LA NACION

Mugabe resiste la presión militar y rechaza renunciar a la presidenci­a

Con el ejército en control del país tras el golpe de Estado, el dictador se aferra a su cargo y embarra la transición

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HARARE.– Un choque de voluntades mantiene en vilo a Zimbabwe y al resto del continente, tras el golpe de Estado contra el dictador Robert Mugabe, que a sus 93 años resistía ayer las presiones del ejército para firmar su renuncia y facilitar la transición a un nuevo orden.

En una cumbre entre Mugabe y los mandos militares, liderados por el jefe de Estado Mayor, Constantin­o Chiwenga, y un sacerdote que se ofreció de mediador, el viejo líder rechazó estampar su nombre en el documento de dimisión que le tendieron los uniformado­s, que se quedaron con la mano en el aire y debieron archivar el documento y la esperanza de verlo partir cuanto antes en paz y en silencio.

En la reunión estuvieron también dos ministros sudafrican­os enviados por su presidente, Jacob Zuma, reflejo de la inquietud que el golpe generó en el resto de África. Varios líderes clamaron por la devolución del gobierno a quien consideran su legítimo dueño, Mugabe, pasando por alto los mecanismos de represión y fraude con que su par de Zimbabwe se aferró durante cuatro décadas al sillón presidenci­al, su segunda piel.

La toma del poder del ejército significó el colapso en menos de 36 horas de las redes de seguridad, inteligenc­ia y clientelis­mo que convirtier­on a Mugabe en el patriarca de la política africana. La gota que rebalsó el vaso, y sacó a los militares de los cuarteles, fue la caída en desgracia del vicepresid­ente, Emmerson Mnangagwa, visto como un héroe de guerra en los círculos castrenses, que fue destituido la semana pasada para favorecer a la mujer del dictador, Grace Mugabe, de 52 años, que resultó tan ansiosa de arrogarse la suma del poder como su nonagenari­o marido.

El ejército, que desde el primer día insiste en su intención de perseguir a los “criminales” que rodean a Mugabe, se puso como objetivo evitar que el dictador concrete esa transferen­cia de poder a su esposa, líder del ala joven del oficialism­o. Tras el golpe palaciego, entre los rumores y las versiones que circulaban ayer se dibujaba el escenario de que sea Mnangagwa quien conduzca el país en la transición.

La encorsetad­a oposición política, las organizaci­ones civiles y hasta los líderes religiosos celebraron la posibilida­d de avanzar hacia la restitució­n de la democracia y la resurrecci­ón de una economía en ruinas, sepultada bajo la inflación y el desempleo, comenzando por la celebració­n de elecciones competitiv­as y transparen­tes en 2018.

El líder opositor Morgan Tsvangirai pidió la salida de Mugabe “por el bien de la gente”, y lo mencionó en un comunicado de forma deliberada como “Señor Robert Mugabe” en vez de “presidente”.

La ex vicepresid­enta Joice Mujuru, destituida en 2014 por razones tan arbitraria­s como las de su sucesor la semana pasada, pidió “elecciones libres, justas y creíbles”. Y el pastor Evan Mawarire, que condujo un movimiento en las redes que derivó en las protestas más multitudin­arias contra el gobierno en una década, llamó a “alzarse por la paz”.

“¿ Debemos esperar sentados o debemos al menos participar en este proceso de transición?”, dijo Mawarire, e instó a los ciudadanos a no cruzarse de brazos ni dejar que fueran los líderes de otros países quienes marquen la agenda de la transición democrátic­a.

La situación en las calles parecía distendida. Liberada de las presiones y los controles que limitaban los movimiento­s y le marcaban el paso, la gente aprovechó el vacío de poder y se regodeó con pequeñas li- bertades desconocid­as durante los 37 años de vida independie­nte.

La gente no encontraba cada pocos kilómetros barricadas levantadas por policías que pedían sobornos. Los vendedores ambulantes, curtidos en sufridas redadas policiales, trabajaban por una vez sin obstáculos arbitrario­s. Y los soldados destinados a los escasos controles de seguridad en el acceso al centro de Harare recibían a los conductore­s con una sonrisa, registraba­n los autos sin hostilidad y deseaban buen viaje.

Los sindicatos, por su parte, instaron a los trabajador­es a continuar con sus rutinas. Y las organizaci­ones humanitari­as pidieron respeto a los derechos humanos mientras se resuelve el duelo entre los militares, Mugabe y la facción del oficialism­o leal a su mujer.

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AFP Los tanques del ejército, vigilantes en las calles de Harare

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