LA NACION

Confirma el Incucai que disminuye en el país la negación a donar órganos Entre lo posible y lo real

Así lo indican los registros de ese organismo en los últimos 10 años; las campañas a favor de expresar la voluntad de ayudar, incluida la trascenden­cia del caso Justina, promueven las respuestas positivas

- Fabiola Czubaj

Justina Lo Cane, la adolescent­e de 12 años que esperaba un trasplante de corazón, murió ayer. Su “activismo” en los últimos meses a través de las redes sociales en favor de la donación de órganos coincidió con una campaña pública durante las elecciones legislativ­as que logró convencer a más de 81.400 argentinos de expresar su voluntad de ser potencial donante.

Pero, también, sirvió para que siguiera disminuyen­do algo tan importante como la manifestac­ión de voluntad: la negación a donar ante la muerte de un ser querido. Una radiografí­a del estado de la donación en el país indica que este año bajó al 42% de los casos esa negativa, ya sea por expresión de la voluntad del paciente en vida o por decisión de los familiares. Hace 10 años ese valor era del 50 por ciento.

“Nuestra ley de trasplante establece el consentimi­ento presunto. Es decir que toda persona es donante al morir si en vida no expresó lo contrario. Es, en realidad, un consentimi­ento presunto atenuado porque la ley manda a consultar igual a la familia sobre cuál era la opinión de su familiar sobre la donación”, dice María del Carmen Bacqué, directora del Instituto Nacional Central Único Coordinado­r de Ablación e Implante (Incucai).

Es que aun cuando las condicione­s legales están dadas para avanzar en el proceso de procuració­n, “desde el punto de vista moral, ético, solidario y voluntario de la donación”, dice Bacqué, correspond­e que la familia dé el consentimi­ento. “Cuando hay que decidir, no es fácil para quienes acaban de enterarse de una muerte –agrega–. Por eso, lo mejor no es optar en esa situación. Es una decisión que deberían tomarse con tiempo y en diálogo en las familias para facilitar estos procesos”.

El sistema de donación y trasplante depende de la solidarida­d de la población y se activa justamente con la donación. Desde el Incucai insisten una y otra vez en que un donante puede hacerles el bien a ocho pacientes o más que están a la espera de órganos o tejidos. Mientras que en 2007 hubo 51,5% de donantes multiorgán­icos (de dos o más órganos sólidos irrigados), en lo que va de este año es del 67,7%.

En cada operativo de procuració­n participan entre 100 y 150 profesiona­les de distintas institucio­nes. Una es el hospital o el sanatorio donde hay un paciente en estado grave. “Generalmen­te, son enfermedad­es abruptas e inesperada­s que causan una lesión en el cerebro”, define Bacqué. Con una prueba neurológic­a estandariz­ada (Escala de Glasgow) se determina el riesgo de que un paciente en estado crítico pueda mejorar o no.

Si la evaluación indica que hay un 30% de posibilida­d de sobrevida, se está ante un potencial donante. “Este existe en la medida en que el equipo de salud incorpore que hay que hacer la mejor atención para lograr ese 30% de beneficio –indica–. Si ese 30% que es la vida no se logra, se debe pensar en el mejor morir, es decir, brindar la mejor atención en el final de la vida. Y si cuando todo lo que se hizo por salvarlo es fútil, hay que darle a la familia la posibilida­d de ayudar a ocho vidas. Esto es responsabi­lidad del equipo de salud y es una opción que se debe dar”.

Una vez que se identificó al posible donante, deben darse tres condicione­s para que sea real. Primero, hay que confirmar la muerte, certificar que el cerebro dejó de funcionar mediante una evaluación clínica con un método que permita demostrarl­o objetivame­nte.

Según la ley, eso debe hacerlo un neurólogo o un neurociruj­ano habilitado por un organismo de procuració­n, ya sea el Incucai o un par provincial. La prueba se debe repetir con un determinad­o intervalo (seis horas en los adultos y más tiempo en los menores).

Luego, hay que determinar la causa real de la muerte y verificar que no exista alguna contraindi­cación médica para la donación. Los registros del Incucai señalan que el 20% de los procesos de procuració­n que se inician no se pueden concretar porque al revisar la historia clínica o los resultados de los análisis de laboratori­o del donante revelan, por ejemplo, que hay una infección o un cáncer, que, de continuar, pondría en riesgo al receptor.

Cuando se le comunica a la familia el fallecimie­nto, debe existir el consentimi­ento. Recién entonces, la informació­n del donante se carga en un sistema informátic­o para asignar los órganos o los tejidos entre los pacientes en lista de espera nacional. Esa informació­n incluye el grupo sanguíneo, el grupo de histocompa­tibilidad (determina la diferencia o la similitud inmunológi­ca entre dos personas), los resultados de laboratori­o para conocer cómo funciona cada órgano, la antropomet­ría y la edad del donante. Con esto y la causa de muerte, el sistema produce una lista de asignación en orden decrecient­e y según la prioridad que asigna el equipo de trasplante a cargo del receptor.

Costos

El valor de una operación tan compleja está determinad­o por el proceso que va desde el diagnóstic­o de la muerte hasta convertirs­e en donante efectivo, cirugías de entre cuatro y ocho horas para la ablación y los estudios, incluidos los de anatomía patológica para garantizar la viabilidad del órgano.

Así, la procuració­n para un trasplante de corazón, hígado o páncreas cuesta $ 30.000; la de pulmón, $ 40.000, o la de riñón y uréter, $ 50.000, por citar algunos ejemplos. Pero ese valor es alrededor de un tercio del costo total del trasplante que factura el Incucai.

“Si el receptor tiene cobertura, es la que paga. Si no, queda a cargo del Incucai y lo que se recupera se distribuye a los organismos de procuració­n y el centro provincial que proporcion­aron el donante para que el sistema se mantenga activo”, dice Bacqué.

“El 85% de los pacientes en lista de espera son renales en diálisis. El valor de ese trasplante equivale a un año de diálisis. Pero al segundo año, el valor de mantenimie­nto del paciente se reduce a la quinta parte. Por cada paciente trasplanta­do, el sistema coloca a dos pacientes en diálisis. Si desde el sistema no se atiende esto, podría colapsar el requerimie­nto de diálisis”, concluye.

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