Sin lugar. Unos 160 jóvenes quieren seguir su sueño universitario
La residencia de la Fundación Sí necesita ampliar sus instalaciones para albergar a más estudiantes de zonas rurales
CÓRDOBA.– La casona tiene paredes con murales; libros y apuntes dispersos en los distintos ambientes, y algunas mochilas en la sala de entrada. Allí, en la residencia estudiantil de la Fundación Sí en la ciudad de Córdoba, viven 32 jóvenes que se organizan para cumplir con sus estudios, cocinar y limpiar.
Como ellos, son muchos los chicos del interior del país (principalmente de zonas rurales) que sin una residencia donde vivir no podrían continuar una carrera en la universidad. La gran demanda de aquellos que solicitan mudarse a la residencia trajo la necesidad de ampliar la casona: actualmente, hay 160 postulantes para entrar.
Jesús Fernández tiene 19 años y cursa el primer año de Ingeniería Electrónica en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Viene desde el paraje Bella Vista, 170 kilómetros al oeste de la ciudad capital. Mientras ayudaba a su papá haciendo “changas”, cursó la secundaria en una escuela a 30 kilómetros de su casa, con el sistema de internado de alternancia (pasaba una semana ahí y una con su familia).
“Cuando estaba en cuarto año del secundario pensé en estudiar en la universidad, pero mi papá no podía ayudarme con la plata”, cuenta Jesús. “La Fundación Sí fue a la escuela a la que yo iba y me anoté para mudarme a la residencia, hice la entrevista y me eligieron. Vuelvo los fines de semana para seguir ayudando en el trabajo y volveré a vivir al paraje cuando termine de estudiar”.
La Fundación Sí es una organización social que trabaja por la inclusión de poblaciones vulnerables en todo el país. Manuel Lozano, su director, explica que la experiencia de las residencias comenzó en 2013 en Santiago del Estero, con el objetivo de que los jóvenes de las zonas rurales, sin posibilidades económicas, pudieran instalarse en ciudades donde hay universidades.
Hoy tienen cuatro residencias en las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja y Catamarca, con un total de 125 estudiantes. En enero, se sumarán nuevas en Salta, Neuquén y Rosario, con 240 chicos más.
En todos los casos, tienen listas de espera, por lo que solicitan la colaboración de todo aquel que tenga una casa sin ocupar en alguna de esas localidades, como también empresas o donantes individuales que quieran ayudar.
Acompañamiento integral
No sólo la residencia es gratuita; los jóvenes reciben los pasajes para el transporte, la comida, los libros y apuntes; también acompañamiento académico y emocional, que, en general, necesitan por el desarraigo.
Hay un equipo de voluntarios que trabaja conteniéndolos, por lo que se termina generando una especie de “segunda familia”. Además, cada chico tiene un tutor durante su carrera.
Noelia Sanabria cursa el Profesorado en Educación Inicial en el Instituto Leguizamón, tiene 21 años y es oriunda de El Ciruelo, cerca del límite con Santiago del Estero. Admite que le cuesta la vida en la ciudad, que cuando regresa a su casa –una vez al mes– vuelve “a nacer”, pero que compartir en la residencia facilita la adaptación.
“Acá somos todos del campo –dice–. Compartimos temores, cosas que nos pasan y también participamos de otros proyectos de la fundación, como los comedores. Es una experiencia muy buena”.
La mayoría de estos jóvenes serán los primeros universitarios de sus familias, y para los pares de sus pueblos son “referentes”: “Generan esperanzas. Los que se reciben tienen ofertas laborales, quiebran el círculo de la pobreza para siempre: abren otra puerta”, enfatiza Lozano.
Las becas de la Fundación Sí son para aquellos estudiantes que tienen los mejores rendimientos escolares y pasan un proceso de selección. La institución los orienta sobre posibilidades de carreras y también en la nivelación académica que en general requieren para ingresar.
“Venimos con lo básico. En las escuelas a las que fuimos te preparan para quedarte en el pueblo. Por eso, al principio cuesta, es como arrancar de cero”, apunta Jonathan Torres, que cursa materias de primero y segundo año de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Córdoba.
El año pasado su familia hizo un esfuerzo y lo mandó desde Los Mistoles (un paraje 115 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba) a la casa de una tía para que estudiara.
“Viví medio año ahí y la otra mitad iba y venía desde Los Mistoles para cursar; con el boleto educativo, viajaba unas seis horas por día en ómnibus y después hacía dedo. No tenía tiempo para estudiar; ahora cambió todo”, confiesa el joven.
En la residencia, los estudiantes tienen absoluta libertad para manejarse. “Eso les genera más responsabilidad y vemos que ponen ganas y esfuerzo”, sostiene el director de Fundación Sí.
Todos los entrevistados coinciden en que sus familias están “orgullosas” de que cursen en la universidad. “Quieren lo mejor para nosotros, que no repitamos su historia y podamos tener más oportunidades”, concluye Torres.