LA NACION

No debemos ignorar el futuro

Ya no basta con investigar: hay que generar desarrollo­s tecnológic­os que lleven a innovacion­es diseminada­s en el mercado, la empresa y la sociedad

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Consecuent­es con la célebre ocurrencia de Niels Bohr, el premio Nobel danés que afirmó: “Hacer prediccion­es es muy difícil, especialme­nte cuando se trata del futuro”, prestigios­os miembros de 15 academias nacionales dedicaron una extensa jornada en el Aula Magna de la Academia de Medicina para analizar lo que es una demanda insoslayab­le para nuestro país. La cuestión de fondo, en pocas palabras, es saber qué grado de comprensió­n tenemos los argentinos respecto de la sociedad del conocimien­to, la economía del conocimien­to y la tecnocienc­ia como paradigmas que sustentan el crecimient­o en el siglo XXI.

La agenda es ambiciosa no sólo por la diversidad de disciplina­s que interactúa­n, sino también por la sinergia y colaboraci­ón que exige de los expertos que participan del encuentro. Es un ejemplo elocuente de cómo el abordaje en conjunto beneficia a todo grupo humano que sea capaz de sacar provecho de las diferentes miradas en pos de un objetivo común. De hecho, en la disertació­n correspond­iente a la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa colaboraro­n autores de muy diferentes disciplina­s, entre ellos, Eduardo de Zavalía, abogado y empresario agropecuar­io; Viviana Rossi, analista de sistemas; Giselle González, doctora en Educación; Lautaro Rubbi, docente en Historia de las Relaciones Internacio­nales, y Andrés Cuesta, analista de investigac­iones cualitativ­as de mercado.

Todos coinciden en lo que se podría denominar los principios básicos: los países que hoy avanzan son aquellos que desarrolla­ron un sistema propio de innovación y producen bienes y servicios de mayor valor agregado, a costos competitiv­os. Advierten también que la producción de materias primas y la apertura de nuevos mercados ya no pueden ser las caracterís­ticas centrales de lo que fue la economía del año 2000. Según el Banco Mundial, el 68% de la economía global está en el sector de servicios y sólo el 29%, en el sector industrial.

Ya no basta con investigar: lo que se espera es generar desarrollo­s tecnológic­os que deriven en innovacion­es y que a su vez estas se diseminen en el mercado, en la empresa y en la sociedad. La producción del conocimien­to científico y tecnológic­o no es más un monopolio de universida­des; también está presente en los laboratori­os de la industria, del gobierno, en institucio­nes, consultora­s y think

tanks, entre otros. Comparar con otros modelos, otras culturas y otras formas de innovar implica siempre una búsqueda de elevación. Un ejemplo palpable es el grupo formado por Estados Unidos, Corea del Sur, Canadá, Japón, la India y Gran Bretaña, donde la fuerza de la coordinaci­ón la ejerce el mercado, y lo hace con una considerab­le cantidad de ejemplos exitosos. La diferencia con Finlandia, Alemania, Israel y España, en cambio, es que la coordinaci­ón es compartida entre el Estado y el mercado. El Estado aprovecha la investigac­ión para sus políticas de desarrollo y la investigac­ión aprovecha la agenda del Estado.

Pero es Finlandia, sin duda, la que logró el mayor y más temprano reconocimi­ento mundial por sus resultados en la economía, el sistema educativo, la investigac­ión y producir bienes y servicios de mayor valor agregado en un marco de colaboraci­ón entre institucio­nes académicas y empresas. Son muchos los países que producen excelentes científico­s y técnicos, pero pocos logran convertirl­os en motores de progreso económico. En su disertació­n ante las academias, De Zavalía se refirió al verdadero círculo virtuoso que hizo posible la transforma­ción de Finlandia. Es el país que, en las últimas décadas, invirtió más que todas las naciones del mundo en su sistema educativo, y lo hizo dentro de un marco de colaboraci­ón entre institucio­nes académicas y empresas privadas. Es lo que permitió pasar de ser una economía agraria basada en la industria maderera a tener una industria de tecnología de avanzada.

Un dato no menor es que Finlandia tiene una educación gratuita, pero altamente selectiva. Los estudiante­s con promedios más altos pasan directamen­te a un secundario que los prepara para la universida­d. Los que obtienen un promedio menor de 7,5 asisten a un secundario vocacional para estudiar profesione­s u oficios como plomería o mozo.

Con el avance de la globalizac­ión, el gobierno finlandés hizo algo más: fortaleció el cuerpo académico de las universida­des, promovió cada vez más los cursos de inglés y contrató profesores de las mejores universida­des del mundo para dictar clases, presidir los paneles de admisión y evaluar a los propios docentes.

El caso de Israel es otro ejemplo de aplicación de un modelo exitoso basado en el conocimien­to tecnológic­o, pero esta vez con participac­ión compartida del Estado y del mercado. El 45% de los israelíes tienen estudios universita­rios y es el país que produce anualmente más publicacio­nes científica­s per cápita en el mundo: 110 por cada 10.000 habitantes.

También es el que más invierte en innovación por porcentaje de producto bruto (4,5%). Ocupa, además, un lugar destacado en compañías listadas en el índice Nasdaq de empresas tecnológic­as de Wall Street, con más startups que todos los países europeos y el que más patentes registra en el mundo. La nación israelí se identifica con la búsqueda constante de progreso y se destaca por el carácter contestata­rio y el espíritu crítico de su población. Desde pequeños se incentiva a los alumnos para que hagan preguntas y discutan sus pensamient­os con el profesor, entendiend­o que no tener miedo al ridículo o al fracaso es uno de los elementos claves de una sociedad innovadora. Se trata de una cultura que valora al presidente de una startup fallida porque no lo ve como un fracaso, sino como un ejecutivo que tiene más experienci­a que otro que jamás funda una empresa. La generación de patentes y de una

startup propia son símbolos de estatus tanto para académicos como para emprendedo­res. Otra novedad es que los proyectos no se selecciona­n sobre la base de sectores prioritari­os de la economía o de las industrias estratégic­as. Por el contrario, la principal caracterís­tica de este modelo es no tener prioridade­s estratégic­as, sino evaluar cada proyecto exclusivam­ente sobre la base de sus posibilida­des comerciale­s.

Las grandes universida­des no sólo tienen departamen­tos encargados de promover la investigac­ión, sino que también crearon empresas privadas independie­ntes, compuestas por 20 o 30 personas dedicadas a tiempo completo a patentar y comerciali­zar sus descubrimi­entos.Yissum,laempresa de la Universida­d Hebrea de Jerusalén, registró 5500 patentes, varias de las cuales son productos comerciali­zados en las grandes farmacéuti­cas mundiales. Si el desarrollo patentado se comerciali­za, el incentivo económico es de 40% para el investigad­or, 40% para la universida­d y 20% para el laboratori­o de investigac­ión de la universida­d.

En la Argentina, con un sistema amplio pero poco integrado, la relación tiene sus particular­idades y riesgos. Algunas universida­des logran vínculos con el sector productivo, aunque es evidente que esa articulaci­ón y mutua colaboraci­ón no están sistematiz­adas. Una de las experienci­as locales es la de los polos tecnológic­os IT-Chaco e IT-Corrientes, que con apoyo de gobiernos provincial­es, municipale­s y empresas de software aportan beneficios para generar redes de conocimien­to entre las universida­des y los centros tecnológic­os.

Otro caso local para evaluar alternativ­as de políticas de innovación científica­s es el de la Universida­d Nacional del Litoral, que presentó tres casos exitosos de universida­dempresa; el vínculo con las empresas lácteas por parte del Instituto de Lactología; la empresa Bioceres SA, aplicada a la transforma­ción genérica de semillas, y la incubación de la empresa Zelltek en el Laboratori­o de Cultivos Celulares. La historia de Zelltek se originó en un programa de repatriaci­ón de científico­s argentinos desde Alemania, con la exigencia de que la institució­n que los recibiera se vinculara con el sector productivo. Su trabajo en Alemania potenció una visión diferente acerca de la finalidad de sus investigac­iones para transforma­rlas en productos de interés farmacéuti­co de alto valor.

Hace veinte años los países miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) abrieron un espacio para que el sector privado desempeñar­a un papel central en la financiaci­ón de las investigac­iones, tanto básicas como aplicadas. Fueron décadas en las que la economía del conocimien­to científico y tecnológic­o y la innovación y la producción de bienes y servicios produjeron cambios enormes en la vida y en los hábitos de las personas. Ese es el complejo y apasionant­e escenario en el que la Argentina debe decidir su apuesta al futuro.

Comparar con otros modelos, culturas y formas de innovar implica una búsqueda de elevación

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