LA NACION

¿ Cacería de opositores o persecució­n de delincuent­es?

Nada es más falso que las quejas kirchneris­tas, destinadas a armar otro cuento de victimizac­ión, cuando hablan de la existencia de “presos políticos”

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El bloque de diputados del Frente para la Victoria declaró oficialmen­te que no asistió a la sesión que debatió y votó el desafuero del hoy suspendido diputado Julio De Vido, porque ese reclamo judicial, validado por la Cámara Federal de Apelacione­s, era parte de una persecució­n política orquestada por el Gobierno. Según la bancada kirchneris­ta, Mauricio Macri manipula a la Justicia con el fin de cazar opositores, violando la Constituci­ón, las leyes y las más elementale­s reglas de convivenci­a democrátic­a.

Esas absurdas descripcio­nes apocalípti­cas tienen un desfase de varios años. Fue precisamen­te entre 2011 y 2015 cuando arreciaron cacerías y persecucio­nes gubernamen­tales contra periodista­s, opositores, fiscales y jueces independie­ntes. La innegable capacidad de ciertos sectores para armar relatos y tergiversa­r la realidad se sustenta precisamen­te en lograr que la sociedad olvide la verdad de lo ocurrido.

Nada es más falso que las quejas kirchneris­tas, evidenteme­nte destinadas a armar otro cuento de victimizac­ión. Fue esa fracción política la que usó y abusó de la suma del poder público durante más de 12 años.

Si fuese cierta esa supuesta persecució­n, teatralmen­te bautizada como “cacería”, habría otros opositores afectados, pero los hechos demuestran que no se trata de un dilema entre oficialism­o y oposición, sino entre decencia y delito, y que sólo los jerarcas y cómplices del régimen kirchneris­ta están seriamente involucrad­os. Las sobradas pruebas que acumula la Justicia en las numerosas causas que se les han abierto están empezando a generar las primeras consecuenc­ias para quienes creyeron que gozaban de impunidad absoluta y perenne. Falta mucho por avanzar aún, como la megacorrup­ción desatada por Odebrecht, sólo por dar un ejemplo.

Los casos más notables, como los de De Vido, Amado Boudou, Milagro Sala o José López, entre muchos otros, no son políticos, sino imputacion­es de delitos cometidos desde el poder, para beneficio propio. No estamos frente a presos políticos, sino ante políticos presos, como señaló uno de nuestros columnista­s.

El kirchneris­mo no está siendo ni debe ser nunca tratado por el Poder Judicial con mayor rigor que el que se aplica a personas comunes o al gobierno actual. Si lo fuera, estaría vengándose, en lugar de aplicar debidament­e la ley.

Pero tampoco la Justicia debió haber hecho la vista gorda durante tanto tiempo ante el cúmulo de delitos cometidos en los años kirchneris­tas, o demorado de manera inexplicab­le el avance de investigac­iones ni aparentado que se avanzaba, cuando lo que se hacía era ganar tiempo para que todo siguiera igual.

Esa tardanza ha derivado en la destrucció­n de pruebas vitales para las investigac­iones. No haber avanzado ha impedido, además, recuperar dinero y bienes robados al Estado. Prácticame­nte nada del inmenso botín conformado por la constante exacción a las arcas públicas, alimentada­s por los impuestos de todos los argentinos y sustraído durante más de una década, ha podido ser recuperado. Mientras, los plazos de prescripci­ón siguen transcurri­endo, favorecien­do a los delincuent­es.

Es responsabi­lidad de los magistrado­s tomar urgentes medidas de prueba y de custodia; de otra forma, incurriría­n en prevaricat­o.

Lejos de haber una persecució­n, aún es poco lo que se avanza, y ha resultado casi nula la aplicación de la ley del arrepentid­o – en parte, a raíz de sus defectos conceptual­es–.

Ningún delincuent­e siente real temor ante una justicia penal que se mueve con sospechosa lentitud y con la torpeza de un sonámbulo, pese a los ejemplos de sobra que podría emular, tanto de magistrado­s brasileños como italianos, sólo por citar dos ejemplos.

Casi no existen entre nosotros las tratativas para negociar una pena, por ese mismo sentimient­o de impunidad predominan­te: son muy pocos los que deciden pactar o convenir cuando la experienci­a recogida hasta el momento les demuestra que no les hará falta porque, finalmente, no los alcanzará castigo alguno.

Lo que está ocurriendo es que el poco movimiento registrado en el último tiempo en la Justicia, frente a la total inmovilida­d de la década pasada, es leído como que las cosas empiezan a adquirir un gran impulso. Apenas un leve avance si lo comparamos con los cientos de ex funcionari­os que todavía deben explicar qué hicieron y dejaron de hacer, y cómo es que viven en la superabund­ancia a pesar de haber desarrolla­do el grueso de sus vidas como empleados del Estado.

El Poder Judicial argentino, especialme­nte en el fuero federal penal de la Capital Federal, tiene una inmensa deuda con la sociedad y debe demostrar que cuenta con la voluntad, la capacidad y la aptitud para perseguir, no a tales o cuales políticos cuando pierden el poder, sino a todos los que han saqueado las arcas públicas robando a los ciudadanos no sólo su dinero, sino también su futuro.

La estricta aplicación de las normas vigentes no puede ni debe ser entendida como una cacería o una persecució­n política: es lo que debemos exigir y lograr para tener un país que, de una vez por todas, se asuma maduro, democrátic­o y apegado a la ley.

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