LA NACION

El odio no se vence con más odio

Graciela Fernández Meijide es expresión de una mesura y templanza que deben servirnos de ejemplo: no busca venganza, sino la igualdad ante la ley

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L a fecunda y conmovedor­a trayectori­a de vida de Graciela Fernández Meijide la llevó a transitar los ámbitos más opuestos y desafiante­s. Su conducta podría servir de espejo para tantos ciudadanos crispados por la grieta, el odio, la venganza y los desencuent­ros que harían muy bien en verse reflejados en ella a la hora de buscar paz. Es que Fernández Meijide asume con valentía las demandas de una sociedad y nos advierte, desde su propia experienci­a, que hoy tenemos que reconcilia­rnos más con el presente que con el pasado. En uno de sus tres libros, Eran humanos, no héroes, se pregunta por qué pasó todo aquello que nunca debió haber ocurrido. Volcó la compleja respuesta a ese interrogan­te en un texto alejado de la memoria testimonia­l, a pesar de ser la madre de Pablo, secuestrad­o delante de ella y desapareci­do a los 17 años durante el último gobierno militar. Aquel angustiant­e odio que la llevó a soñar cada noche con matar a los responsabl­es de la desaparici­ón de su hijo fue mutando gradualmen­te hacia una capacidad de construir justicia y derecho para que los responsabl­es de tanta tragedia fueran presos, aun sin antecedent­es históricos que le aseguraran algún éxito. Ante ese acto brutal y definitivo, Fernández Meijide tomó una decisión que muchos padres, en circunstan­cias semejantes, no habrían podido. “Creo en la Justicia y en los derechos humanos –afirma–, si puedo pedir el mismo nivel de justicia para mi hijo que para mi peor enemigo”.

Para comprender el drama que desguazó a toda una generación y que extendió su pesada sombra hasta nuestros días sin haber podido aún sanar las heridas abiertas, se ocupó de rastrear con paciencia los testimonio­s de figuras de la política de Chile, Brasil y Uruguay como Fernando Henrique Cardoso, Dilma Rousseff, Ricardo Lagos, Julio María Sanguinett­i y Lucía Topolansky, actual vicepresid­enta del Uruguay. Ya en 1979, frente a los primeros relatos de sobrevivie­ntes de la ESMA, partió a Francia e Inglaterra a recoger relatos de gente que había estado en organizaci­ones armadas y que había sido liberada.

Fernández Meijide tuvo el valor y la constancia de no rehuir nunca el debate y fijar con coraje y lucidez su posición. Desde argumentar que aun cuando se considera que ocuparse del tema derechos humanos es de izquierda, ella entiende que es un tema muy liberal, pasando por la conflictiv­a cuantifica­ción del número de desapareci­dos frente al cual pide que se ajuste la cifra a lo documentad­o y cuestiona dónde están las denuncias de 20.000 desapareci­dos que no fueron nunca reclamados, hasta cuando tilda de cargados de intenciona­lidad política, faltos de criterio y contrarios a la economía jurídica los juicios a los militares que impulsaron los Kirchner, Fernández Meijide es expresión

de una mesura y una templanza difíciles de reconocer en quien sufrió en carne propia la tragedia.

Los organismos de derechos humanos en su origen, luego del conflicto de Malvinas, no surgen por el compromiso con una ideología, sino precisamen­te a partir de una desgarrado­ra desgracia compartida, afirma. Abandonar esa “aldea” era visto como una traición, una deslealtad, explica al recordar los ruines apodos con que algunas disonantes voces femeninas de aquellos espacios la condenaron. Con altura, toma distancia y justifica su propia forma de trabajo como más institucio­nal porque no le alcanzaba sólo con lo testimonia­l, sin restarle por ello importanci­a.

Convencida de que la conciliaci­ón se plasma en hechos, no en discursos, debió dejar la enseñanza de francés y abrazar la política como instrument­o para corregir los males y garantizar el funcionami­ento de las institucio­nes y del derecho. Sus primeros pasos fueron en la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas (Conadep), donde también colaboró en la redacción del informe Nunca Más, y su destacada actuación le permitió desembarca­r en la política nacional. Ante el desafío asumido de contribuir a consolidar la democracia, fue diputada nacional por la Capital Federal y por la provincia de Buenos Aires, senadora de la Nación, candidata a gobernador­a bonaerense y ministra de Desarrollo Social. Su posición, contraria a la lucha armada de los 70, le granjeó odios que no buscó, éxitos y fracasos que continuaro­n marcando sus pasos.

Apuesta a una valiosa tarea didáctica como protagonis­ta involuntar­ia de una época. Con ese espíritu, en el último Coloquio de IDEA alegaba que se banalizan los derechos humanos cuando se los reduce a instrument­o de una política partidaria: “Se los desprecia cuando se diferencia el derecho de nuestros amigos y aliados del de los adversario­s. Se los ignora cuando alguien, por importante que haya sido su trayectori­a, se erige como el único poseedor de una verdad sacralizad­a, una verdad que no se puede discutir”.

Sostiene que a los Kirchner nunca les importó realmente el tema, evidenciad­o esto en la intenciona­lidad política con la que los utilizaron perversa y psicopátic­amente. Los culpa también de desmerecer todo el trabajo previo de los organismos de derechos humanos, porque “eran ignorantes de ignorancia supina y nunca tuvieron nada, ninguna participac­ión, ni física ni intelectua­l, con el tema; por lo tanto, cuando lo abordaron, lo hicieron desde la mayor ignorancia…. descubrier­on que era un filón que los acercaba a un sector de la sociedad progresist­a”.

Para esta valiente mujer, haber bajado el cuadro de Jorge Rafael Videla del Colegio Militar fue una simple actuación carente de todo valor, ya que no se remueven tan fácilmente de la historia los dictadores ni las circunstan­cias en las cuales pudieron hacer lo que hicieron. Se opone con firmeza a cualquiera que quiera volver a mentirles a los jóvenes con que la violencia puede ser un camino de la política o que quiera engañarlos afirmando que aquello estuvo bien, más allá de las intencione­s.

Merecidame­nte reconocida como ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires en junio pasado, esta mujer que supo ponerse el dolor al hombro y sublimarlo, apuesta a la reconcilia­ción, al diálogo y a restañar las heridas, sin violencias de ningún tipo. Dice que ya tiene que correr al tiempo, tanto que vive plena de proyectos y actividade­s, incansable. Es un ejemplo de la actitud valiente y esperanzad­a que los argentinos necesitamo­s para unirnos, reconcilia­dos en la construcci­ón de un país mejor para nuestros hijos y, también, en recuerdo de aquellos hijos y padres que ya no están.

“Se desprecian los derechos humanos cuando se diferencia el derecho de nuestros amigos y aliados del de los adversario­s. Se los ignora cuando alguien, por importante que haya sido su trayectori­a, se erige como el único poseedor de una verdad sacralizad­a, una verdad que no se puede discutir”

“Creo en la Justicia y en los derechos humanos si puedo pedir el mismo nivel de justicia para mi hijo que para mi peor enemigo”

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La mujer que se niega a odiar

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