LA NACION

El abuelo que está obsesionad­o con ganar la audiencia femenina

- Cristian Grosso

Un tango le avisa a Bilardo que en su celular entra el enésimo llamado. Vaya casualidad, el ringtone de Menotti también es una melodía arrabalera. “¿En serio?”, abre bien los ojos y pregunta, enterado de la coincidenc­ia. Hace 22 años que su programa, ‘La Hora de Bilardo’ está al aire. Llega temprano a La Red, ahora en la calle Carranza, y graba. Tiene una obsesión que demuestra que el espíritu competitiv­o no se apaga: quiere ganar la franja de mujeres en la medición de audiencia. “Los hombres ya están, ya están… pero no podemos con las mujeres”, repite con empecinami­ento. Como si una rutina de mil centros al segundo palo obligase a extender la práctica mucho más allá de un horario lógico. Y desafíos extravagan­tes siempre han sido su especialid­ad.

Hubiese sido un buen médico, confiesa. Habla con gratitud de sus profesores y colegas en el Hospital de Clínicas, el Hospital Alvear y el Sanatorio Otamendi. Ahora, camino a los 79 años, intenta ser un buen abuelo. Tiene dos nietos. Hace un tiempo concurrió a la fiesta de graduación de la escuela primaria de Micaela, la mayor. Fue su primer acto, todos los anteriores se los perdió… y le pesa. Martín, el menor, es fanático de Boca. “Juega bien, bien, bien. Jugamos en el country y se banca las patadas”, cuenta antes de revelar que un día lo puso en aprietos: “Abuelo, ¿cómo se llama Neymar?, me dijo. Y qué se yo, los brasileños se ponen cada nombres…” Disfruta de la familia Bilardo. Solamente a ellos abraza, a su mujer Gloria, a su hija Daniela y a sus nietos. A nadie más. Una costumbre histórica para ponerse a salvo de los oportunist­as, aquellos que pueden sacarse una foto y meterlo en problemas. “Lo aprendí en Colombia, allá me dijeron: ‘acá no se abraza a nadie’. Y lo tomé”, cuenta este hombre anclado en varias costumbres. Inoxidable­s.

En la casa de Caballito cree que debe tener más de 500 partidos grabados en VHS… ¿Qué destino tendrán...? “Qué se yo…, pero creo que mi señora los está regalando. Cada vez que paso, miro... y me parece que hay menos”. Va a la cancha, pero elige partidos con baja marquesina. No es extraño encontrarl­o en la platea de Vélez. “Pero pago la entrada –aclara–, me gusta, me gusta, voy y pago”. Lo llaman una y mil veces al celular. Propuestas de charlas, congresos, exposicion­es y entrevista­s. Ya no contesta como antes. Se reserva más tiempo para la familia. Suena y suena el télefono y el sonido de un bandoneón acompaña los días de Bilardo.

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