Las leonas de la 1- 11- 14
Alentando Ilusiones nació cuando los vecinos del Bajo Flores vieron entrenar a una madre y sus hijas en un baldío; el boca en boca hizo el resto; hoy reúne a 70 chicas de la 1- 11- 14
Algunas de las jugadoras de Alentando Ilusiones avanzan por los pasillos de la villa 1- 11- 14, en Flores, donde hace cinco años se formó la agrupación que hoy se convirtió en un equipo de hockey del barrio. Patricia Ortega, una vecina del asentamiento, se había quedado sin trabajo y, para recortar gastos, suprimió el pago de las cuotas del club donde entrenaban sus hijas. Pero para que ellas siguieran en contacto con el deporte, decidió entrenarlas en un terreno bal- dío ubicado sobre la avenida Riestra al 1900. Primero, fueron algunas amigas, pero el boca en boca provocó un aluvión de interesadas. Hoy, son 70 jugadoras que forman siete categorías de entre 5 y 18 años. Los equipos participan en dos torneos en simultáneo, a pesar de no tener sede social propia, por lo que deben ceder la localía todas las fechas. Su sueño es tener una cancha donde entrenar y jugar, porque hoy lo hacen en un espacio inseguro.
Entre los pasillos de la villa 1- 11- 14 empiezan los preparativos para el último entrenamiento de la semana. Los palos de hockey se cargan en un bolso, las bochas en otro y la merienda, una pastafrola de dulce de batata, en una mochila. El sol del jueves va menguando y el cemento caliente de la cancha de básquet comienza a dar tregua. Allí están las jugadores más pequeñas, con sus cabellos recogidos o en trenzas, formadas en el círculo central para, luego, esquivar conos, saltar y sacar el remate. Algunas de ellas, de entre 6 y 8 años, llevan la camiseta blanca y azul del equipo con el escudo bordado y las letras ADAI, que corresponden a la Asociación Deportiva Alentando Ilusiones. La agrupación nació hace cinco años de una práctica familiar y se transformó en una escuelita deportiva que reúne a 70 niñas y adolescentes del Bajo Flores y de otros barrios cercanos en las prácticas de todas las semanas.
Se escuchan golpes secos de los palos contra el piso, “tac tac tac”, en la cancha de la avenida Riestra al 1900, que antes de convertirse en un espacio deportivo y de recreación era un baldío olvidado. “Un rato antes de jugar sacábamos las botellas, los vidrios, limpiábamos un poco y les ganábamos un espacio a los chicos que ponían arcos para jugar al fútbol. Así empezamos”, recuerda Patricia Ortega, una de las fundadoras, casi por casualidad, de Alentando Ilusiones.
Mientras da indicaciones al costado de la cancha cuenta a la nacion que el proyecto nació por una necesidad familiar cuando perdió su trabajo y debió recortar gastos. Lo primero que suprimió fue la cuota del club donde entrenaban sus tres hijos, Matías, Camila y Nadia, porque no podía pagarla. “Mi idea era que no perdieran lo que hacían en el club, fútbol y hockey. Entonces veníamos acá a entrenar. Se empezó a correr el boca en boca y al mes ya eran más de 50 chicas”, dice la mujer, que con su familia vive en la villa 1- 11- 14. Junto a su marido, Sebastián Munita, se convirtieron en los entrenadores, aprendieron el reglamento de hockey, las jugadas y los ejercicios para ponerlos en práctica en los entrenamientos. “Este es un barrio jodido, heavy, por la droga y la delincuencia. Nuestro objetivo era que estuvieran en actividad y evitaran todo lo malo”, explica Ortega.
Alentando Ilusiones no tiene cancha propia, tampoco sede social y por eso los entrenamientos son en la plaza del barrio. Sin embargo, eso no es una barrera para formar las siete categorías con las que participan en dos torneos en simultáneo, con jugadoras de entre 5 y 18 años. “Tenemos que ceder la localía. Siempre jugamos lejos, en José C. Paz, Garín, Tigre, Benavídez o Laferrère. Por eso es importante tener algo a nuestro nombre. Lo primero que necesitamos es la personería jurídica como club deportivo”, cuenta Sebastián.
Los domingos son los días de partido. El programa, para las jugadoras de la 1- 11- 14 y de los barrios cercanos comienza temprano, a las 4, con la reunión en la esquina de la gomería, como la llaman, para tomar un colectivo de línea hasta Retiro y luego el tren hacia el destino final. “Viajamos con la SUBE y a veces copamos dos vagones de tren”, dice Munita. “La experiencia es linda porque vamos compartiendo mates, desayunamos en el tren, llevamos heladeritas con agua y fruta... nadie se olvida más de esos momentos”, remata Ortega.
En cada viaje se mueven más de 50 personas que se alimentan con pizzas, empanadas, sándwiches y tortas que se preparan el día anterior. Esos productos también se venden en porciones en el barrio para juntar dinero y comprar palos, bochas y otros elementos necesarios para practicar hockey ( la protección para una arquera puede costar hasta $ 20.000). Los primeros elementos los consiguieron por donaciones personales y de clubes que también los reciben en sus instalaciones. River Plate, Nueva Chicago, Deportivo Italiano y San Cirano son algunos de los que mostraron solidaridad.
Celeste, Daniela, Karina, Carolina, Silvana, Rosisol, Oriana y Antonela ya terminaron de entrenar. Dejaron los palos y con los cachetes inflados por la pastafrola que están comiendo hablan atropelladamente. “Me gusta picar la bocha y saltar”, dice una. “Prefiero los partidos más que los entrenamientos”, suelta otra. “Veo mucho hockey en la tele y después practico las jugadas acá”, cuenta una tercera.
Cerca de ellas, la profesora Nilda Martínez, de Núcleo Deportivo ( un programa del gobierno porteño que ofrece actividades y profesores en barrios vulnerables), comienza la rutina de ejercicios para las jugadoras de una categoría mayor y algunas adultas. Alentando Ilusiones ya tiene las ganas y la voluntad, sólo le falta la cancha. “Es un lugar inseguro, a veces los pibes nos pasan por arriba, vienen a fumar o a drogarse. Muchas veces hay que aplicar la ley del barrio: tomátelas o te rompo la cabeza”, dice Ortega, sin vueltas.