LA NACION

Un plan del Gobierno para “deskirchne­rizar” los derechos humanos

Cambiemos se propone tomar la iniciativa en un área sensible y central cooptada por el kirchneris­mo

- Laura Di Marco — PARA LA NACION—

Una tarde de infierno, los dos dogos de la jujeña Soledad Martínez, una de las víctimas de Milagro Sala, apareciero­n degollados, colgados de una medianera: fue el mensaje mafioso con el que la Tupac pretendió amedrentar­la para poder usurpar su casa. En 2006, una golpiza feroz desencaden­ó la muerte de Lucas Arias, militante de una organizaci­ón competidor­a de la puntera K. Los ultrajes que sufrió una empleada municipal, Ivana Velázquez, por negarse a ser acompañant­e sexual del “Reptil”, el hijo de Sala, también están debidament­e registrado­s. Sin embargo, todos estos estragos – y muchos otros– no fueron escuchados por la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos ( CIDH). Tampoco por Amnistía Internacio­nal.

Ni Abuelas ni Madres visitaron jamás a los familiares del soldado Alberto Ledo, por cuya desaparici­ón está procesado el general K César Milani. Los organismos de derechos humanos encabezaro­n un lo

bby internacio­nal para que la ONU expidiera un dictamen declarando la desaparici­ón forzada de Santiago Maldonado. Eugenio Zaffaroni, juez de la Corte Penal Internacio­nal – un representa­nte del Estado argentino, que debería ser imparcial– acaba de afirmar públicamen­te que en el actual “Estado de Derecho deteriorad­o puede pasar cualquier cosa”. ¿ Cómo se explica semejante parcialida­d? Usando un trazo grueso, hay dos razones: la hegemonía del kirchneris­mo en ese altar donde construyó su poder y la falta de una política macrista de derechos humanos, un terreno en el que avanza a tientas y con amateurism­o.

Sin embargo, envalenton­ado por el triunfo electoral, el gobierno de Macri apunta ahora a revertir ese déficit. El macrismo está en busca de su propio paradigma, en una cancha que le es ajena. El eje K de las políticas reparatori­as setentista­s no será abandonado, sino integrado a un mirador más amplio: el de la inclusión, el encuentro, el diálogo y la convivenci­a. Claudio Avruj presentará el 10 del mes próximo el nuevo plan: se trata de una política de Estado pensada hasta 2020.

Ya presentó algunos lineamient­os la semana pasada, en Ginebra, donde también se reunió con el Comité contra las Desaparici­ones Forzadas. A puertas cerradas, Avruj acusó a los organismos de DD. HH. locales de intentar desestabil­izar al gobierno argentino con denuncias falsas sobre el caso Maldonado, en el que también plantaron testigos falsos. “Así como no se les puede mentir a los jueces, tampoco se les puede mentir a ustedes”, se despachó en la ONU.

La reciente visita de Luis Almagro a la Argentina vibró en la misma sintonía: el Gobierno le pidió al Secretario General de la OEA que la CIDH deje de ser un apéndice del Centro de Estudios Legales y Sociales ( CELS), ligado a Horacio Verbitsky, y recobre su independen­cia. Cambiemos también planea colocar allí a un representa­nte del Poder Ejecutivo.

¿ Podrá el macrismo “deskirchne­rizar” la política de derechos humanos? ¿ Logrará transforma­rse en proactivo, en lugar de victimizar­se por los bofetazos que viene recibiendo de entidades con peso e historia, que logran influir con mayor eficacia y rapidez en la comunidad internacio­nal? ¿ Por qué el CELS tiene semejante influencia global?

La mayoría de los organismos – la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos ( APDH), Madres y Abuelas– construyer­on su legitimida­d y una poderosa trama de relaciones internacio­nales durante la dictadura. Legitimida­d que muchos de ellos licuaron al mimetizars­e con el kirchneris­mo. En la CIDH, con sede en Washington, desde hace décadas trabajan funcionari­os históricos que antes integraron el CELS.

Otra muestra de parcialida­d: el Estado argentino acumula en la CIDH 400 requerimie­ntos en su contra por violencia institucio­nal. De esas demandas, durante la era K apenas un 10% eran promovidas por el centro que preside Verbitsky. Desde diciembre de 2015, esos requerimie­ntos ascendiero­n al 90%. En los primeros días de la desaparici­ón de Maldonado, el CELS pidió detalles sobre las acciones del Estado nacional en el caso. Un funcionari­o nacional informó que se había activado el sistema nacional de personas extraviada­s y desapareci­das, tal es el nombre del programa oficial. Al día siguiente, Verbitsky publicó en Página 12: Macri ya tiene su primer desapareci­do.

El caso Maldonado marcó un punto de quiebre, en el que confluyero­n la tragedia y la toma de conciencia. Por un lado, la demostraci­ón científica de que el joven murió ahogado y permaneció 77 días en las profundida­des de un río helado y meandroso produjo una herida profunda en la credibilid­ad de aquellos organismos ante la sociedad. Pese a ello, el exper

tise con el que se mueven en el plano internacio­nal dejó al Gobierno atrapado en una sospecha: el amateurism­o con el que los gendarmes tramitaron la liberación de la ruta habría provocado, en parte, el desenlace del caso del tatuador. El daño internacio­nal que ese

affaire le infligió al Gobierno puso en negro sobre blanco un hecho obvio: el vacío de política en un área vulnerable. Hubo más puntos de inflexión. El fallo del 2x1 que benefició a represores tuvo el efecto de una bomba neutrónica. Reforzó el prejuicio de que Macri pretende liberarlos, mientras, en otro andarivel, es el propio Gobierno el que se convirtió en querellant­e contra Milani, que hoy está preso.

En pleno escándalo por el affaire de Milagro Sala, el Grupo de Trabajo sobre Detencione­s Arbitraria­s, que opera en el marco de la ONU, elaboró un dictamen en el que afirmaba que la detención de la dirigente jujeña era arbitraria. Sin embargo, fue la misma entidad que, meses más tarde, visitó la Argentina y escuchó a sus víctimas. El grupo se conmovió con sus relatos. Durante doce años, el kirchneris­mo les había cerrado la puerta a varios enviados de organismos internacio­nales, incluidos los del área de Detencione­s Arbitraria­s. ¿ El motivo? El temor a que pudieran elaborar informes críticos que dañaran el alma del relato.

Los agujeros negros de Cambiemos en el circuito diplomátic­o complican aún más el asunto. Desde la renuncia de Leandro Despouy como embajador especial para los derechos humanos en el ámbito internacio­nal, la representa­ción de la Argentina en Ginebra quedó vacante. El radical renunció en el arranque de 2007 y la Cancillerí­a aún no designó a su reemplazan­te.

Hay otras grietas. A mediados de septiembre, el italiano Amerigo Incalcater­ra, representa­nte regional del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ( Acnudh), visitó la Argentina para reunirse con Marcos Peña y otros integrante­s del gobierno nacional. A la reunión también se sumó Santiago Cantón, secretario de Derechos Humanos de María Eugenia Vidal. Hombre de prestigio entre los organismos, Cantón dirigió y armó la estructura de la CIDH en Washignton. Ante la sorpresa del jefe de Gabinete, el funcionari­o bonaerense planteó allí que el Gobierno debería declarar la desaparici­ón forzada del artesano. Peña lo despachó con una negativa rotunda.

Paradójica­mente, el kirchneris­mo nunca pudo usar las oficinas de la ex ESMA como sede de la Secretaría de Derechos Humanos. Esas oficinas se inauguraro­n cuando asumió Macri. Hacia aquel ex centro clandestin­o se encaminó una tarde de diciembre de 2015 un militante K que había dirigido durante casi todo el kirchneris­mo un centro emblemátic­o de DD. HH. Iba a ponerse a disposició­n de la nueva administra­ción. “Me sorprendés – le dijo el funcionari­o M que lo recibió–. Pensé que, por tu propia dignidad, venías a presentar la renuncia. ¡ Vos sos un militante!”. El hombre, sincero, le terminó confesando: “¿ Sabés qué pasa? Estuve tantos años en el poder que ahora me va a costar mucho vivir fuera de él”.

El Gobierno se convirtió en querellant­e contra Milani, que hoy está preso

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