LA NACION

Un camarista influyente, un ícono de la corrupción judicial

- Iván Ruiz

Eduardo Freiler, “Chiche” para todos los jueces, era un camarista respetado por sus colegas. Simpático y campechano, era también compinche de muchos en Comodoro Py. Para otros, una referencia. Tenía, además, línea privilegia­da con el gobierno de Cristina Kirchner. Había dado buenas señales en causas sensibles como Skanska y Hotesur. También había rechazado la denuncia del fiscal Alberto Nisman.

Pero dos años después, Freiler se quedó solo. Los vientos políticos habían cambiado y la compra de un caserón blanco frente a la quinta de Olivos desnudó su enriquecim­iento. La Justicia había mirado para otro lado, con un sobreseimi­ento exprés en 2016, pero el Consejo de la Magistratu­ra lo arrinconó. Sus amigos jueces cada vez lo nombraban menos. Cuando reaccionó, Freiler se había convertido en un ícono de la corrupción judicial.

“¿ Por qué miran sólo a Freiler? Acá hay muchos que no pueden justificar su patrimonio”, repetían jueces y fiscales. Una curiosa defensa que vociferaba­n – entre mate y mate– los encargados de investigar hechos de corrupción. También era parte del doble discurso de la corporació­n judicial. Sus amigos le pedían que resista. Que no renunciara. Y Freiler cumplió. Quedó expuesto en el centro de la escena como el máximo exponente de la corrupción en Comodoro Py.

Pero las desproliji­dades ya eran indisimula­bles. Primero fue el caserón en Vicente López, pero después apareciero­n los autos importados, los campos, los caballos, las vacas y un alto nivel de vida que jamás podría llevar con su sueldo de camarista. El Gobierno tomó a Freiler como bandera.

Cuando apareciero­n las pruebas, el camarista se convirtió en el enemigo perfecto y en el amigo indeseable. Cuando apareciero­n las pruebas, “Chiche” ya era Freiler, a secas. “No sé, hace mucho que no hablamos”, era la frase que repetían sus amigos de Comodoro Py. Freiler conformó durante casi diez años la Sala i de la Cámara Federal junto con Eduardo Farah y Jorge Ballestero. Pero cultivó una estrecha amistad con los jueces Ariel Lijo, el magistrado con más cintura política de Comodoro Py.

El juicio político evidenció la soledad del magistrado. Sin respaldo político y con varios escándalos sobre su espalda, Freiler se había convertido en una pesada mochila para todos. El triunfo de Cambiemos en las últimas elecciones legislativ­as sentenció su suerte. Los mismos operadores judiciales que llamaban de madrugada para frenar su destitució­n en mayo, ni siquiera mandaron WhatsApp para salvarlo en noviembre.

Los vínculos comerciale­s con Alfredo Lijo, el hermano del juez, encendiero­n las alarmas en Comodoro Py: son socios en una financiera y comparten un balneario en Necochea. También comparten prestamist­a: inversora Callao SRL, la financiera que le prestó dinero a Freiler para comprarse su caserón frente a la quinta presidenci­al – que nunca devolvió–, tiene como clientes a los hermanos Lijo. “Es una casualidad”, definieron desde el entorno del juez.

La investigac­ión contra Freiler puede haber abierto una grieta que exponga el dinero negro que circula por Comodoro Py. Y Freiler ya no está para cargarse todas las culpas.

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Ricardo pristupluk/ archivo freiler ante el Consejo de la Magistratu­ra

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