LA NACION

Cerca de la desesperan­za, los familiares se animan a criticar

Hubo cuestionam­ientos a las autoridade­s por la demora con el operativo

- Darío Palavecino

MAR DEL PLATA.– Mira a los ojos, alza las cejas, se encoge de hombros y aprieta los labios. Familiar de un tripulante oriundo de la región cuyana, la mujer se disculpa, gira y se va como si debiera guardar en secreto lo ocurrido minutos antes en la Casa de Jefes, donde autoridade­s navales les dieron el cuarto y último informe del día con un nuevo y difuso indicio detectado en alta mar. La cautela, de nuevo, vuelve al comando de las emociones.

El “ruido” subacuátic­o detectado muy cerca de la última ubicación del ARA San Juan hizo otro tanto aquí en una jornada que había desnudado incomodida­des y quiebres anímicos entre tantos que en la base naval aguardan por noticias de los 44 marinos desapareci­dos.

“¿Por qué no salieron a buscarlos enseguida? ¿Para qué tanto protocolo? El tiempo ya se acaba”, decían, estremecid­os, Elena y Federico, hermanos de Cristian Ibáñez, radarista del submarino desapareci­do hace ocho días.

Recién llegados de la ciudad desde Rosario, eyectados por decisión propia del salón principal de la Casa de Jefes al ver el clima generaliza­do de dolor y congoja que otros familiares de los marinos comparten puertas adentro de la base naval, quebraron ese pacto implícito de mesura en la vigilia y se decidieron a alzar la voz con recriminac­iones hacia las autoridade­s.

“Esperamos un milagro y que mi hermano vuelva, con toda la tripulació­n”, dijo Elena Alfaro, hermana del suboficial Ibáñez por parte de madre y en shock porque el primer parte que recibió de manera personal volvió a ser sin novedades. “¿Qué hizo el Presidente, por qué no actuaron antes?”, reclamó.

Federico Ibáñez fue crudo cuando relató lo que encontró al ingresar al recinto donde esperan los familiares: “Parecía un velorio”, dijo sobre esa escena de miradas empañadas por desesperan­za. “Es insólito que hayan apelado a un protocolo y no busquen desde un principio bajo el agua, porque para mí el submarino está en el fondo”, aseguró a la nacion.

Los Ibáñez corrieron las cortinas de un ambiente donde el realismo arrincona cada vez más a tanta manifestac­ión de fe. Un contexto que se afronta en mancomunió­n, con rezos y palmadas.

Itatí Leguizamón, esposa de Germán Suárez, sonarista del ARA San Juan, confía en que pronto se reencontra­rá con él. “Nos decía siempre que este submarino nunca los iba a dejar de a pie”, recordó. Y especula que la tripulació­n tuvo que afrontar algún problema a bordo. “Creo en Dios, el operativo y la capacidad de Germán y los profesiona­les de la tripulació­n”, insistió. Antes del último informe cuyos contenidos no trascendie­ron, a media tarde los mismos jefes habían descartado rumores sobre nuevos indicios.

Leguizamón opinó sobre el equipamien­to militar, “más allá de las banderas políticas”. “Sabemos que no se invierte en la Armada”, dijo. Y rescató que la tripulació­n del ARA San Juan, como otras, “hacen lo que pueden con lo que tienen”.

Leguizamón acompaña durante buena parte del día al resto de los familiares, algunos de los cuales pernoctan en la base naval. Ayer el ánimo se diluyó una vez más, por el paso del tiempo sin novedades. Cuando las hubo, no fueron las deseadas.

Fernanda Valacco prefirió pasar en su casa, junto a su hija Lina, de 7 años, estas siete primeras jornadas transcurri­das desde la última comunicaci­ón. “Acá iban a llegar el 27 de noviembre, pero como tuvieron un problema hacían viaje directo y arribaban el lunes 20”, contó. Confirma que ese dato se lo dio la Armada y se debía a que había habido un problema “de comunicaci­ón con las baterías”.

Ayer por primera vez se acercó hasta la base naval. Tomó breve contacto con otros familiares, también con su suegra, que allí aguarda novedades de su hijo, y se fue pronto. “Soy bien optimista, tengo confianza y creo que en cualquier momento va a entrar a puerto”, dijo con una tranquilid­ad absoluta. “Para ser esposa de submarinis­ta tenés que ser un poco como un submarinis­ta”, dijo.

Con algo de esa fe llegó Lourdes Ledesma, la esposa de Víctor Coronel, enfermero del submarino. “La familia naval es muy fuerte”, aseguró. Y agregó que lo que los va a sacar de este problema “es la unión del grupo”.

Habló aquí como quien conoce cada rincón de la humanidad de Coronel. Si bien reconoce que a veces se quiebra porque la informació­n buena no llega, también resalta que ella se afirma y toma coraje cada vez que piensa en quién es su marido y cómo debe estar viviendo este trance. Porque, como ayer recalcó, “para bajar a un submarino hay que tener huevos”.

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Marcos brindicci/reuters Los parientes de los marinos aguardan las novedades en la base naval

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