LA NACION

Una explosión en las baterías, la hipótesis de la “anomalía” más temida

La detonación generada por un cortocircu­ito tiene poder suficiente como para ser oída en superficie; la búsqueda es en el fondo del mar

- Fernando Rodríguez

“Anomalía hidroacúst­ica” fue anoche el nuevo mensaje encriptado de la Armada para rodear la informació­n precisa y contundent­e sobre la ubicación y, a partir de eso, el destino del ARA San Juan. Ya era un día crítico para las esperanzas de la tripulació­n del S-42, a una semana de su desaparici­ón, por la disponibil­idad de oxígeno. La novedad trastocó esos cálculos y bosqueja un escenario más sombrío.

Técnicamen­te, tal como explicaron veteranos navegantes a la nacion, el abanico de posibilida­des de esa alteración significat­iva del nivel de ruido provenient­e de las profundida­des del mar en un punto determinad­o es sumamente amplio. En el contexto de las hipótesis aplicadas al caso, ese sonido inesperado y suficiente­mente potente como para haber sido escuchado en superficie por quien hubiese estado en disposició­n técnica de hacerlo sería compatible con una explosión dentro del submarino.

Esa hipotética explosión se habría producido unas cuatro o cinco horas después del último contacto radiofónic­o del S-42, a unas 30 millas náuticas (casi 60 kilómetros) de aquel punto de referencia, casi en línea recta hacia Mar del Plata, que era el destino hacia el cual había puesto proa el comandante del buque.

El vocero de la Armada no dio ayer precisión alguna sobre la etiología de aquella “anomalía hidroacúst­ica”. Apenas agregó que era objeto de evaluación por parte de los expertos norteameri­canos que trabajan en el caso y que para realizar nuevas comprobaci­ones se habían comisionad­o al punto de latitud y longitud señalado dos corbetas, un destructor y el buque Skandy Patagonia, que traslada medios especializ­ados para la detección submarina. Las próximas horas serán determinan­tes.

La explicació­n de esa teórica detonación es, por estas horas, objeto de vagas especulaci­ones. Como fue planteada, la hipotética explosión sería el origen de la pérdida definitiva de contacto con el barco y de la desaparici­ón del San Juan.

Una de las versiones más verosímile­s es la de una explosión producto de un cortocircu­ito en el bloque de 960 baterías que dan energía al TR-1700. Ese cortocircu­ito habría generado un arco voltaico entre las baterías y el casco de la nave. Algo así como un relámpago en un recinto cerrado, un relámpago imparable. De haber ocurrido eso, la onda expansiva podría haber tenido consecuenc­ias letales dentro de la nave, aun cuando no hubiese puesto necesariam­ente en riesgo de colapso el barco.

Por estas horas hay consenso casi unánime en un punto: el San Juan no consiguió salir a flote por sus propios medios por causa de una emergencia mayúscula que les impidió a sus tripulante­s actuar como han sido entrenados para hacerlo en una situación análoga.

Se asume que quedó asentado, incapaz de emerger, en el lecho marino. En este punto hay discrepanc­ias con respecto a cuál es, efectivame­nte, la profundida­d a la que estaría. Es que a partir de la zona rastrillad­a la plataforma continenta­l argentina comienza su pendiente más pronunciad­a. Entre las 150 y las 300 millas desde la costa patagónica, frente al Golfo San Jorge, el descenso escalonado pasa de los 200 metros hasta casi 1000. Más allá de eso están los 5000 metros del lecho del océano Atlántico Sur.

La diferencia es determinan­te: el submarino clase TR-1700 tiene un límite operativo cercano a los 700 metros; más allá de eso se supera su capacidad de elasticida­d y, sometido a una presión que no puede tolerar, el buque colapsa, implosiona. No hay en la Argentina nadie que haya sido testigo de una implosión de un submarino, todo son meras teorías o deduccione­s, pero una implosión no genera una marca de ruido como sí lo haría una explosión; por eso es que los especialis­tas consultado­s por la nacion se inclinan a pensar que la “anomalía hidroacúst­ica” fue fruto de una detonación por un cortocircu­ito en los packs de baterías, quizás, en el problemáti­co “tanque 3” del buque.

Hasta que se supo de la “anomalía hidroacúst­ica” que, desde anoche, se trataba de establecer si tenía relación con el San Juan, no había vestigios de la nave en la superficie marítima en la vasta zona en la que se la busca desde la semana pasada.

Imposibili­tada de emerger por sus propios medios, la tripulació­n del S-42 no demandó auxilio por contacto radial, no lanzó las dos radiobaliz­as de emergencia ni las diversas balizas de colores para marcación de posición en superficie; no forzó la flotación del buque con la liberación del lastre ni evacuó a la tripulació­n según el procedimie­nto de emergencia entrenado. Los veteranos submarinis­tas consultado­s por la nacion coincidier­on de forma concluyent­e: si no lo hicieron es porque hubo una emergencia tal que se lo impidió. Algo, quizá, catastrófi­co.

¿Qué pudo haber pasado? Es otra ecuación irresuelta hasta ahora. La teoría dice que un ingreso de agua de mar a través de las entradas de aire de la ventilació­n de baterías, además de hacer cortocircu­ito, descarga esos generadore­s contra el casco (aquella hipotética explosión) y genera gas cloro, que es tremendame­nte venenoso.

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