En Myanmar, el Papa enfrenta un delicado viaje marcado por el drama rohingya
Francisco llega hoy a un país de mayoría budista acusado de una limpieza étnica de una minoría musulmana; no podrá nombrarla; luego visitará Bangladesh, uno de los países más pobres de Asia
ROMA.– En lo que se considera uno de los viajes más complejos de su pontificado, Francisco partió ayer rumbo a Myanmar y Bangladesh, dos empobrecidos países del sudeste asiático en los que la Iglesia tiene pocos fieles y reina gran tensión por la crisis de refugiados de la minoría islámica rohingya.
Francisco deberá ser diplomático cuando se convierta hoy en el primer papa en pisar Myanmar. Si bien en los últimos meses mencionó tres veces públicamente a los rohingyas, en llamados en favor de estos “hermanos” perseguidos, evitará pronunciar esa palabra.
Se trata de un término prohibido en Myanmar, un país de 52 millones de habitantes de mayoría budista, donde casi dos millones de rohingyas son discriminados socialmente y considerados inmigrantes ilegales de Bangladesh, pese a que han vivido ahí por generaciones.
Tanto los 20 obispos de Myanmar, donde sólo el 1% de la población es católica, así como la Secretaría de Estado del Vaticano le explicaron al Papa la enorme sensibilidad que hay respecto de este tema y le recomendaron vivamente no usar la palabra rohingya, algo que podría enfurecer a un grupo de monjes budistas nacionalistas fundamentalistas y tener repercusiones sobre la minoría cristiana.
Myanmar, país aún en transición hacia la democracia después de 60 años de dictaduras militares (19622011), vive momentos difíciles. En agosto, después de un ataque a puestos policiales de un grupo insurgente musulmán, el ejército comenzó “operaciones de despeje” en el estado de Rahkine, donde viven los rohingyas. En una represión brutal considerada una “limpieza étnica” por la ONU, en la que soldados y monjes extremistas budistas incendiaron casas, entre otros hechos de violencia, más de 600.000 rohingyas se vieron obligados a escapar al vecino Bangladesh.
Justo en vísperas del viaje del Papa, Myanmar y Bangladesh firmaron el jueves pasado un acuerdo para el regreso de miles de ellos. Pese a que deja varias dudas, el acuerdo fue recibido con satisfacción en el Vaticano y en la comunidad internacional, que sólo en los últimos meses puso su atención en esta zona olvidada del mundo.
El Papa hubiera querido visitar uno de los campos de refugiados donde en condiciones dramáticas sobreviven los rohingyas, algo imposible debido a cuestiones de seguridad. Pero, según anticipó su vocero, Greg Burke, se reunirá con un grupo de ellos el viernes en Dacca, capital de Bangladesh, en un encuentro interreligioso.
El padre Bernardo Cervellera, director de la revista católica AsiaNews, explicó que detrás del drama de los rohingyas hay enormes intereses económicos, de los que se benefician los militares, que controlan la economía y China, país fronterizo con Myanmar, que está llevándose sus enormes recursos naturales. “Desde el estado de Rahkine debe pasar un oleoducto para que llegue petróleo a China y también allí debe construirse un puerto para barcos chinos, de ahí su importancia”, detalló. “Por eso espero que en sus discursos el Papa también les hable en cierta a forma a China y la India, los dos gigantes de la región”, puntualizó.
Seguramente compleja, la visita también significará un respaldo para Aung San Suu Kyi, líder de “facto” del país, a quien el Papa recibió dos veces en el Vaticano, la última en mayo de este año, cuando el Vaticano y Myanmar establecieron relaciones diplomáticas. Suu Kyi en los últimos meses fue duramente criticada por la comunidad internacional por su silencio ante lo que algunos también llaman “genocidio” de los rohingyas.
Hija del general Aung San –que llevó a Birmania a la independencia de Gran Bretaña en 1948–, Suu Kyi se enfrentó con valentía a la dictadura militar, que la condenó a vivir durante 15 años bajo arresto domiciliario, lo que le valió el Nobel de la Paz en 1991. Después de las elecciones de 2015, en las que ganó su partido, Suu Kyi se convirtió en la líder “de facto” de Myanmar, pese a que la Constitución le impide ser presidenta. En sus tres días en Myanmar Francisco no sólo verá a Suu Kyi, llamada “la señora”, sino también, aconsejado por el cardenal Charles Bo, recibirá en forma privada al jefe de las fuerzas armadas, Ming Aung Hlaing, algo que seguramente será criticado.
Consciente de que será uno de sus viajes más difíciles, ayer, después del Angelus, el Papa pidió a los 30.000 fieles presentes en la Plaza San Pedro rezar por su viaje a Myanmar y Bangladesh para que su “presencia sea para estas poblaciones una señal de cercanía y esperanza”.