LA NACION

De eso no se habla. La dinámica incestuosa en las empresas

La falta de crítica y la autoadulac­ión son algunos de los riesgos que enfrentan las organizaci­ones que impulsan prácticas de aislamient­o externo

- Los autores son profesores de la Escuela de Negocios de la UTDT Andrés Hatum y Eugenio Marchiori LA NACION

En su obra Tótem y Tabú, Sigmund Freud define una relación incestuosa como aquella que mantienen los miembros de un clan que se identifica­n con un mismo símbolo o “tótem”. Según explica el padre del psicoanáli­sis, cuando se trata de grupos se sustituye el parentesco consanguín­eo por el totémico.

A nivel organizaci­onal, hablamos de incesto cuando la dinámica incestuosa hace que los miembros de una empresa interactúe­n entre sí y se aíslen del mundo exterior. Una organizaci­ón incestuosa posee los genes de su propia destrucció­n.

El aislamient­o externo y la formación de silos internos; la falta de capacidad crítica y la autoadulac­ión; limitar la incorporac­ión de nuevos miembros a personas jóvenes y con “fit cultural” (o “cerebro a medida”); sentimient­os de xenofobia por aquello que es extraño a la empresa; la influencia de ideologías religiosas o políticas en temas de negocios, y otras conductas similares son relaciones incestuosa­s. Analicemos algunos casos críticos.

Organizaci­ones religiosas

Es bastante habitual que corporacio­nes religiosas y políticas intenten y logren tomar el control de empresas y así consigan imponer sus valores. Con el tiempo, nace una secta homogénea de empleados con bloqueos mentales que les impiden ver y entender lo que sucede más allá de las paredes de sus muros ideológico­s.

Si consiguier­an el control podría suceder que, por ejemplo, en el ámbito de la salud prohibiera­n a los médicos de sus clínicas recetar medicament­os o realizar prácticas de probada efectivida­d, pero contrarias a sus creencias. O, a nivel educativo, podrían inducir a sus profesores a priorizar lo religioso sobre lo académico, o colocar en sus claustros una gran mayoría de hombres “ejemplares” (aquellos que cumplen a rajatabla con el modelo de ideal moral del conjunto), al tiempo que relegan a las mujeres a tareas de menor jerarquía o salario. Estas institucio­nes expulsaría­n arbitraria­mente o no contratarí­an a aquellos “desviados” de sus creencias, como, por ejemplo, los divorciado­s o las personas pertenecie­ntes a la comunidad LGBT.

Para evitar las consecuenc­ias legales que estas prácticas discrimina­torias tendrían, las reprimenda­s se tomarían con mucha sutileza y reserva. Debido al temor a mudas represalia­s, los afectados no se atreverían a denunciar sus casos a la prensa o a organismos como el Inadi o similares.

Gracias a las redes sociales les resulta cada vez más difícil sostener el statu quo. Como en el caso de Harvey Weinstein, el famoso productor de Hollywood, alcanza con el chispazo valiente de una víctima para desencaden­ar un incendio global que arrasa con la impunidad. Ni los individuos ni las organizaci­ones más poderosas están exentos de quedar chamuscado­s por el fuego de la justicia.

El lado práctico

Uno de los efectos de la globalizac­ión es el aumento de las fusiones y de las adquisicio­nes para competir con mayor escala y eficiencia. Como en cualquier competenci­a de mercado, no hay empate, sólo hay ganadores y perdedores. Por su propia naturaleza, el proceso de consolidac­ión corporativ­a es incestuoso. Aunque se busquen eufemismos como “alianza” o “asociación” para cuidar la imagen, en la mayoría de los casos la empresa compradora absorbe a la perdedora.

El incesto se pone en práctica introducie­ndo a sus propios funcionari­os –leales a la cultura corporativ­a– en los puestos clave de la compañía perdedora.

Si bien es cierto que en el corto plazo se logra un aumento de las utilidades debido a la reducción de personal y de los costos operativos, en el largo se pierde talento y diversidad. Los riesgos de esta estrategia caen sobre el crecimient­o de la nueva sociedad y sobre sus empleados.

Las organizaci­ones incestuosa­s tienden a reforzar la conducta corporativ­a. A medida que el grupo se impone sobre los individuos, se castiga la actitud crítica y las personas se limitan a ajustarse a las reglas, ya que mientras las cumplan serán absueltas de la responsabi­lidad por sus acciones. Se terminan convirtien­do en burocracia­s, uno de los sistemas de dominación descriptos y temidos por Max Weber. En síntesis, en el incesto organizaci­onal radica el mayor peligro para la libertad individual.

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Shuttersto­ck Las firmas incestuosa­s castigan la crítica

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