La mesa chica cambió el mutismo por los elogios
lejanos y autosuficientes. Cerrados, como una familia impenetrable. Compañeros desde tiempos juveniles y amigos hace años, estaban convencidos de que ellos eran la selección argentina. La épica que rodeó el paso por el Mundial de Brasil 2014 confundió a algunos. Jugadores que casi no hablaban, con liderazgos muy concentrados en poquísimos apellidos. Dos. Demasiados silencios que condicionaban a los entrenadores. Costaba saber qué opinaban, qué preferían. Un grupo de futbolistas comprometido con sí mismo. Una generación extraña.
Necesitaban ayuda. Necesitaban límites, estructura, organización. Dejarse liderar. Confiar, delegar. Finalmente cambiaron de postura. ¿Por qué? Porque se asustaron cuando no llegar a Rusia se les apareció como un espectro burlón. Ahora, clasificados, saben que esta Copa será la despedida de la selección para la mayoría de la mesa chica. Además, porque ven en Sampaoli a alguien de su estatura. De nivel internacional. “Ya no nos sentimos abandonados”, le confesó al entrenador uno de los históricos. Sampaoli cuenta con identificación y lealtad, mientras que los jugadores ya no se refugian como antes en la queja por cuerpos técnicos lejanos y desactualizados.
Los más jóvenes están sorprendidos por el grado de minuciosidad del trabajo de Sampaoli y, especialmente, de sus colaboradores. Los más grandes se sienten respaldados por una metodología de elite, más el contagioso fervor del DT para acompañar cada análisis. Hubo una fecha clave: el 8 de agosto. El día que Messi decidió abrir su casa y hacer un asado para recibir a Sampaoli y Beccacece. Un hecho sin antecedentes. Ese guiño fue determinante en la refundación de la selección. La onda expansiva del gesto llegó hasta el último compañero, que entendió que el capitán estaba ordenando un alineamiento: había que creer en este hombre.
Esta generación, tan activa en las redes sociales, en temas sensibles nunca se expresaba. Actuaba desde el silencio frente a los entrenadores de turno, pero con gestos y evasivas condicionaba un proyecto. Como nunca antes, esta vez los líderes eligieron comprometerse. Tomar posición. “Veo una persona muy inteligente, que tiene muy claro lo que quiere de sus equipos; la manera de vivir, lo que hace, la manera en que prepara a sus equipos. Es lo que veía en Chile o en Sevilla, era lo que esperaba”, describió Messi a Sampaoli. Un estilo inusual, más allá del arte de seducción del entrenador.
Ellos, estrellas indiscutidas en Europa, protagonizaron ciclos oscuros y traumáticos. Ellos estuvieron con Basile, Maradona, Batista y Bauza. Nada es casual. Sólo con Sabella y Martino jugaron tres finales, entrenadores que se expusieron al desgaste. Por cierto, Sabella y Martino en un momento eligieron alejarse de la selección. No por ellos, pero también por ellos. “El entrenador está buscando la base, que no la tiene clara todavía, y trata de innovar. Quiere protagonizar, que seamos ofensivos, le gusta eso. Hablo mucho de fútbol con él, te da la oportunidad de opinar y la aprovecho. A los dos nos gusta eso”, le contó Mascherano a la nacion en Moscú. El Jefe se puso a disposición sin condiciones antes de su última función. Los futbolistas que gruñían por la falta de método y cercanía se quedaron sin reclamos. Abandonaron la ingratitud de la autogestión y mostraron un perfil desconocido. Comprendieron la insensatez de la soledad.
el susto de verse afuera de rusia quebró un hábito: ahora los grandes promueven el diálogo