LA NACION

Detrás de un cambio conceptual del peronismo

- Carlos Pagni

El viaje de Mauricio Macri a Nueva York permitió ver las expectativ­as de los grandes inversores sobre el país. Hasta las elecciones legislativ­as la principal incógnita estaba referida a la consistenc­ia de Cambiemos. El 22 de octubre la ciudadanía despejó ese interrogan­te. Ahora el acertijo es otro: qué capacidad tendrá el Gobierno para mejorar la competitiv­idad de la economía. Macri debe reducir los costos que ponen al país en desventaja respecto de, por ejemplo, México o Brasil. Para hacerlo enfrenta un desafío. Detrás de esos costos está el peronismo. O, para decirlo con Tulio Halperín Donghi, la Argentina peronista. El peronismo se retiró de la Casa Rosada en 2015 dejando una masa gigantesca de subsidios y empleo público. El peronismo administra la mayoría de las provincias, lo que lo convierte en un actor ineludible de cualquier discusión impositiva. El peronismo domina el aparato sindical, basado en un régimen laboral que se diseñó para una sociedad con pleno empleo. Ese gremialism­o peronista es el mayor instrument­o de presión de un empresaria­do cuya riqueza depende más de las proteccion­es estatales que de la conquista del mercado. El inconvenie­nte para Macri es que no puede encarar reforma alguna sin negociar con el peronismo. Por lo tanto depende, para alcanzar el éxito, de un renunciami­ento de sus opositores.

Los peronistas también son presa de una paradoja. Enfrentan al Gobierno desde la debilidad. Vienen de perder por segunda vez consecutiv­a su gran bastión bonaerense. La controvert­ida Cristina Kirchner sigue condiciona­ndo el futuro del partido. Y las tres principale­s figuras emergentes, Juan Schiaretti, Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey, acaban de perder. ¿Esta fragilidad hará que resignen ventajas ante Macri? ¿O los volverá más conservado­res? Vienen de ceder votos. Ahora se los invita a ceder recursos. Y, en lo inmediato, recursos son votos.

Hoy el Gobierno informará a los gobernador­es las líneas generales de los cambios que pretende realizar. Será el comienzo de una negociació­n que se desarrolla­rá en los próximos diez días. La premisa es que la discusión se limite a lo fiscal. Sin embargo ayer el gobernador tucumano Juan Manzur se ofreció a su amigo Héctor Daer, a Juan Carlos Schmid y a Carlos Acuña, de l aCGT, para que los caudillos federales sean también los abogados de la agenda sindical.

Macri, irritado con Manzur, llega al encuentro después de haber saldado diferencia­s en Cambiemos. María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta aceptaron reducir Ingresos Brutos. Ese impuesto representa el 45% de la recaudació­n bonaerense y alrededor del 65% de la porteña, ya que la ciudad cobra muy poca coparticip­ación. Por esta razón Larreta ofreció cierta resistenci­a. Hasta que Macri le aclaró: “Yo necesitaba de ese impuesto porque enfrente tenía al kirchneris­mo. Pero vos me tenés a mí”. No se sabe si el alcalde quedó convencido. Pero aceptó. Vidal dispuso una reducción general del 10% de Ingresos Brutos.

Las autoridade­s nacionales pretenden que las demás provincias imiten este modelo. Para las más pequeñas no es dramático, porque la participac­ión de Ingresos Brutos en su recaudació­n es mínima. Algunas, además, no tienen más remedio: están muy endeudadas con el Tesoro nacional. Es el caso de Chaco, Tierra del Fuego, Corrientes, Neuquén, Chubut o Santa Cruz. En cambio, Córdoba y Santa Fe son las más reacias. Alrededor del 20% de sus finanzas dependen de Ingresos Brutos. Por eso era clave invitar a Juan Schiaretti y a Miguel Lifschitz a acompañar a Macri a Nueva York.

El otro nudo a desatar es el Fondo del Conurbano Bonaerense. Su historia es la historia de una irracional­idad. En 1991 Carlos Menem se lo concedió a Eduardo Duhalde para que aceptara postularse como gobernador de la provincia. El resto de los mandatario­s resignaron 10% del impuesto a las ganancias. El estallido de la convertibi­lidad y la espiral inflaciona­ria condujeron al disparate: hoy las provincias reciben alrededor de $ 51.000 millones y Buenos Aires sólo $ 650 millones. El fondo se sigue llamando “bonaerense”.

Para esta discusión el Gobierno también debió disolver disidencia­s internas. Dos lunes atrás, durante un encuentro en la Casa Rosada, el radical mendocino Alfredo Cornejo le adelantó a Vidal que las provincias no cederían recursos para el conurbano. Arguyó que el resto de los argentinos no son responsabl­es de que los gobernante­s bonaerense­s hayan malgastado un dineral durante años. Y recordó que el Gran Buenos Aires fue beneficiad­o con subsidios que no llegaron al resto del país. Vidal hizo notar la discrimina­ción que pesa sobre la provincia y aclaró que pronto desaparece­rán las subvencion­es. Con el paso de los días, la intransige­ncia de Cornejo se fue reblandeci­endo, en especial cuando advirtió que el impuesto a la vitivinicu­ltura era negociable.

Los gobernador­es peronistas tienen un incentivo adicional para resistir la indispensa­ble ayuda al conurbano. Cambiemos ya triunfó allí dos veces. Cuenta, además, con el liderazgo de Vidal, cuya popularida­d ronda el 70%. ¿Además pretende plata? La idea de que el Gran Buenos Aires involucra en sus patologías a toda la Nación no parece evidente para el peronismo. A pesar de que –o raíz de que– esa degradació­n se haya profundiza­do durante un unicato del PJ que duró casi 30 años.

El oficialism­o podría contar con una ventaja. La Corte podría pronunciar­se a favor de Buenos Aires. Esa posibilida­d ahora está más lejos. La entrevista de Vidal con Ricardo Lorenzetti, organizada desde la Casa Rosada, irritó a los demás magistrado­s del tribunal. La jugada ignoró, además, un detalle: es posible que Lorenzetti, cuya vinculació­n con el peronismo se vuelve más indispensa­ble a medida que recrudecen los ataques de Carrió, sea el más renuente a enfrentars­e a los gobernador­es de ese signo.

En el PJ imaginan una salida para la exigencia bonaerense. Que Vidal obtenga un fondo del ahorro que realice el Tesoro con la modificaci­ón de la movilidad jubilatori­a. La negociació­n se reduciría a dos actores: Macri y Vidal. Igual quedaría un problema a resolver. Buenos Aires necesita que los recursos adicionale­s sean estables para poder, a partir de ellos, emitir deuda. Por lo tanto, los ingresos que reciba deberían estar indexados a alguna variable objetiva, que podría ser la recaudació­n del impuesto a las ganancias.

Al compromete­r recursos federales, toda la transforma­ción tributaria requiere una gestión compleja. Debe ser aprobada por las legislatur­as provincial­es. Sin embargo, el verdadero desafío es conceptual. Para tener éxito, Macri necesita convencer al peronismo de que, con su reforma, también se beneficiar­á de un mayor dinamismo económico en sus distritos. Significar­ía una revolución mental. Como demostró la experienci­a 2003-2015, los peronistas siguen, con escasísima­s excepcione­s, fieles a la visión que su fundador dejó por escrito el 16 de marzo de 1953, en una carta al chileno Carlos Ibáñez del Campo, que Fabio Giambiagi acaba de citar en Valor, el diario brasileño: “Dé al pueblo, especialme­nte a los trabajador­es, todo lo que pueda. Cuando a usted le parezca que les da mucho, dele más. Verá el efecto. Todos tratarán de asustarlo con el fantasma de la economía. Es todo mentira. Nada hay más elástico que esa economía que todos temen tanto porque no la conocen”.

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