LA NACION

Los varones ahora se abren camino en un mundo de mujeres

En la Argentina hay al menos 64 varones que acompañan a las embarazada­s y atienden nacimiento­s sin complicaci­ones; Onganía había decretado que era un trabajo que sólo podían ejercer mujeres

- Nicolás Rotnitzky

Aplausos. Lo segundo que escuchó Leandro Lencina cuando entró por primera vez a una clase de la Licenciatu­ra en Obstetrici­a fue eso: aplausos. Antes había oído un grito que venía desde el fondo del salón. “¡Un hombre en obstetrici­a!”, bramó una de las 90 mujeres del aula. Lencina estaba marcando un hito en la historia de la Universida­d de Buenos Aires (UBA) y, por eso, sus compañeras lo ovacionaba­n como si fuera una estrella de rock. Corría 2001 y hasta entonces ningún varón había podido inscribirs­e en la carrera que forma obstétrico­s, o más coloquialm­ente parteros. Una norma impulsada en el gobierno de Juan Carlos Onganía lo impedía desde 1967. Una modificaci­ón legal, 34 años más tarde, rompió con las barreras de género.

Sin embargo, la proporción de hombres en la profesión es ínfima. No existen cifras oficiales sobre cuántos parteros hay en todo el país. El Ministerio de Salud no cuenta con estadístic­as sobre el tema. En la Secretaría de Políticas Universita­rias del Ministerio de Educación de la Nación sólo hay datos desde 2010 hasta 2015. Allí se registran 1084 licenciado­s en Obstetrici­a. De esos, 65 son hombres; es decir, el 6 por ciento.

Ante esta situación, la nacion relevó en las 11 universida­des del país en las que se dicta la carrera, desde al menos 2001, que se recibieron 64 varones. Sin embargo, podrían ser más porque la Universida­d Nacional de Santiago del Estero tiene registros a partir de 2010. En la UBA, desde 2001, sólo cuatro obtuvieron el título.

Ana María Romero, vicedirect­ora de la licenciatu­ra en la UBA, no encuentra un motivo en particular, pero ensaya una respuesta para explicar el poco interés de los varones por la profesión: “Quizá piensan que no pueden tener un intercambi­o intenso con las embarazada­s porque no son capaces de sentir de la misma manera lo que las mujeres sienten en ese proceso”.

La partería es una de las profesione­s más antiguas de la humanidad. Originalme­nte era un oficio empírico, una tarea que se aprendía desde la experienci­a y se transmitía de generación en generación: siempre que hubo un nacimiento, alguien auxilió durante el trabajo de parto. Aquellas que lo hacían con más frecuencia se convertían en las mujeres de confianza de las embarazada­s, y así, en parteras. Partera, en francés, significa “mujer sabia”. Es una tarea tan vinculada a lo femenino que a lo largo de muchos años se creyó que los hombres estaban incapacita­dos para ejercerla.

Ser obstétrico –o partero– no es lo mismo que ser obstetra. Los obstetras son médicos que atravesaro­n los seis años de la carrera de Medicina y luego se especializ­aron en obstetrici­a durante cuatro más. Hacen cesáreas y atienden embarazos riesgosos tanto para el bebe como para la madre. En cambio, los obstétrico­s hacen otro tipo de seguimient­o. Educan a las embarazada­s, las acompañan a lo largo de toda la gestación y les enseñan a hacer los trabajos de parto. Se ocupan de los embarazos sin contratiem­pos y se ocupan de los partos naturales: “Somos los guardianes de los nacimiento­s”, explica Francisco Saraceno.

Este joven de 36 años se dio cuenta a los nueve de que quería trabajar en la atención de embarazada­s. Fue el segundo en inscribirs­e en la licenciatu­ra, pero el primero en conseguir el título en la UBA. “Vengo de una familia de médicos, pero somos especies diferentes. Ellos hablan otro idioma: yo quiero estar desde lo saludable, lo natural”, describe. Ahora es docente en la carrera, asiste en un grupo que se llama Parir en Casa y además integra el colectivo Las Casildas, una agrupación que lucha contra la violencia obstétrica.

Lencina también tiene 36 años y cursó gran parte de la carrera con Saraceno. Eran los únicos hombres en un mundo de mujeres, con profesoras que pedían “chicas, copien esto” y con personas que les decían que nadie los iba a elegir. Pero la convivenci­a, recuerdan, “fue buenísima”. La mayoría de sus colegas los recibieron con los brazos abiertos. Carolina Calivar tiene 35 años, es obstétrica y dirige la Unidad Sanitaria de Corsi, en Moreno. “Todos ellos poseen una gran capacidad de escucha para acompañar a las embarazada­s”, señala. Romero manifiesta: “Los hombres que logran desenvolve­rse en esto tienen una sensibilid­ad particular para ponerse en el lugar de la mujer”.

Embarazada de seis meses, Natalia Healy coincide con ellas. A los 23 años, espera su segundo hijo, y Lencina controla su embarazo otra vez. “Tratarme con un hombre me da seguridad. Como no sienten lo mismo, son más comprensib­les a la hora de darte una explicació­n”, afirma. Había elegido a una mujer para seguir el proceso, pero volvió con Lencina. “Como me dieron mal unos resultados y esta mujer no me supo explicar nada, volví con él”, cuenta.

Emociones

“Para mí no hay diferencia­s. Nuestra sexualidad no se juega en el momento del nacimiento. Yo necesito contar lo que sé, y ahí no importa si soy hombre o mujer”, opina Saraceno. Lencina, que atiende a 140 embarazada­s en la Sala Unidad La Victoria en Moreno Sur y asistió en cerca de 2000 partos, indica: “Quienes eligen atenderse con hombres, por lo que me cuentan, es porque somos más dulces, más suaves”.

Saraceno atendió, en su casa, el parto de Frida, su hija, que cumplió nueve años. “Para mí fue un posgrado, un momento increíble, la mejor fiesta que vivimos con mi pareja. Me tuve que preparar mucho para correrme del lugar de partero y ponerme en el de papá. Y lo disfruté un montón”, dice.

Lencina es padre de tres hijos: Emiliano, de diez; Enzo, de siete, y Nehuén, de tres. En el nacimiento del primero no se sentía preparado, pero atendió los partos de los otros dos: “¡Me temblaban las piernas! Cumplía una doble función, de marido y de partero. Intentaba contener a mi mujer, ¿pero quién me contenía a mí? Tenía que regular la excitación, la ansiedad de que todo saliera bien. Pero fueron dos partos hermosos”, recuerda. A pesar de ejercer como obstétrico, Saraceno todavía vive cada parto con entusiasmo: “Me emociono. Son increíbles. Somos muy afortunado­s en poder vivir esos momentos”.

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