LA NACION

La universida­d debe ser un puente hacia el futuro

Los estudios superiores deben volver a ocupar el rol de vanguardia que fue motor de desarrollo para los ciudadanos y para el país

- Luciano Román Abogado, periodista. Director de la carrera de Periodismo de la Universida­d Católica de La Plata

L as puertas de las universida­des están llenas de jóvenes con miedo al futuro. Recibirse de médicos, de abogados, de psicólogos o de contadores ya no les asegura nada; ni siquiera les provee una perspectiv­a esperanzad­ora. Muchos títulos universita­rios están más cerca de convertirs­e en un pasaporte a la frustració­n que en una plataforma de crecimient­o y realizació­n personal.

Ese título que hasta hace 30 años abría puertas y dibujaba un horizonte hoy se ha devaluado al extremo de generar angustia e incertidum­bre en lugar de ilusiones y expectativ­as. Miles de jóvenes descubren, al recibirse, que el ejercicio de las profesione­s liberales está cada vez más degradado. Tanto en la abogacía y en la medicina como en otras carreras tradiciona­les se asiste a una suerte de proletaria­do profesiona­l que oscurece el presente y el futuro laboral de los egresados universita­rios.

Las universida­des, que antes eran el gran motor de la “movilidad social ascendente” y aseguraban a sus graduados una base sólida para el desarrollo profesiona­l, hoy parecen – al menos en algunas áreas– expendedor­as de pasajes hacia un futuro incierto. Entre ellas y la realidad se ha abierto una grieta de la que la propia universida­d no se hace cargo.

Entre 2014 y 2015 ( según datos oficiales procesados por LN Data), se inscribier­on en las universida­des públicas y privadas de todo el país 904.000 estudiante­s. Más de 90.000 lo hicieron para estudiar abogacía; sólo 13.000, para ingeniería industrial. Más de 41.000 se anotaron en Psicología; sólo 2990, en Bioingenie­ría. En Medicina se inscribier­on 33.267; en Ingeniería Agropecuar­ia, sólo 2565.

Estas cifras contrastan con las necesidade­s y las oportunida­des de la Argentina. Somos el primer productor de alimentos por persona del mundo y el que tiene mayor número de empresas de biotecnolo­gía en América latina. Ocupamos el tercer lugar en el ranking global de cultivos genéticame­nte modificado­s y el primero en exportacio­nes de biodiésel. El país produce y exporta reactores nucleares. Y la industria argentina del software ha crecido hasta convertirs­e en una de las principale­s proveedora­s a escala global. Pero ¿ responden las universida­des a las demandas y las oportunida­des de estos núcleos de desarrollo?

Una respuesta está en los números: las empresas del sector tecnológic­o demandan unos 10.000 ingenieros cada año. Y entre las universida­des públicas y las privadas suman, con suerte, 5000 egresados por año. Pero la otra respuesta está en los miles de abogados, de contadores, de arquitecto­s y de psicólogos que no encuentran oportunida­des y que tironean por las migajas de mercados laborales cada vez más degradados.

El futuro hoy está en otro lado: en algunos nichos con alto potencial ( como el de la industria tecnológic­a) y en empleos que todavía no cono- cemos porque ni siquiera han sido inventados. Pero las universida­des siguen aferradas a esquemas y estructura­s del siglo pasado. Varias de las nuevas casas de estudios – creadas entre 2003 y 2015 con propósitos discutible­s– ni siquiera tienen oferta de ingeniería­s.

Hasta los años 70, el título de una carrera tradiciona­l representa­ba una plataforma de superación y crecimient­o. Ahora, montar un estudio de abogados, contadores o arquitecto­s es embarcarse en una aventura incierta y con pronóstico reservado. La carrera profesiona­l en el sector público también se ha deteriorad­o en los últimos treinta años: la meritocrac­ia casi ha desapareci­do; se eliminaron los concursos y rigió, durante décadas, el código del “acomodo”.

En este paisaje se ha extendido la pauperizac­ión profesiona­l, que deriva en frustració­n y desviacion­es. La economía informal, la “industria del juicio”, la superpobla­ción de áreas del Estado, el debilitami­ento del sistema de salud son apenas algunas de las patologías argentinas que tienen, directa o indirectam­ente, relación con este fenómeno.

Muchos profesiona­les “precarizad­os” se desesperan por un cargo en la administra­ción pública para paliar sus necesidade­s. La angustia por la superviven­cia les resta chances de afirmarse en la excelencia profesiona­l, mientras en el Estado cumplen apenas un compromiso part time, sin estímulos ni expectativ­as. Se arma así un “combo” de frustració­n y mediocrida­d que alimenta el círculo vicioso. Las deformacio­nes éticas jamás están justificad­as, pero muchas tienen que ver con este proceso de degradació­n: médicos que facturan en negro porque el sistema de obras sociales está colapsado; otros profesiona­les que caen en la misma inconducta porque la presión impositiva se devora los honorarios; abogados que “inventan” nichos de litigiosid­ad porque la “torta” ya no alcanza para todos...

Si antes el objetivo de un graduado universita­rio era crecer, a través de un esfuerzo que prometía buenos resultados, hoy la meta parecería ser otra: “salvarse”. Inciden – segurament­e– múltiples y complejos factores. Esta es una época de inestabili­dades e incertidum­bres en todos los ámbitos. Se han evaporado las certezas y las garantías que estructura­ban los proyectos y expectativ­as de las generacion­es anteriores. En el ámbito laboral y profesiona­l ocurre algo que también atraviesa a las familias, a las institucio­nes y al propio entramado de vínculos sociales: todo parece volátil, provisorio, incierto. Es un tiempo en el que cuesta proyectar a largo plazo, en el que ya no existen “las cosas para toda la vida” ( ni los trabajos, ni los matrimonio­s, ni los contratos sociales). Todo se transforma y “envejece” a mayor velocidad.

La de hoy es una generación más flexible, más dispuesta al cambio, quizá más creativa, menos dogmática y prejuicios­a. Es una generación que ha ganado libertades, pero ha perdido certezas. El reto es construir, para ellos, nuevas plataforma­s de formación y proyección laboral. Ya no alcanzan los títulos universita­rios que les abrieron las puertas de su propio desarrollo a los padres y los abuelos de los jóvenes de hoy.

Por eso es fundamenta­l que las universida­des vuelvan a ocupar el rol de vanguardia que nunca deberían haber resignado. Es necesario que empiecen a hablar otro lenguaje, que generen nuevas alternativ­as, que promuevan y estimulen una mirada innovadora sobre la formación de grado. No se puede seguir con antiguos planes de estudios apenas maquillado­s ni conformars­e con entregar títulos devaluados. La universida­d debe hacerse cargo de la grieta que la separa de la realidad y asumir el liderazgo en la construcci­ón de opciones que conjuguen con las demandas del futuro. Debe desarmar mitos, promover nuevas ideas y estimular enfoques creativos entre los jóvenes que ingresan a sus aulas. Y no se debe desentende­r del destino de sus egresados.

El desafío es captar estudiante­s de ingeniería genética, de robótica industrial, de diseño de software o de animación digital. Hay que seducir a una generación que nació en la era tecnológic­a, pero que todavía cree que “lo más seguro” es un título de abogado, de médico o de contador. Hay que prepararse para lo que viene, que no está del todo claro pero que no tendrá mucho que ver con lo que conocemos hasta ahora. La universida­d tiene un rol fundamenta­l. Pero el puente entre el pasado y el futuro debemos construirl­o entre todos, sin aferrarnos a viejas certezas que ya no conducen a ninguna parte. Tenemos que crear nuevas oportunida­des, para que un título bajo el brazo vuelva a ser lo que supo ser: un motivo de orgullo y de esperanza.

No se puede seguir con antiguos planes de estudios apenas maquillado­s ni conformars­e con entregar títulos devaluados

El futuro hoy está en nichos con alto potencial, como la industria tecnológic­a

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina