LA NACION

Los Ángeles, una ciudad inabarcabl­e

- Nathalie Kantt

Medio perdida en la calle más popular de Venice, entro en el negocio Happy Socks que sólo conozco de nombre. Las medias son de colores estridente­s y es improbable que compre alguna, pero necesito reequilibr­arme un segundo en este barrio en el que caí y que aún no entiendo. Veo de reojo cómo el vendedor al que jamás crucé en mi vida se me acerca de a poco y con gran sonrisa. Me pregunta cómo estoy y si conozco la tienda. Vivir en París me volvió medio reacia a ese tipo de acercamien­tos. Por dentro me interrogo qué le importa y para qué tanta conversaci­ón. Le contesto sí a secas, sigo mirando, me siento incómoda y salgo. En esta costa oeste de espíritu bohème donde los chicos se pasean en skate, visito una tienda japonesa sobre Abbot Kinney, compro un cappuccino y un chocolate 85% en Intelligen­tsia Coffee donde todos están sentados en gradas con sus computador­es y mirando hacia una misma dirección, entro en algunas tiendas donde no entiendo la moda de la zona, y como delicioso en Gjusta. Paseo por las casitas del barrio, visito el skate park, miro el mar, casi me compro una campera de jean vintage y serpenteo los canales de Venice antes de pedir un Uber y escapar de la rush hour: si salgo 20 minutos tarde, el trayecto que normalment­e tarda 50 minutos pasa a ser de dos horas.

Algo parecido me pasa cuando entro en el MOCA, museo de arte contemporá­neo del downtown donde justo hay una instalació­n del argentino Adrián Villar Rojas. En la entrada la recepcioni­sta me agarra medio cansada y respondo no cuando me pregunta si ya estu- ve aquí. Casi sin darme cuenta me está dando un sermón en inglés sobre el museo, como si hubiera apretado play de un casete que nadie escucha. Esta zona donde de noche se evitaba caminar vive un boom desde hace cinco años. Empezó a renovarse y aquí se instalan fotógrafos y artistas. El Grand Central Market o la zona de japoneses un poco más lejos son buenas opciones gastronómi­cas. A la exposición de Adrián se accede a oscuras y unas personas van mostrando con linternas los desniveles del piso mientras se recorre su Teatro de la Desaparici­ón, restos de un mundo pasado en congelador­es iluminados y rodeados de rocas. En el barrio también está el recienteme­nte inaugurado The Broad ( 2015), actualment­e con exposición de Yayoi Kusama. Se suma una colección permanente con un poco de todo y nada nuevo.

Para destacar también la exposición del Lacma, Los Angeles County Museum of Art, sobre la interrelac­ión cultural y arquitectu­ral entre México y California. La inspiració­n mexicana es muy fuerte y todo el mundo habla español. Más de una vez me pregunté cómo se habrán vivido los meses de campaña de Trump.

El paseo por Los Ángeles me despertó por un rato mi viejo FOMO ( Fear Of Missing Out), algo de lo que en Montevideo me curé. Desde que vivo allí olvidé esa sensación de estar en una ciudad inabarcabl­e que te ofrece mucho más de lo que podés hacer.

Si salgo 20 minutos tarde, el trayecto de 50 minutos pasa a ser de dos horas

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