Armar la pirámide desde la realidad elegida
Asiduos habitantes de las distintas redes sociales, varios jugadores de los Pumas están subiendo en estos días fotos de entrenamiento haciendo foco en que se trata de la última semana del año. Dublín e Irlanda marcarán pasado mañana el fin de otra temporada larga y desgastante, la segunda que combinó Pumas y Jaguares con competencias variadas, entre el Rugby Championship, las ventanas internacionales de junio y de noviembre, y el Súper Rugby. El test ante los de verde, que vienen de vencer a los Springboks y a Fiji, no debería definir nada, pero seguramente lo hará. Si el seleccionado argentino gana, habrá, especialmente, renovación de confianza para el head coach Daniel Hourcade. Si pierde, es probable que se vuelva a poner el foco sobre su continuidad.
El resultado por el resultado en sí nunca va de la mano de un análisis amplio. Sujetarse únicamente a lo que deparen los 80 minutos en el Aviva Stadium puede llevar el foco a un lugar chiquito, cuando en realidad lo que se necesita es ir mucho más allá en los conceptos y en las revisiones de lo que ha pasado después de la Copa del Mundo de 2015, con más de la mitad del camino recorrido hacia Japón 2019.
Estos Pumas están cargando sobre sus espaldas una mochila que contiene, entre varios aspectos primordiales, un brusco acceso a la alta competencia que no cuenta aún con la estructura necesaria para sostenerla. Quizás el cuarto puesto en Inglaterra 2015 y el inmediato ingreso en el Súper Rugby nos nublaron la realidad. El rugby argentino no está hoy entre los ocho mejores del mundo ni en ranking ni en otros condimentos que hacen al juego propiamente dicho. Y es probable que no lo esté por un tiempo, más allá de algún que otro resultado. En consecuencia, es importante mirar esta coyuntura al margen de lo que ocurra en el ex Landsdowne Road ante una Irlanda sedienta por vengar la derrota en los cuartos de final del último Mundial.
Los Pumas no están en la misma situación que la última vez que visitaron Dublín, el 24 de noviembre de 2012. Aquella goleada por 46-24 puso en evidencia a un plantel enemistado en todas sus facciones. Esas peleas más tarde pusieron fin al ciclo de Santiago Phelan como entrenador y le abrieron la puerta a la llegada de Hourcade. Estos Pumas lucen más unidos, pero a lo largo del año han mostrado tantos errores como los de aquella fría y lluviosa tarde en el Aviva de cinco años atrás, en la cual fueron aplastados por una Irlanda lanzada desde todos lados por un fenomenal Jonathan Sexton.
El rugby argentino tiene que jugar todavía un partido muchísimo más importante que el de pasado mañana. Es el partido de cómo va a armar la pirámide a partir de una realidad elegida y que exige de cambios mucho más profundos que los de un entrenador o de un jugador. El profesionalismo implica bastante más de lo que hoy intenta caminar la Unión Argentina de Rugby (UAR). Es bastante más que armar centros de alto rendimiento o pagar sueldos importantes a jugadores y staff. Es dejar las bases, pero construir de nuevo el edificio. Y esa es una tarea que de llevarse a cabo con conciencia puede demandar años y años, porque entre otras cosas se trata de instalar una nueva cultura.
Por eso, quedan discusiones más abarcadoras que el lindo partido que aguarda el próximo sábado. En Dublín, ante una Irlanda que tiene tantos problemas de fondo con su rugby profesional como la Argentina –como también Francia, Gales, Australia y Escocia–, se cerrará un duro 2017, pero quedarán muchas puertas abiertas hacia el futuro.