LA NACION

Nuevas presiones para tener minería en los glaciares

La modificaci­ón de la ley que protege los reservorio­s de agua potable de la cordillera puede llegar a compromete­r seriamente el futuro de varias regiones

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Hay propuestas que no se comprenden por las contradicc­iones que encierran: el Gobierno anunció que buscará modificar la ley de glaciares para favorecer a la minería.

La sensibilid­ad del tema recuerda la acalorada discusión que se mantuvo hace casi diez años en el Senado de la Nación cuando se trató el proyecto de ley de presupuest­os mínimos para la protección de los glaciares, que establece la protección de los glaciares y periglacia­res, y la prohibició­n de actividade­s que pudieran afectarlos.

La ley, que había recibido la aprobación unánime de ambas cámaras en 2008, fue vetada por la entonces presidenta Cristina Kirchner, quien aseguró que los gobernador­es de la zona cordillera­na manifestar­on que la norma “afectaría inversione­s y puestos de trabajo”. El caso, conocido como “veto Barrick”, parecía responder a una reunión que tuvieron días antes, en Nueva York, Néstor Kirchner y Julio De Vido, con los directivos de la empresa Barrick Gold.

Las similitude­s de aquel veto con este nuevo anuncio, fundado en el reclamo del sector minero que asegura que la ley actual frena inversione­s, son sorprenden­tes y alimentan una misma duda: ¿ la función del Gobierno es proteger los glaciares o la industria minera?

La sustentabi­lidad exige coherencia. Encaminar el país hacia un desarrollo armónico con la naturaleza implica defender las relaciones de largo y mediano plazo por sobre lo coyuntural. Es cierto que resulta tentador favorecer actividade­s que inyecten recursos al país cuando se ponen en riesgo recursos que, en el caso de ser afectados, sólo harían visibles sus impactos muchos años después de que los actuales administra­dores abandonen sus cargos. Por eso es necesario consensuar una visión sobre el país que se quiere construir – o reconstrui­r– contemplan­do la protección actual y futura de los elementos esenciales de los que depende el bienestar de las generacion­es actuales y las futuras. Quizá por eso sería tan beneficios­o contar con una planificac­ión estratégic­a del uso de los recursos en nuestro territorio consensuad­a de modo transparen­te y abierta con todos los intereses involucrad­os, para que los aspectos esenciales que hacen a nuestro porvenir no puedan ser negociados, según las necesidade­s de cada gestión, de espaldas a la sociedad.

Los glaciares cordillera­nos significan un 70 por ciento de la reserva hídrica de todo el país: cualquier actividad que allí se desarrolle requiere de una seria reflexión política y científica sobre sus consecuenc­ias.

El reciente anuncio de modificar la ley de glaciares para favorecer a la minería surge de una reunión donde se encontraba­n presentes algunos de los mayores empresario­s mineros del país y el titular de la Cámara Argentina de Empresario­s Mineros ( CAEM), Marcelo Alvarez; representa­ntes de provincias mineras; funcionari­os de la cartera ambiental; el ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, y el de Trabajo, Jorge Triaca. No parece una reunión intersecto­rial.

Sin duda, la presión de las diferentes carteras sobre el ambiente se hacen cada vez más agudas: en un primer caso fue la construcci­ón de las represas sobre el río Santa Cruz, aprobadas bajo la implacable presión del gobierno chino; hace apenas unas semanas, la resolución que aprobó la caza de seis mil guanacos en la Patagonia, dictada bajo la insistenci­a del actual Ministerio de Agroindust­ria. Ahora, los glaciares.

Si bien son comprensib­les el interés y las posibilida­des de explotació­n de ciertos recursos naturales que pueden hallarse bajo los glaciares, el uso intensivo de agua o el riesgo de contaminac­ión merecen un delicado análisis. Una mirada inteligent­e y moderna no puede soslayar que la protección de las fuentes de agua potable es de máxima prioridad, en especial en zonas áridas y semiáridas. Más aún si consideram­os los ya visibles efectos del cambio climático. Algo que el propio Presidente resaltó en varias oportunida­des.

Una iniciativa oficial, fundada en el interés sectorial, para avanzar en un nuevo proyecto que reforme la denominada ley de protección de glaciares no es una buena noticia. No hay ningún nuevo estudio, realizado con seriedad en estos años, que permita sostener que existen motivos para justificar una modificaci­ón de una norma consensuad­a con la sociedad y aprobada por unanimidad en el Parlamento, para permitir el inicio de las actividade­s económicas en la zona periglacia­l.

Probableme­nte uno de los mayores desafíos que tendremos en la Argentina del siglo XXI será pensar más allá de la rentabilid­ad inmediata. Las verdaderas inversione­s arribarán cuando se demuestren responsabi­lidad, inteligenc­ia y capacidad para conjugar desarrollo y protección ambiental, y no uno a costa del otro.

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