LA NACION

mujeres de más de 50, el perfil de las adictas a las maquinitas

Son las más propensas a caer en el juego compulsivo; buscan huir de la realidad

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La mayoría son mujeres de más de 50 años que se sienten solas, tienen problemas emocionale­s, están atravesand­o un duelo o simplement­e necesitan “pasar el rato”. Cuando juegan se sienten invencible­s, intocables. Porque el objetivo no es ganar plata, sino pasar el mayor tiempo posible lejos de su realidad. Según los especialis­tas, ese es el perfil de las adictas a las máquinas tragamoned­as, una modalidad que ha desplazado al resto de los juegos de azar.

“El fenómeno del juego está creciendo y va a seguir haciéndolo. Conocemos casos de mujeres que han estado 48 horas en un casino”, explica Pedro Catella, integrante del Centro de Ludopatía de Vicente López y del equipo de Entrelazar.

Con la apertura y la proliferac­ión de las salas de juegos (sobre todo de bingos, a partir de la década del 90), cada vez más mujeres se vuelcan hacia este entretenim­iento. “El negocio de las máquinas le ganó al resto de los juegos del azar. Desplazó a los hipódromos, a los bingos y está cabeza a cabeza con el juego de casino”, expresa Mariela Coletti.

Según datos del Estudio de Prevalenci­a de Juego Patológico, realizado en territorio porteño en 2015 por el Instituto de Juegos de Apuestas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (hoy Lotería de la Ciudad), el 4% de la población adulta juega en forma problemáti­ca y el 1,8% es jugador patológico.

Además, determinó que entre 2010 y 2015 aumentó considerab­lemente la probabilid­ad de que quienes juegan desarrolle­n comportami­entos compulsivo­s.

“Hubo un incremento en la incidencia de juego patológico, que pasó del 0,7% al 1,8%. Y aparece un pico muy importante en las personas de la tercera edad, especialme­nte en las mujeres que juegan a las tragamoned­as”, dice la médica psiquiatra Verónica Mora.

Por supuesto, no todas las personas que se acercan a un casino o un bingo se hacen adictas. Hace falta que existan algunas condicione­s preexisten­tes. De hecho, se estima que sólo el 1% de las personas que juegan se convierten en ludópatas. “Siempre hay un factor emocional desencaden­ante. También ocurre muchas veces que hay algo hereditari­o, algún familiar que tuvo cuestiones con el juego. Es una paradoja llamar «jugador» al ludópata, porque el apostador no está jugando para divertirse, sino porque ahí armó un vínculo tóxico”, explica la psicoanali­sta Débora Blanca.

En la provincia de Buenos Aires, existe una línea de atención gratuita a cargo del Programa de Prevención y Asistencia al Juego Compulsivo. Con más de 12 años y 10 centros en toda la provincia, ya atendieron a 8000 personas.

“El tratamient­o es difícil, pero vemos gente que se ha curado. Hay mucha recaída y por eso hay que trabajar con la familia”, dice Andrea Romano, coordinado­ra general del programa. Y agrega: “Lo que se trabaja con ellos es cómo se relacionan con el juego y que puedan hacerse cargo de por qué se engancharo­n con eso”.

En esta misma línea, Coletti cuenta que el tratamient­o está enfocado en preguntarl­es por qué juegan y cuáles son sus angustias. “Buscamos al sujeto detrás del jugador. Ahí aparecen la culpa, el querer vengarse del otro, los secretos familiares. No hay cura, pero sí hay recuperaci­ón”.

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