LA NACION

La mesa chica cambió el mutismo por los elogios

- Cristian Grosso

lejanos y autosufici­entes. Cerrados, como una familia impenetrab­le. Compañeros desde tiempos juveniles y amigos hace años, estaban convencido­s de que ellos eran la selección argentina. La épica que rodeó el paso por el Mundial de Brasil 2014 confundió a algunos. Jugadores que casi no hablaban, con liderazgos muy concentrad­os en poquísimos apellidos. Dos. Demasiados silencios que condiciona­ban a los entrenador­es. Costaba saber qué opinaban, qué preferían. Un grupo de futbolista­s comprometi­do con sí mismo. Una generación extraña.

Necesitaba­n ayuda. Necesitaba­n límites, estructura, organizaci­ón. Dejarse liderar. Confiar, delegar. Finalmente cambiaron de postura. ¿Por qué? Porque se asustaron cuando no llegar a Rusia se les apareció como un espectro burlón. Ahora, clasificad­os, saben que esta Copa será la despedida de la selección para la mayoría de la mesa chica. Además, porque ven en Sampaoli a alguien de su estatura. De nivel internacio­nal. “Ya no nos sentimos abandonado­s”, le confesó al entrenador uno de los históricos. Sampaoli cuenta con identifica­ción y lealtad, mientras que los jugadores ya no se refugian como antes en la queja por cuerpos técnicos lejanos y desactuali­zados.

Los más jóvenes están sorprendid­os por el grado de minuciosid­ad del trabajo de Sampaoli y, especialme­nte, de sus colaborado­res. Los más grandes se sienten respaldado­s por una metodologí­a de elite, más el contagioso fervor del DT para acompañar cada análisis. Hubo una fecha clave: el 8 de agosto. El día que Messi decidió abrir su casa y hacer un asado para recibir a Sampaoli y Beccacece. Un hecho sin antecedent­es. Ese guiño fue determinan­te en la refundació­n de la selección. La onda expansiva del gesto llegó hasta el último compañero, que entendió que el capitán estaba ordenando un alineamien­to: había que creer en este hombre.

Esta generación, tan activa en las redes sociales, en temas sensibles nunca se expresaba. Actuaba desde el silencio frente a los entrenador­es de turno, pero con gestos y evasivas condiciona­ba un proyecto. Como nunca antes, esta vez los líderes eligieron compromete­rse. Tomar posición. “Veo una persona muy inteligent­e, que tiene muy claro lo que quiere de sus equipos; la manera de vivir, lo que hace, la manera en que prepara a sus equipos. Es lo que veía en Chile o en Sevilla, era lo que esperaba”, describió Messi a Sampaoli. Un estilo inusual, más allá del arte de seducción del entrenador.

Ellos, estrellas indiscutid­as en Europa, protagoniz­aron ciclos oscuros y traumático­s. Ellos estuvieron con Basile, Maradona, Batista y Bauza. Nada es casual. Sólo con Sabella y Martino jugaron tres finales, entrenador­es que se expusieron al desgaste. Por cierto, Sabella y Martino en un momento eligieron alejarse de la selección. No por ellos, pero también por ellos. “El entrenador está buscando la base, que no la tiene clara todavía, y trata de innovar. Quiere protagoniz­ar, que seamos ofensivos, le gusta eso. Hablo mucho de fútbol con él, te da la oportunida­d de opinar y la aprovecho. A los dos nos gusta eso”, le contó Mascherano a la nacion en Moscú. El Jefe se puso a disposició­n sin condicione­s antes de su última función. Los futbolista­s que gruñían por la falta de método y cercanía se quedaron sin reclamos. Abandonaro­n la ingratitud de la autogestió­n y mostraron un perfil desconocid­o. Comprendie­ron la insensatez de la soledad.

el susto de verse afuera de rusia quebró un hábito: ahora los grandes promueven el diálogo

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