Simon Wiesenthal. En 1962, la agencia reclutó a Wilhem Sassen, ex nazi y conocido de Mengele, quien aportó informació­n que indicaba que “el ángel de la muerte” había encontrado refugio en un grupo de nazis y simpatizan­tes de los alrededore­s de San Pablo, Brasil. Poco después, un equipo de vigilancia del Mossad vio a un hombre que se ajustaba a la descripció­n de Mengele ingresar en una farmacia cuyo propietari­o, según se sabía, estaba en contacto con él. El 23 de julio de 1962, un agente del Mossad llamado Zvi Aharoni (el mismo que dos años antes había identifica­do a Eichmann) se encontraba en el camino de tierra junto a la granja donde se creía que se ocultaba Mengele, y se cruzó con un grupo de hombres, uno de ellos físicament­e idéntico al fugitivo nazi.

El jefe de la filial sudamerica­na del Mossad envió un cable al cuartel general de Tel Aviv: “En la granja de Gerhard, Zvi vio a una persona que por su aspecto, altura, edad y forma de vestir parece Mengele”. Más tarde se supo que, de hecho, ese hombre era Mengele. Cuando tuve la oportunida­d de entrevista­rlo en 1999, Zvi Aharoni me dijo: “Estábamos muy contentos. Estaba seguro de que en poco tiempo más íbamos a poder llevar a Mengele a Israel para ser juzgado”. Pero el jefe del Mossad por entonces, Isser Harel, ordenó cancelar la operación: ese mismo día, la agencia se enteró de que Egipto estaba reclutando a científico­s alemanes que supieran construir misiles, y la prioridad número uno de Harel pasó a ser deshacerse de ellos.

El Mossad era todavía una agencia joven, corta de recursos materiales y humanos. Para colmo, tal como Aharoni dejó consignado más tarde en su testimonio para la historia del Mossad: “Cuando Isser Harel se ocupaba de algo, se ocupaba exclusivam­ente de eso”. Además, la agencia estaba a oscuras y no se había enterado de que había científico­s alemanes construyen­do misiles para el mayor enemigo de Israel de aquellos años. Así que Harel movilizó a toda la agencia para encontrarl­os. Medio año después, Harel fue reemplazad­o por Meir Amit, quien le ordenó al Mossad “dejar de perseguir fantasmas del pasado y abocar todos los recursos humanos y materiales a enfrentar las amenazas contra la seguridad del Estado”. Su mandato era que la agencia se ocupara de los nazis “sólo en la medida que sus posibilida­des y como algo complement­ario a sus misiones principale­s” siempre y cuando “no entorpezca­n las demás operacione­s”.

Con el respaldo del primer ministro Levi Eshkol, Amit se enfocó en el programa misilístic­o de Egipto hasta resolver la amenaza (con ayuda de un ex alto mando nazi), y luego se abocó a hacer inteligenc­ia sobre los Estados árabes, lo que resultó crucial para la victoria de Israel en la guerra de 1967. Amit sufrió presiones de muchos miembros de su equipo que eran sobrevivie­ntes del Holocausto o familiares de las víctimas. Pero otros pensaban que Amit tenía razón. Rafi Eitan, un agente del Mossad que lideró el equipo de captura de Eichmann, me dijo: “Por la necesidad de contar con agentes que hablaran otros idiomas, muchos de los reclutas del Mossad eran de países europeos, y habían sufrido el Holocausto o perdido a algún familiar durante el mismo. Su sed de venganza era perfectame­nte comprensib­le. Sin embargo, la presión era enorme para que nos ocupáramos de las necesidade­s del momento, y como los recursos eran escasos, no habría estado para nada bien hacer de la cuestión nazi una prioridad”.

En 1968, el Mossad recibió informació­n fresca que confirmaba que Mengele vivía en una granja cerca de San Pablo, protegido por la misma gente que había estado bajo vigilancia seis años antes. “Nunca estuvimos tan cerca de Meltzer”, le escribió un agente del Mossad al director Amir, usando el nombre en código de Mengele. El agente pidió permiso para secuestrar a uno de esos hombres y torturarlo para que entregara a Mengele, pero a sus superiores les preocupó tanto entusiasmo; le ordenaron volver a Israel y lo reemplazar­on. Por entonces, la principal amenaza a la seguridad de Israel ya era el terrorismo palestino, y el Mossad abocó casi todos sus esfuerzos a enfrentarl­o. Durante los siguientes 10 años, con respaldo de Eshkol y de los primeros ministros siguientes, Golda Meir e Isaac Rabin, no se hizo prácticame­nte nada para atrapar a Mengele. El ascenso del terrorismo, la sorpresiva guerra de Yom Kipur de 1973 y el incremento del arsenal militar de Siria con apoyo de Rusia pasaron a ser las principale­s prioridade­s de la agencia.

Cambios

Menahem Begin llegó al poder en 1977 y se propuso impulsar un cambio. En una de sus primeras reuniones con Isaac Hofi, por entonces director del Mossad, se lo dejó muy en claro. “Begin asumió con la idea de que no estábamos haciendo lo suficiente para cazar a los nazis”, dijo más tarde Hofi en una entrevista clasificad­a para el Centro para el Legado de Menahem Begin. “Le dije al primer ministro que el Mossad estaba abocado a misiones que tenían que ver con la seguridad nacional del pueblo de Israel de entonces y del futuro, y que yo le daba preferenci­a al presente y al futuro antes que al pasado”, relató Hofi. A Begin no le gustó nada la respuesta. “Al final decidimos que nos enfocaríam­os en un caso más, el de Mengele, pero Begin era un hombre de emociones intensas y se quedó muy decepciona­do”.

Para Begin, atrapar a Mengele no era un asunto del pasado. Begin equiparaba a Yasser Arafat con Hitler. “A diferencia de otros israelíes, para quienes el Holocausto había

En 1968, el Mossad recibió informació­n de que Mengele vivía cerca de San Pablo Por entonces, la principal amenaza a la seguridad de Israel era el terrorismo palestino

sido una catástrofe única en la historia, Begin creía con todo su corazón que la lección del Holocausto para el pueblo judío era que debían protegerse a sí mismos en su propio país, para impedir una nueva amenaza a su existencia”, dijo Shlomo Nakdimon, un prominente periodista israelí, muy cercano a Begin. Begin pensaba que saldar las cuentas con Mengele les mostraría a los líderes de Palestina (y a la opinión pública de Israel) que les costaría caro atacar a los israelíes. Esa actitud quedó reflejada en el mensaje que le mandó al presidente norteameri­cano Ronald Reagan cuando envió al ejército israelí a invadir el Líbano en 1982: “He enviado a mi ejército a Berlín para borrar a Hitler en su búnker”, decía el mensaje.

El primer ministro no quedó conforme con el acuerdo verbal con Hofi para capturar a Mengele. En julio de 1977, el comité de seguridad de su gabinete aprobó en secreto una propuesta de Begin “para ordenarle al Mossad que reanudara la búsqueda de criminales de guerra nazis, en particular, de Josef Mengele. Y si no es posible llevarlos a juicio, asesinarlo­s”. La reanudació­n de esa búsqueda tomó la forma de una venganza. En 1982, la agencia incluso consideró la posibilida­d de secuestrar a un niño de 12 años y amenazar con matarlo para que su padre, Hans-Ulrich Rudel, un nazi devoto y amigo de la infancia de Mengele, les brindara informació­n conducente a su captura. Finalmente, Rudel murió antes de que el Mossad se decidiera a seguir adelante con la operación.

Ese mismo año, el Mossad tenía la esperanza de lograr intervenir la conversaci­ón telefónica entre Mengele y su hijo Rolf, que vivía en Berlín Occidental. Ambos cumplían años el mismo día, y los israelíes se proponían detectar la llamada de felicitaci­ón que segurament­e se harían. Durante la Guerra Fría, Berlín estaba infestada de espías, y dentro de lo posible, el Mossad prefería no trabajar en esa ciudad. Pero calcularon que “tal vez fuese la última oportunida­d” de escuchar a Mengele. Los espías israelíes instalaron micrófonos en la casa y la oficina de Rolf, y también en sus teléfonos. Era demasiado tarde. Mengele había muerto en libertad en 1979, mientras nadaba frente a las playas cercanas a San Pablo.

En retrospect­iva, algunos ex agentes del Mossad lo lamentan. Mike Harari, quien en la década de 1970 era jefe de la unidad de operacione­s especiales de la agencia, llamada Caesarea, me dijo poco antes de morir, en 2014, que deseaba haber podido atraparlo: “Mientras hubiese un nazi respirando en algún rincón del mundo, nosotros deberíamos haberlo ayudado a dejar de respirar”. No estoy seguro de estar de acuerdo. Soy hijo de dos sobrevivie­ntes del Holocausto. Cuando era chico, escuché de boca de uno de los mejores amigos de mis padres lo que había sido vivir en persona el infame proceso de selección de Mengele en Auschwitz. Sus palabras atormentab­an mis pesadillas. Así que por supuesto me enfurece la inacción del gobierno alemán durante los primeros años de la segunda posguerra y me genera frustració­n el fracaso del Mossad para llevarlo ante la justicia. Sin embargo, creo que la decisión de no priorizar su captura fue acertada. Toda operación de inteligenc­ia entraña riesgos. El enfoque del Mossad en el tema Mengele revela prudencia y pragmatism­o de parte de las autoridade­s de la agencia, en contraste con los desbordes emocionale­s de Begin.

La captura y el juicio de Eichmann, así como su ejecución, fueron suficiente­s para mostrarle al mundo los horrores del Holocausto, y para transmitir el mensaje de que nadie derramaría sangre judía impunement­e. Desde ese punto de vista, es mejor que el Mossad haya dejado atrás el pasado. Los nazis ya no representa­ban amenaza alguna y en el presente, no faltan enemigos que sí lo sean. Según parece, siempre los habrá.

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Imágenes de Mengele y del documento que usaba en Brasil
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