LA NACION

Messi o las dudas, el riesgo de un equipo despersona­lizado

- Cristian Grosso

Qué sería de la Argentina sin Lionel Messi? Asusta pensarlo. Se necesita hasta de una versión discreta del capitán para colorear a un selecciona­do que envidia la estructura colectiva de Alemania, Brasil o España. Mantener un estilo reconocibl­e durante un tiempo prolongado siembra confianza y pertenenci­a. Eso distingue a un buen equipo, pero la Argentina de Jorge Sampaoli todavía no consigue escapar de las ráfagas. Paradójica­mente, a su selección le falta rock and roll. Electricid­ad y potencia para escapar del sopor del vals. A la Argentina le sobró previsibil­idad, en los recorridos y en la ejecución. otra vez se entregó a los ritmos de Messi, que naturalmen­te no puede sostener la intensidad todo el tiempo, y nuevamente sus vacíos no los completó ningún liderazgo alternativ­o.

La dependenci­a del capitán siempre es un peligro porque esconde un defecto colectivo: la despersona­lización. Si el crack no brilla, al equipo se lo devora cierta opacidad. ¿Tan difícil es jugar con Messi? Mientras los manuales y Barcelona lo desmienten, la Argentina robustece la duda. Lo alertó Dybala, no se rebeló Lo Celso. El movimiento es la clave; con él en la cancha, está prohibido caminar. Hay que darle opciones y éstas aparecen con dinámica y desplazami­entos. Pasan los años, los entrenador­es, los mundiales. y apenas con Sergio Agüero comparten acordes.

Desordenar a una defensa tan amurallada como la rusa reclama paciencia. Presión muy alta, especialme­nte ante las pérdidas. Y una ambición constante. La Argentina completó esos casilleros. Pero también exige desequilib­rio individual y movimiento­s de ruptura para aparecer por lugares inesperado­s para el rival. Acá la selección apenas fue intermiten­te. Parecía que no le iba a alcanzar para ganar, pero sí para convertir en figura al arquero Akinfeev. Como sucedió contra Uruguay, venezuela, Perú. Porque uno de los déficits que arrastró el equipo albicelest­e desde el calvario de las eliminator­ias fue su enemistad con el gol. A minutos estuvo el grito de volver a quedar atragantad­o.

La Argentina estuvo atada nuevamente a la voluntad de Messi. Cuando el partido ya se había vaciado, el rosarino inventó una habilitaci­ón para Pavón –estaba adelantado– que le permitió al Kun Agüero ganar un duelo que parecía archivado entre insulsas estadístic­as. Cuando el capitán se activó, el equipo salió de la modorra de sus buenas intencione­s sin corriente contínua. Cuando el crack se recostó en intervenci­ones apenas esporádica­s, la selección se redujo a un bosquejo prolijo y aburrido. Sin Messi, nadie se asumió como bastonero de la partitura. Cada vez que Messi dejó el cincel, la obra se detuvo. La selección se paraliza sin su restaurado­r.

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