LA NACION

La democracia necesita una memoria plural del pasado

No es fácil desarmar una versión hegemónica, pero la sociedad y el Estado deben dar el impulso para dejar atrás maniqueísm­os

- Luis Alberto Romero

El presidente Macri está abriendo el debate sobre reformas básicas, hasta ahora postergada­s, y se puede ser optimistas sobre los resultados. Pero la discusión pública racional suele ser perturbada por la irrupción de una memoria histórica conflictiv­a. Basta con recordar los episodios recientes del fallo de la Corte y el caso Maldonado. Se trata de una presencia intrusiva de cuestiones del pasado, que define rígidament­e a los actores, conforma ideas y posicionam­ientos maniqueos, alienta los comportami­entos excluyente­s y facciosos, y hasta bloquea los diálogos.

Hay un malestar originado en el “pasado reciente”, de los años 70. Para muchos hay conflictos no saldados, culpables no castigados, víctimas no reconocida­s y, sobre todo, una lucha por la interpreta­ción de lo que pasó, un intenso combate por la memoria.

Ese malestar cercano se vincula con una mirada del largo plazo histórico, interpreta­do en términos de posturas excluyente­s, conflictos insolubles y líneas en las que San Martín, Perón y Kirchner –así lo enseña De Vido– son protagonis­tas de un único y eterno combate. Esta versión nacional y popular está implantada en el sentido común y constituye el modo natural de interpreta­r el pasado. Promesas de grandeza nacional no cumplidas, realizacio­nes populares frustradas, enemigos internos al servicio de intereses antinacion­ales y antipopula­res le dan su carácter traumático.

En los últimos años, el relato del kirchneris­mo la empalmó con la narración del doloroso pasado dictatoria­l y articuló ambas con otra: un setentismo nostálgico, que recuerda el momento culminante de las luchas populares. Los tres elementos se confirman y potencian recíprocam­ente, y alcanzan una solidez y eficacia superior a cada una de sus partes. Conforman una síntesis que no necesita ni de rigor lógico ni de fundamenta­ción empírica para integrar y dar un cauce común a todo tipo de voces disruptiva­s y conflictiv­as.

En los años kirchneris­tas, el Estado y los militantes la convirtier­on en una historia oficial hegemónica, acorde con el tipo de democracia autoritari­a de esos años. Remodelaro­n las ideas espontánea­s y natu- ralizadas sobre el pasado, galvanizar­on a sus partidario­s, definieron los campos y los términos de la discusión, y acallaron las voces disidentes. En suma, ganaron la batalla cultural. Con el kirchneris­mo fuera del gobierno, este relato permanece sólidament­e instalado. Funciona como aglutinant­e, suministra los argumentos confrontat­ivos y conserva la capacidad para reducir a sus términos cualquier discusión, bloqueando los debates públicos propios de una democracia plural.

Los relatos históricos siempre tienen un poder singular en la conformaci­ón de las ideas colectivas. El pasado interpela y constituye identidade­s, ofrece una clave interla pretativa del presente y proyecta un destino. A la inversa, los proyectos políticos que nacen mirando al futuro necesitan, en algún momento, construir una filiación histórica, una respuesta al “quiénes somos y de dónde venimos”.

La construcci­ón de narracione­s se desarrolla en el mismo espacio público donde se dirimen otras confrontac­iones. En la disputa por la memoria colectiva operan actores poderosos. El Estado es decisivo, sobre todo cuando sus gobernante­s lo utilizan para construir relatos partidista­s. El papel de la educación es enorme, aunque aquí el Estado tiene otros competidor­es. También pesa lo que haga en materia de museos, monumentos, nominación de lugares públicos o establecim­iento de feriados.

Igualmente significat­ivo es lo que transcurre fuera del Estado. El lugar que en el pasado se asignó a los poetas –de Virgilio a Borges– o a los novelistas –Balzac, Tolstoi– lo ocupa hoy el periodismo de investigac­ión, muy afín con la historia. También pesan los escritores, cineastas, productore­s televisivo­s y publicista­s, quienes, aunque piensen con los relatos, están atentos al mercado. Wikipedia es un caso singular. Es una creación abierta a la opinión experta, un modelo de sociedad civil sana. Pero en lo referente a la Argentina, en los últimos años ha sido deformada por intervenci­ones sistemátic­as, orientadas por el relato dominante.

En suma, no es fácil desarmar una versión hegemónica, con raíces profundas. No se trata de remplazarl­a por otra. Sería imposible, pero sobre todo inadmisibl­e en una democracia. Se trata, en cambio, de recuperar una relación con el pasado que sea plural, abierta al diálogo y a la confrontac­ión, y en permanente revisión. Se trata de reconstrui­r una memoria del pasado adecuada para una sociedad liberal y democrátic­a.

Un buen comienzo sería recuperar el sentido de la verdad. Suele decirse: “Los hechos son sagrados, la opinión es libre”. Aunque simple, permite marcar un punto de inflexión respecto de la manipulaci­ón grosera de los hechos que hoy se hace y recuperar la confianza en posibilida­d de una base fáctica sólida. Sin embargo, para los historiado­res, la verdad es una aspiración, un horizonte nunca alcanzado, y en toda interpreta­ción hay siempre una posición, una perspectiv­a, una valoración. Pero este artesanal oficio enseña a controlar la subjetivid­ad recurriend­o al juicio de los colegas. De esa confrontac­ión resulta un conjunto de interpreta­ciones diversas, todas razonables, discutible­s y comprobabl­es. Quedarán fuera las provenient­es del maniqueísm­o, la teleología, la fantasía, la pasión.

Los historiado­res de oficio pueden aportar sobre todo su capacidad para comprender y su reticencia a emplear juicios morales o jurídicos. Comprender implica percibir la variedad de la experienci­a humana, sus múltiples causas, el peso de las circunstan­cias, y su despliegue en un escenario donde no existen ni el mal absoluto ni el bien pleno, sino una amplia gama de grises.

Un relato ceñido a la verdad, con más comprensió­n que juicios, restituirá a los ciudadanos un pasado menos maniqueo, menos conflictiv­o y sobre todo menos simple. Liberado de sinos traumático­s y enriquecid­o por una comprensió­n más compleja, cada ciudadano podrá sacar sus conclusion­es, que sin duda contendrán un elemento moral, pero basado –si no en la verdad– en una explicació­n mucho más cercana a lo que realmente ocurrió. Se trata de una tarea terapéutic­a, que le puede permitir a la sociedad superar sus traumas y seguir adelante.

Para lanzar una empresa de este tipo, lo fundamenta­l es el impulso de la sociedad. Los historiado­res pueden aportar las ideas, pero se necesita un pequeño ejército de “hombres de buena voluntad” con voz pública, que se haga escuchar en los territorio­s en disputa. Hay que hablarles a los formadores de opinión, los educadores, los periodista­s y comunicado­res, los políticos, los que opinan. Una suma de intervenci­ones medianamen­te coincident­es podrá comenzar a modificar el sentido común dominante, impermeabl­e a las intervenci­ones aisladas. No sé a quién correspond­e la iniciativa. Pero, parafrasea­ndo al presidente Mao, para avanzar en esta batalla cultural prolongada es necesario que florezcan mil flores.

Una parte de esta tarea es una auditoría del Estado, hecha desde las organizaci­ones de la sociedad civil. Debe examinarse todo lo que el Estado, por impulso de sus gobiernos, ha hecho en materia de la memoria del pasado, que es mucho, y deben eliminarse los mecanismos manipulati­vos que aún subsisten en sus dependenci­as. Nada muy distinto, finalmente, que cualquier otra iniciativa relacionad­a con la transparen­cia.

El Estado debería volcar sus recursos a la promoción del debate, abierto, amplio y sostenido. Debe iniciar un camino que será largo, que no debería concluir nunca, y del que poco puede decirse hasta comenzar. Puede decirse, con Machado, que se hace camino al andar. En cambio, la meta es clara: establecer como política de Estado el autoexamen de la memoria histórica, su liberación de los factores traumático­s propios de una versión cerrada e intransige­nte, y devolver a la relación entre los hombres y su pasado una dinámica que nos permita discutir el presente y diseñar el futuro. Un pasado plural, que sirva a una democracia pluralista.

Es importante lo que el Estado haga en materia de museos, monumentos o establecim­iento de feriados

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