Al rescate de las tinturas naturales Tintes naturales
Artesanos mexicanos reviven la antigua tradición de producir colores empleando plantas e insectos, para cuidar el medio ambiente
CCuando era chico, todos los otoños Porfirio Gutiérrez escalaba con su familia las montañas que se alzan sobre el pueblo, donde recolectaban plantas para fabricar los coloridos tintes que luego usaban en mantas y otros artículos tejidos. Recogían pericón, una especie de caléndula que les daba un color manteca a las madejas de lana; hojas de jarilla, de las que se obtenía un verde fresco, y el musgo de árbol conocido como “barba de viejo”, que teñía la lana de un amarillo pálido y pajoso. “Hablábamos de las historias de las plantas”, recuerda Gutiérrez, de 39 años. “de dónde crecían, de los colores que brindaban y del mejor momento para recolectarlas”.
Poseedor de un espíritu gregario y empresarial, Gutiérrez desciende de un extenso linaje de tejedores. Su padre le enseñó a tejer cuando era chico y hasta tejió la mochila que llevaba a la escuela. en el pueblito cercano a oaxaca, famoso por sus alfombras tejidas a mano, Gutiérrez y su familia forman parte de un pequeño grupo de artesanos textiles que trabaja para preservar el uso de tintas a base de plantas e insectos, técnicas que se remontan más de 1000 años en la tradición de los indios zapotecas.
los artistas textiles de muchos países se vuelcan cada vez más a los tintes naturales, en un intento por revivir las tradiciones antiguas e impulsados por la preocupación por los riesgos para la salud y el medio ambiente que conlleva el empleo de tintas sintéticas. aunque los tintes naturales sean más caros y difíciles de usar que los químicos que los han reemplazado ampliamente, producen colores más vivos y son más seguros y amigables con el medio ambiente que su contraparte sintética.
desde luego, los pigmentos naturales no siempre son benignos. las plantas de las que se extraen pueden ser venenosas y con frecuencia se usan sales de metales pesados para fijar el color a la tela. las tinturas se destiñen más rápido con la exposición a la luz solar que los colores producidos químicamente, por lo que puede decirse que las textiles que los usan son menos sostenibles. Sin embargo, los ambientalistas hace tiempo que se preocupan por los efectos dañinos del amplio abanico de sustancias químicas tóxicas – desde el azufre y el formaldehído hasta el arsénico, el cobre, el plomo y el mercurio– que se usan de forma rutinaria en la producción textil.
los vertidos de las fábricas textiles contaminan los cursos de agua y afectan los ecosistemas de todo el mundo. además, la exposición prolongada a los tintes sintéticos – descubiertos en 1856 por el químico inglés William Henry Perkin– se ha vinculado con el cáncer y otras enfermedades. “Son muy tóxicos”, dice Gutiérrez. “Mientras más conciencia logremos generar entre la gente, más artistas se volcarán a las tinturas naturales y se alejarán de los hilos teñidos con muchos químicos”.
Hace tiempo que Teotitlán del Valle es un centro neural del tejido, y se estima que en el pueblo hay 2000 telares, o incluso más. oliver Sacks, neurólogo y aficionado a la botánica, dice en su libro Diario de Oaxaca que el pueblo tiene “algo así como una casta de artesanos que se transmite por línea hereditaria”. “en Teotitlán del Valle, prácticamente todo el mundo tiene un conocimiento profundo y minucioso del tejido, el teñido y lo que estos implican: cardar y peinar la lana, devanar la hebra, criar los insectos en sus cactus favoritos, elegir las plantas de índigo adecuadas”, escribe Sacks.
Un oficio de hombres
Según norma Schafer, que escribe el blog oaxaca Cultural navigator (“el navegante cultural de oaxaca”) y ha estudiado la historia del arte y las artesanías de los indígenas de la región, la mayoría de los maestros tejedores del pueblo son hombres. no obstante, antes de la llegada de los españoles, a principios del siglo XVi, los tejidos en Teotitlán eran realizados por las mujeres usando telares de espalda. Schafer sostiene que los españoles llevaron los telares de pie y a pedal, y que los usaron para recompensar a los pueblos que los ayudaban a combatir contra los aztecas. ellos les enseñaron a los hombres zapotecas de Teotitlán cómo usar estos artefactos.
eventualmente, las mantas y los chales tejidos se convirtieron en la principal fuente de ingresos para el pueblo. Pero, según Schafer, fueron los estadounidenses que viajaban por el valle de oaxaca en los años setenta los que vieron la oportunidad de comercializar los coloridos tapetes tejidos a mano por los artesanos de Teotitlán. “Trajeron al pueblo los diseños de los navajos”, dice Schafer. “Y luego los vendían a precios bajos para que la gente decorara su casa al estilo del sudoeste”.
el aumento de la demanda provocó un incremento en la producción, con mayoristas que repartían los diseños para las alfombras entre los tejedores del pueblo y les pagaban por pieza. Hoy en día, cerca del 75% de la población de 5600 habitantes de Teotitlán participa de alguna forma en la labor del tejido. “Cada familia tiene su propia receta y todas las familias hacen su proceso de teñido de una manera diferente”, dice Schafer. la mayoría de estas alfombras están hechas con tintes químicos. Para 1978, cuando nació Gutiérrez, el noveno de once
hermanos, su familia sólo usaba tintes naturales para los artículos personales como las mantas.
A los 18 años, Gutiérrez dejó Teotitlán para ir a Estados Unidos, donde primero trabajó en un restaurante de comida rápida y luego como gerente de una fábrica de cemento en Ventura, California. Pasaron diez años antes de que regresara a Teotitlán a visitar a su familia, y para ese momento ya estaba completamente asimilado a la cultura estadounidense. “Fue un choque cultural enorme”, recuerda.
Riqueza cultural
Apoyado en el telar familiar mientras su padre trabajaba, escuchó historias sobre cómo había sido la vida en el pueblo y cómo había cambiado. Al final redescubrió su pasión por tejer. Y se dio cuenta de que así como él se había olvidado de la riqueza de su cultura, poco a poco el pueblo también estaba perdiendo sus tradiciones antiguas. “Ya no había mucha alma”, dice. “Estos tintes naturales estaban al borde de la extinción”. Gutiérrez y su familia decidieron crear su propio taller de tejido para usar sólo tintes naturales y enseñarles sus métodos a los demás. Su hermana, Juana Gutiérrez Contreras, es la maestra de teñido; combina siete u ocho elementos naturales para producir más de 40 colores. Su esposo, Antonio Lazo Hernández, también es un maestro tejedor y ayuda a desarrollar los diseños textiles.
El alumbre de potasio o potasa, un mineral que se encuentra en las montañas que rodean Oaxaca, se usa como mordiente para fijar el tinte a la lana. Además de las plantas que recolectan en las montañas, la flora común de los jardines locales – por ejemplo, el zapote negro, el marush y la granada– también se usa como fuente de tintes.
Los pigmentos de la planta del índigo y de las cochinillas, sin embargo, se consiguen en otro lugar. La planta de añil crece sobre todo en la parte sur del estado de Oaxaca. En cuanto a las cochinillas – cuya tinta se utilizaba en el pasado para colorear las casacas rojas de los soldados británicos–, se requieren decenas de miles de insectos para producir menos de medio kilo de tinte.
Así que el taller les compra el pigmento a las familias que cultivan los nopales que alojan a los insectos parásitos. Sólo las hembras producen el ácido carmínico responsable de la coloración rojo intenso. El tinte es tan inocuo que la familia lo usa para regar el jardín, mientras que los restos de la planta les sirven como abono.
En Teotitlán, Gutiérrez no es el único artesano preocupado por mantener la tradición del tejido zapoteca. Quizás una docena de familias del pueblo también usan tintes naturales de manera exclusiva y algunas capacitan a los turistas en las técnicas.
Gutiérrez afirma que su fluidez para comunicarse en inglés y su conocimiento de Estados Unidos – todavía vive la mayor parte del tiempo en Ventura– le dieron la oportunidad de llegar a un público más amplio. “Soy capaz de ver mi cultura desde la perspectiva de un extranjero y también desde la de alguien que está adentro, como parte de la comunidad”, dice Gutiérrez.
La familia está compilando un libro de recetas de tintes, fórmulas transmitidas de boca en boca durante siglos. Y Gutiérrez también trabaja para expandir hacia nuevos territorios los diseños tradiciona- les usados por los tejedores zapotecas; por ejemplo, al combinar lana con fibra de agave, con petate, hojas de palmeras – utilizadas desde hace miles de años para hacer tapetes para dormir– o con otros materiales naturales.
Legado
Gutiérrez ha donado muestras de materiales de tintura natural a la Colección de Pigmentos Forbes del Museo de Arte de Harvard. Y el año pasado, gracias a una beca del Museo Smithsoniano del Programa de Liderazgo de Artistas Indígenas de Estados Unidos, dio un taller de cuatro días para quince jóvenes tejedores en Teotitlán, en el que les enseñó la ciencia y la práctica de los tintes naturales. “Su reacción fue algo así como: Wow, déjenme probar, déjenme hacerlo”, dijo Keevin Lewis, quien dirigía el programa y hace poco se retiró de su cargo de coordinador de divulgación del museo. “Pusieron las manos en la lana, pusieron las manos sobre el tinte y estuvieron machacando cochinillas. Estaban más que interesados”.
En julio, el trabajo de Gutiérrez se presentó en la sección “Innovación” del International Folk Art Market (“Mercado de arte popular internacional”), que se realiza anualmente en Santa Fe, Estados Unidos. “Lo que mi familia y yo estamos haciendo es continuar un arte y honrar la tarea que comenzaron nuestros ancestros”, dijo Gutiérrez en esa oportunidad. “Creo que cuando la gente conozca más sobre estos procesos, va a apoyar este mercado, y así es cómo continuará”.