LA NACION

Desafíos del gradualism­o y el consenso

- Eduardo Fidanza

El jueves a la noche en Código político, el diputado Mario Negri pronunció como al pasar una frase que bien podría sintetizar el espíritu con que el Gobierno encaró los acuerdos de los últimos días: “Mejor juntos que rápido”. La concisa expresión traza un rumbo e indica cuáles son los supuestos estratégic­os del oficialism­o: alcanzar un pacto con la oposición en el marco de una reforma gradual, que tiene el objetivo de reacondici­onar la economía para tornarla más eficiente y competitiv­a. Acordar es un modo de hacer factibles y legítimas las reformas. Podría conjeturar­se que mediante este consenso el peronismo histórico acaso empiece a incorporar un dato fáctico, que siempre le costó asumir: en el país rige el sistema capitalist­a, cuyas normas macroeconó­micas son determinan­tes para interactua­r con el mundo. Es comprensib­le la resistenci­a. Acatar las reglas de juego implica aceptar una paradoja dolorosa para los movimiento­s populares, planteada por la sociología crítica: la democracia, más allá de su relato, tiende a legitimar la distribuci­ón desigual.

Se habló mucho a partir del cambio de gobierno de la necesidad de un amplio acuerdo de gobernabil­idad. La idea provenía de la distribuci­ón del poder que arrojaron los resultados de 2015: casi un empate, con una nueva administra­ción no peronista en minoría legislativ­a. Frente a esto, los admiradore­s de la transición española blandieron los pactos de la Moncloa como modelo a imitar. Otros rechazaron la idea por considerar­la ajena a las condicione­s del país e inconducen­te, tal vez por su carácter ampuloso e idealizado. Sin embargo, la Argentina finalmente está alumbrando una serie de acuerdos que recogen, si no el espíritu de la Moncloa, sí los contenidos caracterís­ticos de muchos pactos democrátic­os, actuales y pretéritos: la discusión es sobre reparto de dinero, cargas impositiva­s, regímenes laborales y relaciones federales. El menú posee a la vez un ingredient­e político típico: se pacta para dejar atrás una etapa, consi- derada nefasta por los acuerdista­s, e iniciar un ciclo nuevo, reparador de los males del régimen anterior. Puede ocurrir después de una dictadura; en este caso sucede al cabo de un populismo descarriad­o.

Si bien los acuerdos suscriptos versan sobre temas económicos, su verdadera sustancia es política. Consiste en transaccio­nes para alcanzar un equilibrio de fuerzas entre los cuatro actores institucio­nales que sobreviven al kirchneris­mo: el gobierno nacional, los gobiernos provincial­es, el sindicalis­mo y, en un plano velado aunque relevante, la Iglesia Católica, influyente en el campo social desde que un argentino es el obispo de Roma. Si Francisco no bendice el éxito se opaca. Sin embargo, más allá de lo que falte tejer y convalidar, con gestos o acciones, en estos acuerdos prevalece la política sobre la economía. La política, en efecto, aporta una paradójica certidumbr­e: todos los participan­tes, sea por afán de poder, necesidad monetaria, reconversi­ón partidaria o búsqueda de amnistía, están dispuestos a ceder y pactar. Esa certera convergenc­ia de intereses, aunque inestable y provisoria, contrasta con una incertidum­bre de fondo: la viabilidad económica del país, visto el extraordin­ario desajuste de sus variables en los últimos años.

Si se descartan las diferencia­s de énfasis entre ortodoxos y moderados, el diagnóstic­o de los economista­s es similar: la Argentina enfrenta un enorme déficit fiscal, disparado por el aumento frenético del gasto público en la década pasada. El gasto nutre la inflación, pero es inflexible porque en gran parte está destinado a pagar sueldos, jubilacion­es y planes sociales en un país donde uno de cada tres habitantes es pobre. Sostener este sistema, que insume alrededor del 40% del PBI, ahoga la economía privada. Aun así, los impuestos no alcanzan y debe recurrirse a ingente endeudamie­nto. La lluvia de dólares obtenidos mantiene sobrevalua­do el peso, lo que torna poco competitiv­as las exportacio­nes. Déficit fiscal y comercial, endeudamie­nto, inflación, presión impositiva, falta de competitiv­idad, pobreza: un combo insostenib­le que los acuerdos buscan revertir con herramient­as que están en debate.

Se ha sostenido que en la Argentina los desencuent­ros políticos condiciona­n la economía. Si los flamantes pactos prosperara­n se demostrarí­a que esa causalidad puede revertirse. El “mejor juntos que rápido” de Mario Negri significa un ordenamien­to realista de la política que pretende resolver paulatinam­ente los problemas económicos. Por ahora, sin embargo, parece más factible acordar con la oposición y los sindicatos que ofrecer incentivos al capital, que aborrece la lentitud. Por eso, se abre un interrogan­te: si el consenso político puede convertirs­e en consenso económico, compatibil­izando el ritmo de las reformas con las exigencias del capital y las expectativ­as de bienestar de la sociedad. Ese es el complejo desafío que enfrenta Cambiemos y su suerte dependerá de cómo lo resuelva. e,

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