LA NACION

La soledad de los que pierden el poder

julio de vido en prisión. El ex canciller y compañero de gabinete del diputado detenido cuestiona la mezquindad de quienes buscan comerse vivo al que cae en desgracia

- Rafael Bielsa —PARA LA NACION—

Fui durante tres años compañero de gabinete de Julio De Vido y me dolería que las cosas que se le imputan fueran ciertas

E l ex ministro y diputado Julio De Vido fue detenido el 25 de octubre pasado, sin haber prestado declaració­n indagatori­a, por orden de un juez que, a su vez, la había recibido de un tribunal ulterior (la Cámara de Apelacione­s).

Es necesario subrayar que el principio de “independen­cia judicial” contiene el de que ningún tribunal de alzada pueda obligar a los jueces de grado a decir algo en contra de sus conviccion­es; así, no es correcto llamarlo “superior”, sino “ulterior”. El concepto de “superior” (con su correlato en actos de indiscipli­na e insubordin­ación) es una noción propia del derecho militar y eventualme­nte de la administra­ción.

Adicionalm­ente, al arquitecto lo detuvieron porque se dio por bueno que él podría usar un poder residual para obstaculiz­ar la investigac­ión. Bien, se impone una pregunta: quienes hoy ejercen un poder principal –el que les toca a los que prevalecen democrátic­amente en las urnas–, y por lo tanto están en mejores condicione­s de obstaculiz­ar las investigac­iones que se están haciendo sobre ellos, ¿deben esperar ser tratados procesalme­nte del mismo modo? El mundo se compone de los unos, pero también de los otros.

La detención del 25 de octubre, precedida por la pérdida de las inmunidade­s parlamenta­rias, motivó que grandes porciones de la opinión pública adoptaran distintas reacciones, muchas fuertement­e arraigadas en el afán de arrancar algún bocado de carne del caído. Ese caldo de cultivo es el que actúa como estímulo para escribir estas líneas.

No me voy a centrar con profundida­d en los aspectos jurídicos parlamenta­rios y penales de su detención más que para sumar a lo dicho que, al momento de la votación sobre su desafuero, Julio De Vido ya había presentado su renuncia a la presidenci­a de la Comisión de Energía y había pedido licencia como diputado nacional. Algo me intriga: antes pensaba que era trascenden­te la voz de los integrante­s de algunos colectivos; por entonces, la tibieza que surge siempre de complacer al poder alentaba a pensar diferente. Hoy, cuando el poder cambió de manos, esas voces son por lo menos igualmente necesarias; sin embargo, no se oyen como ayer. Ignoro el porqué.

Paso, entonces, a los sentimient­os y razonamien­tos que me provoca el comportami­ento social. Nuestra vida es lo que crean nuestros pensamient­os, dijo hace siglos el empe- rador Marco Aurelio. Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho; y lo que vemos, una perspectiv­a de la verdad, no la verdad. Con ese alcance me expreso.

Quienes desde hace tiempo señalaban a De Vido imputándol­e diversas conductas disvaliosa­s (una minoría) se dividieron inmediatam­ente en, por lo menos, dos grupos.

Uno de ellos se comportó con circunspec­ción y no encontró nada para festejar; grupo minoritari­o. Los periodista­s Francisco Olivera y su colega Diego Cabot publicaron en abril de 2011 un libro sobre el ahora preso. Me consta, por versiones directas, que recibieron presiones de variado tipo y hasta… condolenci­as. Sin embargo, el jueves 25 y el sábado 28 de octubre, Olivera cubrió los sucesos con informació­n y sobriedad. Obvió las dentellada­s que ni su inteligenc­ia ni su índole necesitan.

Otro grupo compitió por la medalla de “primer adelantado” en haberlo denunciado. El exceso obsceno –que erosiona todo crédito moral– alcanzó el punto de hacer merecedor de la presea al que alzara más alto la copa de champagne (con la que brindaban por la desgracia del ex funcionari­o).

La gran mayoría de quienes se expresaron el día de la detención y en los siguientes podía ostentar bastante menos veteranía en su rol de denunciant­es. Compitiero­n por su tendón sanguinole­nto, torturando los adjetivos hasta dejarlos exhaustos. Así como la compasión tiene lugares comunes, la crueldad también.

Hay algo profundame­nte pernicioso en festejar como resultado de un esfuerzo propio lo que no lo es. Por lo general produce una alegría vicaria más cercana a la expiación de una culpa que a la serenidad y además exalta la competenci­a de quienes tampoco tienen mérito y encierran algún secreto en la cajonera del dressoir. Desde ya, esa actitud se apoya en la creencia tan difundida de que estar en la foto del millonario o en su fiesta trae fortuna por contigüida­d y que tomar distancia del apestado inmuniza y desinfecta. En el barrio del Abasto teníamos otro concepto de la solidarida­d, la amistad, el compañeris­mo. Y en los años de facultad, jamás leí norma alguna que prescribie­ra la humillació­n, el escarnio y la denigració­n públicos como requisito previo al juzgamient­o del que está imputado por incumplir la ley.

Quienes se comportaro­n de ese modo deberían pensar en que el poder siempre tiene una cualidad hipnótica que lleva a creer en su inmortalid­ad (esto incluye al poderoso del momento).

Un ejemplo de lo dicho es la calificaci­ón respecto del 25 de octubre como “día histórico”, exageració­n estrafalar­ia que compite en su desmesura con el analfabeti­smo que conlleva. ¡Pobres de nosotros, de nuestra patria querida, si esa jornada, que hubiera debido ser módica y corriente, es lo más histórico que somos capaces de ofrecer! Lo que no es bueno para la colmena no puede ser bueno para las abejas (Marco Aurelio): nada quiero para mi descendenc­ia de ese barro de la historia.

Los sectores que pusieron a semejante altura los episodios del 25 de octubre, parafrasea­ndo una frase difundida durante los años 90, podrían decir: “Estamos bien”. Los que tenemos otra idea de la historia patria les contestare­mos: “Están bien, pero vamos mal”.

Y pobres de nosotros si hemos disfrutado socialment­e de las fotos robadas a mandoble de celular de un hombre enfermo enfrentand­o a su destino: escenas propias del tristísimo capítulo “Oso blanco” de la serie Black Mirror, donde se refleja la retención del espectador promedio transforma­ndo todo en entretenim­iento puro.

Fui durante tres años compañero de gabinete de Julio De Vido y me dolería que las cosas que se le imputan fueran ciertas; igualmente, me duele que se eleve al grado de certeza aquello que sólo puede emanar, en una república, de un juicio oral, público y contradict­orio. No es un detalle estético, sino la base misma del Estado de Derecho.

Lo visitaré, si él lo desea; por mi parte, me siento en el deber de hacerlo. No creo que me tope en esa situación con los centenares de individuos con los que me cruzaba en alguna actividad en la que nos reunía la función pública y que se horrorizan hoy de lo que se beneficiar­on hasta ayer.

Estas cosas no son sólo argentinas y tampoco nuevas; cambian los instrument­os y los actores, pero el drama tiene argumento semejante. Javier Marías, recienteme­nte, citó una encuesta según la cual en los Estados Unidos un 62% de estudiante­s que se definen como cercanos al Partido Demócrata creen lícito silenciar a gritos un discurso que desagrade a quien lo escucha. En la década del 30, sitúa José Luis Cuerda la película La lengua de las mariposas, bello film en el que el anciano maestro don Gregorio, adorado por el niño Moncho –gallego y asmático–, sale de la municipali­dad escoltado por agentes del franquismo, ante una multitud que le grita “rojo” y lo repudia. La madre del niño le dice “ateo”; el padre, “asesino”, y azuzan al propio niño, que sigue al camión donde es subido tirándole piedras. Don Gregorio sólo lo había educado en la belleza y la dulzura.

No me gusta la muerte civil asestada tras la impunidad de la falta de riesgo; desprecio el abuso de las multitudes que conduce al linchamien­to adicional a la condena judicial. En este caso, la condena fue suplida por el atropellam­iento.

Soy consciente de las reacciones agrias que provocarán estas palabras, pero son precisamen­te esas motivacion­es lo que refuto con el texto. Me gustaría que quienes lo lean no piensen en el juicio que se formaron de Julio De Vido y tampoco en cómo fue que se lo formaron.

Piensen en lo que digo. De pensar en Julio me ocupo yo.

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