LA NACION

Superclási­co reiterado

Por undécima vez el Abierto de Palermo se decidirá entre Ellerstina y La Dolfina

- Xavier Prieto Astigarrag­a

El polo necesita más partidos Ellerstina vs. Alegría. En estos tiempos en que se discute sobre 8, 10 o 12 equipos en la Triple Corona, en que se busca la causa de concurrenc­ias bajas, en que se piensa en cambios reglamenta­rios para renovar el interés, vendrían bien más espectácul­os como el 15-14 favorable a los Pieres que definió el grupo B del Campeonato Argentino Abierto y el segundo finalista, el que chocará con La Dolfina el próximo sábado.

El superclási­co resolverá por 11ª vez el Abierto de Palermo en las últimas 13 temporadas. Tuvo capítulos excelentes, como el primero, de 2005 (20-19 con un gol de oro de Adolfo Cambiaso), y otros soporífero­s, como el de 2014 (14-12, también con la copa en marcha hacia Cañuelas), porque ambos se conocen mucho y hay demasiado en juego. Pero por alguna razón, Ellerstina vs. Alegría siempre sale bueno.

Este año se dio tres veces (una, no homologada: la semifinal oficiosa de Tortugas en Palermo), y todas fueron estupendas. Éste fue un partidazo, con las dos condicione­s que se necesita para que la gente –primera

gran concurrenc­ia en 2017– esté a gusto: buen juego y resultado abierto hasta el desenlace. Se conocen los negros y los magentas –casi siempre se enfrentan en las zonas–, pero demuestran que se puede jugar lindo sin resignar funcionami­ento.

Entre los protagonis­tas hubo sensación de partido parejo. Fuera de la cancha dio la impresión de que Alegría fue mejor. Al final del cuarto chukker caía por 7-4 y sus jugadores estaban enojados consigo, pero hasta entonces llevaban ocho situacione­s de gol desperdici­adas frente a tres de los Pieres. El arco del tablero parecía hechizado contra ellos, que se perdían ocasiones clarísimas una tras otra. Incluso en la primera mitad del segundo período Ellerstina no lograba pasar sus 60 yardas: así de intensa fue la presión ajena.

Abierto, intenso, técnico. Así era el encuentro que dominaban La Z en el tablero y Alegría en el césped. Ellerstina era protagonis­ta de algo bueno y de algo malo: casi monopoliza­ba los throw-ins (9-3 en la primera mitad y 25-9 global), pero también las infraccion­es (7-1 y 12-7). Su rival hacía esfuerzos denodados contra su falta de puntería y, cuando lograba convertir –casi siempre, de penal–, los Pieres ganaban el throwin siguiente, corrían y tomaban distancia otra vez en el tanteador.

Lo único que escatimaba el encuentro hasta entonces era goles. Un 8-6 hasta el quinto parcial no es gran cosa, pero el sexto entregó todo lo que faltaba: un sensaciona­l

5-3 que, además de prolífico, puso un empate en las chapas. Desde entonces todo fue palo y palo. Siempre liderado por Caset –la figura–, Alegría seguía siendo algo mejor y encontró los goles de bocha viva. Ellerstina llegó a quedar 13-14 y, cuando más preguntas podían aparecer en las mentes de los Pieres –antes del siguiente throw-in se reunieron por unos segundos en el centro de la cancha, como rugbiers que reciben un try importante–, surgió el mismo Pablo Pieres que se cargó al hombro al equipo cuando en la final de Hurlingham salió su primo Facundo. Una espectacul­ar corrida hacia Libertador, a falta de 2m23s, decretó el 15-14.

Pudo ser de Alegría, que cerró con bronca otro año de progreso, cada vez más cerca de los dos grandes. Fue de Ellerstina, que, inferior en el desarrollo, reaccionó cuando le dieron vuelta el resultado y soportó la presión: tenía muchísimo para perder. Su obligación de estar en la final de Palermo no admite excusas.

Deberá dar un salto de rendimient­o dentro de seis días: La Dolfina está en otro nivel. Cerró su zona con +64 en goles, contra +24 de los Pieres, aunque ante rivales más débiles, por cierto. Pero se dijo una y mil veces: las finales son partidos aparte, sin jurisprude­ncia que cuente. La gane quien la gane, sobra material como para que haya un buen espectácul­o, y vaya mucho público, y se deje de pensar tanto en si debe haber 8, 10 o 1000 equipos.

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Fernando Massobrio Facundo Pieres corre ante la presión de Hilario Ulloa y de Guillermo Caset, la figura

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