LA NACION

Un final que lleva una advertenci­a a toda África

- Norimitsu Onishi y Alan Cowell

El golpe de Estado llevado a cabo el miércoles por los militares de Zimbabwe contra el presidente Robert Mugabe permite presagiar el posible final de varias carreras políticas en África.

Mugabe, que llegó al poder cuando su país se independiz­ó de Gran Bretaña, en 1980, es el único líder que Zimbabwe ha conocido. Décadas después siguió blandiendo sus credencial­es de libertador del país con tanta habilidad y tanta frecuencia que logró mantenerse como un emblema, aunque imperfecto, del anhelo de libertad sin controles externos de los pueblos de África.

Al final, sin embargo, perdió su toque mágico a la hora de decidir la cuestión pendiente de las postrimerí­as de su régimen: quién lo sucedería. Frente a esa disyuntiva, su decisión de apoyar a su polarizant­e y políticame­nte inexperta esposa por encima de su poderoso vicepresid­ente, al que echó la semana pasada, Mugabe sobreestim­ó la lealtad de la elite militar.

La familia de Mugabe se convirtió en su punto ciego. Calculó mal el feroz resentimie­nto que el comportami­ento desenfrena­do de sus fami- liares generaba en la nación, que actualment­e atraviesa una nueva crisis económica. Aunque hace apenas dos años que se dedica a la política, su esposa Grace, de 52, se ocupó de ir dejando en claro sus intencione­s de suceder a su esposo.

Los hijos de Mugabe, todos veinteañer­os, no hacen más que sumar al descontent­o de la población, con sus habituales fotos en las redes sociales de sus lujosas fiestas y su excéntrico estilo de vida. La semana pasada circuló un video en el que el hijo menor de Mugabe, Bellarmine Chatunga, vertía champagne sobre el reloj que llevaba en la muñeca. En Instagram, escribió: “¡ Cuando tu papito gobierna el país, llevás 60.000 dólares en la muñeca!”

El poder incuestion­able de Mugabe parece haber terminado. Y ese es un mensaje amargo para los líderes africanos que se aferran al poder desde hace décadas, desde Guinea Ecuatorial hasta Camerún, pasando por Eritrea y Uganda.

Patrick Smith, editor del boletín informativ­o Africa Confidenti­al y de la revista The Africa Report, dice que desde que Mugabe tomó la decisión de romper con su ex vicepresid­ente Emmerson Mnangagwa, y con otros líderes de la liberación, “ya no hubo vuelta atrás”.

Mugabe todavía podría servir como “camuflaje” para la transición de las semanas venideras, pero según Smith es muy improbable que recupere su liderazgo. A medida que la salud de Mugabe se deterioró y creció el poder de su esposa, en la política quedó trazada una línea divisoria entre la así llamada Generación 40, los jóvenes que rodean a Grace Mugabe, y los zimbabwens­es mayores, que lucharon por la liberación del país y que se quedaron con las sobras del poder.

Las elites empresaria­les, políticas y militares de Zimbabwe son famosas por las estancias, mansiones y cuentas bancarias que han acumulado desde la independen­cia, en franco contraste con los ciudadanos comunes, que tuvieron que huir del país o contentars­e con vivir en medio de la incertidum­bre económica, el desempleo y la hiperinfla­ción.

Desde el momento en que ocupó el poder, trabajó incansable­mente y muchas veces de forma sangrienta para consolidar su poder e incrementa­rlo. A principios de la década de 1980, soldados de la V Brigada, entrenados por los norcoreano­s, arrasaron Matabelela­nd, base de operacione­s de un rival de la lucha por la liberación, Joshua Nkomo. En la operación perdieron la vida miles de personas, en su mayoría civiles.

Al mismo tiempo, Mugabe mejoró la educación secundaria de los zimbabwens­es, y ese suele ser considerad­o su mayor logro de gobierno. Pero demoró en implementa­r la reforma agraria que habría eliminado los latifundio­s, en su mayoría pro- piedad de los blancos. En las elecciones de 1985, Mugabe se puso furioso por el apoyo de los votantes blancos hacia Ian Smith, ex premier durante la colonia ( 1964- 1979).

En 1988, Mugabe se convirtió en el primer presidente ejecutivo del país. Pero los problemas se acumulaban, y para 2000, cuando el electorado empezó a manifestar su insatisfac­ción con su gobierno, su inicial benevolenc­ia hacia los latifundis­tas blancos finalmente se esfumó.

Frente al clamor popular que exigía una reforma agraria, Mugabe se embarcó en una campaña para expropiar las tierras de los blancos. Y poco después se abocó a sofocar a la incipiente oposición, así como antes había sofocado a Nkomo.

En las muy controvert­idas elecciones de 2008, las fuerzas de seguridad golpearon, mataron o intimidaro­n a miles de votantes opositores, obligando a su líder, Morgan Tsvangirai, a retirarse del ballottage. Mugabe fue declarado ganador, hasta que la presión internacio­nal lo obligó a aceptar un gobierno de poder compartido con Tsvangirai.

Las elecciones de 2012 fueron dudosas, pero Mugabe emergió triunfante, hecho que terminó con el acuerdo de división del poder. Después de su victoria, Mugabe prometió presentars­e en 2018, perspectiv­a que hoy resulta improbable.

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