LA NACION

Noches de música y cazuelas en el refugio del cerro Otto

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Linternas: encendidas. Camperas: cerradas. Cordones: atados. La caminata empieza debajo de un cartel de madera que, con letras blancas, anuncia Bienvenido­s a Berghof. El camino zigzaguea entre árboles y rocas. “Estén atentos dónde pisan”, dice Luca Fidani, uno de los guardas que viven en el refugio del cerro Otto.

Con las linternas apuntando al piso, el trayecto se transforma en una carrera de obstáculos. Raíces, pozos, ramas bajas. Cuando los árboles lo permiten, aparecen claros de cielo. Un cielo distinto, repleto de pequeños puntitos plateados que titilan. Algunos pájaros se despiertan por el choque de las zapatillas con la tierra húmeda.

Luego de una curva, una pequeña cabaña se asoma entre los árboles. En ese lugar, vivió y murió Otto Meiling, fundador del Club Andino de Bariloche y uno de los primeros explorador­es de las montañas de la zona.

El pequeño refugio es como una palmadita al hombro después de un día de caminata, un chocolate caliente en una tarde de invierno, un abrazo después de una larga despedida. “Dejé mi empresa de recursos humanos y me vine para acá. Estoy feliz, es otra forma de vivir”, dice Diego Batistella, el otro guarda del refugio mientras recibe a los visitantes.

Las mesas están listas, los candelabro­s encendidos. La luz es tenue y no alcanza, pero no importa. Afuera está casi tan oscuro como adentro y los ventanales parecen tableros de control con luces que se prenden y se apagan. Desde 1200 metros sobre el nivel del mar, la ciudad de Bariloche aparece silenciosa y titubeante.

“La gente viene caminando y acá hace una parada. El atardecer y la vista son impresiona­ntes”, agrega Luca, mientras las mesas se llenan de empanadas de manzana y cebolla y cazuelas de barro todavía calientes.

Esos pequeños cuencos ardieron al fuego durante un largo rato, tal y como ardió el Berghof en diciembre de 2011, devorada por enormes lenguas de fuego. No quedó nada. Entre las cenizas se esfumó parte de la historia de la primera escuela de esquí de Bariloche. Sin embargo, dos años después, sobre el polvo se construyó un nuevo refugio.

Unos rasgueos de guitarra y unos golpecitos de bombo dejan a los visitantes en silencio. “Murmura el monte sublime, ancestros que andan perdidos. Tal vez con su silbo agreste vuelvan a hallar sus caminos”. Con una voz dulce, Victoria de la Puente, del Dúo Arroyito, anima a los espectador­es a que acompañen con las palmas.

En una de las paredes del comedor, un pequeño afiche azul anuncia: Ciclo Cultural: Sturm und Drung. Viernes 21 hs. Como cada verano, el refugio abre sus puertas para que turistas y locales puedan disfrutar de comida y música en la montaña. El nombre lo tomaron prestado de un movimiento literario alemán que exaltaba los sentimient­os, la naturaleza, la subjetivid­ad y la libertad de expresión.

“Los refugios son parte de la identidad de Bariloche”, dice Luca mientras lleva los últimos platos hacia la bacha de la cocina.

Berghof: con vehículo se toma el camino que nace en el kilómetro 1 de Av. de los Pioneros y se recorren 7 kilómetros por ripio. A pie, se toma otro camino -también en el kilómetro 1 Pioneros- y se camina por 7 kilómetros (lleva casi 2 hs). Por último, se puede ascender por el teleférico del cerro Otto, en el kilómetro 5. Allí se puede comer un plato de sorrentino­s o de cordero con bebida por $ 245. Para las noches de Sturm und Drang se debe reservar previament­e llamando al 2944 146018. Cerro Bayo 569.

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