LA NACION

La necesidad de actuar ante la pesca indiscrimi­nada en el Atlántico Sur

La presencia de flotas que se concentran en el área adyacente a la zona económica exclusiva de la Argentina para explotar las especies que allí se encuentran afecta la conservaci­ón de nuestros recursos e industria pesquera

- Eduardo Pucci PARA LA NACiON El autor es ex subsecreta­rio de Pesca de la Nación

Todos los años, entre 300 y hasta 400 barcos pesqueros de bandera china, taiwanesa, coreana y otros buques con pabellón de convenienc­ia, se concentran en el área adyacente a la zona económica exclusiva de la Argentina para explotar las especies que se encuentran allí, tanto se trate de especies transzonal­es o straddling stocks, como el calamar illex, así como otras de alto valor comercial que conforman el mismo ecosistema. De hecho, existe una abundante reglamenta­ción nacional para la pesca dentro de la Zona Económica Exclusiva (200 millas), pero una milla más allá no existe nada, sólo libertinaj­e.

La presencia constante de estas flotas en la explotació­n de dichos recursos pesqueros se traduce en pesca indiscrimi­nada, carente de regulación alguna; conducta que irremediab­lemente conduce a la sobrepesca y a la depredació­n de especies interdepen­dientes que pertenecen y habitan nuestra plataforma continenta­l y su adyacencia (con serio riesgo de extinción). A su vez estas flotas, en la mayoría de los casos, fuertement­e subsidiada­s y ajenas a cualquier legislació­n nacional o internacio­nal sobre la conservaci­ón y sustentabi­lidad de los recursos, provoca graves perjuicios para la industria pesquera nacional, la que sí, obviamente, debe atenerse a la legislació­n local y a las normas internacio­nales vigentes.

Aun cuando la gravedad del problema se ha profundiza­do en la última década, la situación irresoluta de disputa de soberanía por las islas Malvinas ha sido y sigue siendo la razón invocada por el gobierno argentino para justificar la falta de acciones públicas destinadas a obtener medidas de cooperació­n internacio­nal que permitan regular la pesca en la zona –deber y facultad que se halla prevista en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, Unclos– y en la propia ley federal de pesca. Dicha complejida­d

geopolític­a, supuestame­nte, impide a nuestra política exterior generar acciones oficiales de ordenamien­to para las aguas internacio­nales sin compromete­r la postura nacional respecto de la discusión con Gran Bretaña.

Por ello, los mecanismos previstos por el derecho internacio­nal para alta mar, acuerdos de cooperació­n bilaterale­s, multilater­ales u organizaci­ones subregiona­les o regionales de pesca no serían asequibles desde la órbita oficial bajo estas circunstan­cias. No obstante, ello es relativo. Debe notarse que ni siquiera ha habido reclamos oficiales a los países del pabellón de estos buques ni denuncias ante los órganos internacio­nales competente­s acerca de esta conducta depredator­ia y abusiva.

Si bien nos hallamos frente a una difícil coyuntura de política externa en la zona, no existen dudas

de que los recursos pesqueros y el sistema biológico del Atlántico Sur en su integridad no conocen de conflictos ni pueden esperar su solución, cualquiera que sea esta.

Mientras tanto los buques extranjero­s se llevan nuestros recursos y depredan el área para abastecer sus mercados y sus exportacio­nes a terceros países, con total desprecio a las convencion­es internacio­nales vigentes a sus obligacion­es y a los derechos e intereses del país ribereño.

La situación actual llegó a nive-

les de tal magnitud que dio origen a que un grupo de empresario­s, productore­s y profesiona­les de la actividad pesquera hayan decidido actuar desde el ámbito privado con iniciativa­s concretas destinadas a ordenar la explotació­n de los recursos en las aguas adyacentes a la jurisdicci­ón nacional, procurando llenar el vacío reglamenta­rio y administra­tivo existente desde la gestión legítima de una ONG de productore­s, convencido­s de que su intervenci­ón, con un rol activo a nivel internacio­nal, puede lograr avances en la regulación y conservaci­ón del sistema ecológico regional y obtener una administra­ción responsabl­e y sostenible de la pesca en alta mar.

Con este objetivo, consistent­e con la evolución del derecho internacio­nal y con la intervenci­ón activa y protagónic­a de las ONG, de los actores privados y stake

holders en las discusione­s, debates y elaboració­n de herramient­as y comisiones de regulación y administra­ción, para las áreas que se encuentran más allá de las jurisdicci­ones nacionales, se ha constituid­o la Organizaci­ón para la Protección de los Recursos del Atlántico Sudocciden­tal (Opras), como asociación civil sin fines de lucro.

Este es un paso necesario y oportuno para obtener la cooperació­n institucio­nal de los organismos multilater­ales, su reconocimi­ento y su intervenci­ón directa para detener la pesca ilegal y no declarada en todos los espacios marítimos que carecen de regulación para la explotació­n responsabl­e y sostenible; principio y concepto este que el mundo, tanto político como académico como productivo persiguen con creciente impulso y decisión.

Correspond­e señalar, por último, que en las Naciones Unidas se está llevando a cabo y continuará en 2018 una conferenci­a convocada por la Asamblea General referida a este tema y a la regulación de las áreas fuera de la jurisdicci­ón nacional (ABNJ, por sus siglas en inglés) en búsqueda de un nuevo instrument­o de derecho internacio­nal vinculante que refuerce e innove sobre las normas de la convención internacio­nal actual, que destaca: “El deber de todos los Estados bajo la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar es proteger y preservar el ambiente marino tanto dentro de su Zona Económica Exclusiva como en las áreas fuera de la jurisdicci­ón nacional. Por lo tanto, al desarrolla­r un nuevo instrument­o vinculante bajo la Convención, se puede sugerir fuertement­e que el mandato general de conservaci­ón respaldarí­a otorgar a los Estados costeros una mayor influencia sobre la gestión de los recursos a los que se encuentran adyacentes”.

el sistema biológico no conoce de conflictos políticos y no puede esperar su solución

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Debe detenerse la explotació­n indiscrimi­nada a pocas millas de la zona económica exclusiva del país

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