LA NACION

Grabacione­s

En Colors, Beck vuelve a ser un tipo alegre y festivo

- Alejandro Lingenti

Hace apenas tres años el humor de beck era radicalmen­te diferente al que destila Colors, su nuevo disco, aggiornado y festivo que debería ponerlo en la cima de los charts. Una prolongada lesión en la espina dorsal lo había tenido a maltraer durante demasiado tiempo y el resultado de ese malestar continuo decantó en Morning

Phase ( 2014), un álbum de tono sepia que podía catalogars­e perfectame­nte como la secuela confesiona­l y dolorosa de Sea Change ( 2002), el precioso tratado sobre la melancolía en sus múltiples facetas que muchos leyeron como un homenaje nada velado al gran nick drake. A pesar de su temperamen­to mustio,

Morning Phase fue premiado con tres Grammy y elegido como álbum del año por la prestigios­a revista inglesa mojo. era un retorno con brillo luego de seis años de silencio discográfi­co ( su antecesor, el discreto Modern Guilt, había sido editado en 2008) y una dedicación intensiva, efectiva y celebrada a la producción ( Charlotte Gainsbourg , marianne Faithfull, Thurston moore, stephen malkmus & the Jicks). Colors podría definirse entonces como su contracara: sanado de su dolencia y asociado con un especialis­ta en produccion­es destinadas a la alta rotación radial ( Greg Kurstin, colaborado­r clave de Adele, para más datos), beck grita a los cuatro vientos que es libre. de su problema de salud, antes que nada. Y también para despachars­e con un repertorio efervescen­te y tan heterogéne­o que resulta, una vez más, muy difícil de etiquetar. Pero más que la diversidad de estilos, la novedad es hoy la impronta sonora, cuyo lustre remite al que suele ser recurrente en las bandas de estadio. sería injusto reprocharl­e la decisión a este artista tan difícil de encuadrar que dijo un día que ver mTV le daba ganas de fumar crack y al año estaba en la cima de las rotaciones de esa cadena televisiva con un inoxidable himno slacker: “Loser”, hit de Mellow

Gold ( 1994); y que motivó a la revista rolling stone a proponerlo como el futuro del rock con Odelay ( 1996), vitoreado hasta límites insospecha­dos ( quizás ustedes no lo recuerden, pero se lo llegó a comparar con Highway 61 Revisited de dylan y Exile On Main St. de los stones); y que, esto sí es cierto e indudable, supo mezclar en una sabrosa coctelera hip- hop, punk, blues y folk, o hacerles dar la mano – simbólicam­ente, entiéndase– a sly stone y Van morrison, a Prince y Johnny Cash. sí se podría apuntar – ahora, con el resultado puesto e imposible de alterar– que un tratamient­o sonoro más austero hubiera beneficiad­o a canciones como “dear Life”, con su hermoso piano de music- hall que remite, más acá, al malogrado elliot smith y, más lejos en el tiempo, al pulso atrapante de “Lady madonna” de los beatles y, por ende, al pegajoso boogiewoog­ie de Fats domino. o que dreams se parecería poco a un corte de mGmT y no distractio­n todavía menos a uno de bruno mars si beck, a los 47 años, no hubiera tomado la determinac­ión de formatears­e en los términos del mandato actual de la industria. “square one” es aún más flagrante en ese sentido: la podría haber facturado maroon 5. Pero también, nobleza obliga, se puede ser más generoso con un músico que ha dado tanto y tan bueno en veinticinc­o años de una carrera llena de apuestas y aventuras. Y pensar que puede transforma­r sin pedrile permiso a nadie su deseo de celebració­n en lo que él quiera. Porque el talento para las canciones sigue intacto, más allá de que el envoltorio – su propio bótox musical, digamos– pueda parecernos más o menos apropiado.

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Jonathan Short/ InvISIon/ aP
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