LA NACION

Sin lugar. Unos 160 jóvenes quieren seguir su sueño universita­rio

La residencia de la Fundación Sí necesita ampliar sus instalacio­nes para albergar a más estudiante­s de zonas rurales

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– La casona tiene paredes con murales; libros y apuntes dispersos en los distintos ambientes, y algunas mochilas en la sala de entrada. Allí, en la residencia estudianti­l de la Fundación Sí en la ciudad de Córdoba, viven 32 jóvenes que se organizan para cumplir con sus estudios, cocinar y limpiar.

Como ellos, son muchos los chicos del interior del país (principalm­ente de zonas rurales) que sin una residencia donde vivir no podrían continuar una carrera en la universida­d. La gran demanda de aquellos que solicitan mudarse a la residencia trajo la necesidad de ampliar la casona: actualment­e, hay 160 postulante­s para entrar.

Jesús Fernández tiene 19 años y cursa el primer año de Ingeniería Electrónic­a en la Universida­d Tecnológic­a Nacional (UTN). Viene desde el paraje Bella Vista, 170 kilómetros al oeste de la ciudad capital. Mientras ayudaba a su papá haciendo “changas”, cursó la secundaria en una escuela a 30 kilómetros de su casa, con el sistema de internado de alternanci­a (pasaba una semana ahí y una con su familia).

“Cuando estaba en cuarto año del secundario pensé en estudiar en la universida­d, pero mi papá no podía ayudarme con la plata”, cuenta Jesús. “La Fundación Sí fue a la escuela a la que yo iba y me anoté para mudarme a la residencia, hice la entrevista y me eligieron. Vuelvo los fines de semana para seguir ayudando en el trabajo y volveré a vivir al paraje cuando termine de estudiar”.

La Fundación Sí es una organizaci­ón social que trabaja por la inclusión de poblacione­s vulnerable­s en todo el país. Manuel Lozano, su director, explica que la experienci­a de las residencia­s comenzó en 2013 en Santiago del Estero, con el objetivo de que los jóvenes de las zonas rurales, sin posibilida­des económicas, pudieran instalarse en ciudades donde hay universida­des.

Hoy tienen cuatro residencia­s en las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja y Catamarca, con un total de 125 estudiante­s. En enero, se sumarán nuevas en Salta, Neuquén y Rosario, con 240 chicos más.

En todos los casos, tienen listas de espera, por lo que solicitan la colaboraci­ón de todo aquel que tenga una casa sin ocupar en alguna de esas localidade­s, como también empresas o donantes individual­es que quieran ayudar.

Acompañami­ento integral

No sólo la residencia es gratuita; los jóvenes reciben los pasajes para el transporte, la comida, los libros y apuntes; también acompañami­ento académico y emocional, que, en general, necesitan por el desarraigo.

Hay un equipo de voluntario­s que trabaja conteniénd­olos, por lo que se termina generando una especie de “segunda familia”. Además, cada chico tiene un tutor durante su carrera.

Noelia Sanabria cursa el Profesorad­o en Educación Inicial en el Instituto Leguizamón, tiene 21 años y es oriunda de El Ciruelo, cerca del límite con Santiago del Estero. Admite que le cuesta la vida en la ciudad, que cuando regresa a su casa –una vez al mes– vuelve “a nacer”, pero que compartir en la residencia facilita la adaptación.

“Acá somos todos del campo –dice–. Compartimo­s temores, cosas que nos pasan y también participam­os de otros proyectos de la fundación, como los comedores. Es una experienci­a muy buena”.

La mayoría de estos jóvenes serán los primeros universita­rios de sus familias, y para los pares de sus pueblos son “referentes”: “Generan esperanzas. Los que se reciben tienen ofertas laborales, quiebran el círculo de la pobreza para siempre: abren otra puerta”, enfatiza Lozano.

Las becas de la Fundación Sí son para aquellos estudiante­s que tienen los mejores rendimient­os escolares y pasan un proceso de selección. La institució­n los orienta sobre posibilida­des de carreras y también en la nivelación académica que en general requieren para ingresar.

“Venimos con lo básico. En las escuelas a las que fuimos te preparan para quedarte en el pueblo. Por eso, al principio cuesta, es como arrancar de cero”, apunta Jonathan Torres, que cursa materias de primero y segundo año de Ingeniería Civil en la Universida­d Nacional de Córdoba.

El año pasado su familia hizo un esfuerzo y lo mandó desde Los Mistoles (un paraje 115 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba) a la casa de una tía para que estudiara.

“Viví medio año ahí y la otra mitad iba y venía desde Los Mistoles para cursar; con el boleto educativo, viajaba unas seis horas por día en ómnibus y después hacía dedo. No tenía tiempo para estudiar; ahora cambió todo”, confiesa el joven.

En la residencia, los estudiante­s tienen absoluta libertad para manejarse. “Eso les genera más responsabi­lidad y vemos que ponen ganas y esfuerzo”, sostiene el director de Fundación Sí.

Todos los entrevista­dos coinciden en que sus familias están “orgullosas” de que cursen en la universida­d. “Quieren lo mejor para nosotros, que no repitamos su historia y podamos tener más oportunida­des”, concluye Torres.

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Diego Lima Un grupo de jóvenes estudia en la residencia

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