Sonámbulo y sin reacción, river cerró con un balance gris su 2017 en el Monumental
Gallardo pudo haber anunciado que sigue, pero todavía no hay un nuevo River. O al menos uno un poco mejorado respecto del que viene dejando jirones, un remedo del equipo competitivo y confiable que supo ser. River ya no sabe qué pensar de la final de la Copa Argentina que le espera ante Atlético Tucumán. Si tomarla como un oportunidad para que el cierre del año no sea tan amargo y opaco como viene siendo, o un riesgo que lo expondrá aún más en esta versión de equipo vulnerable, con las líneas muy estiradas, sin la intensidad y la presión que fueron un sello distintivo, con individualidades en un nivel muy bajo.
Atlético Tucumán no será intimidante, pero el problema de River trasciende al rival de turno e impacta en su propia actualidad. Newell’s tampoco era la oposición más dura que podía depararle la Superliga. Llevaba 211 días sin ganar de visitante y en las nueve fechas precedentes había conseguido sólo dos victorias. Y sin embargo tuvo la inteligencia, temple y recursos para escarbar en las heridas de este River, que desde la aciaga noche en Lanús da aspecto de sonámbulo. El técnico quiso despertarlo con la decisión de continuar, pero los signos vitales siguen bajos. Se nota que le hace falta algo más que un golpe de efecto. Necesitará trabajo y un meticuloso estudio del plantel, acertar con las altas (le vendrán bien en todas las líneas) y las bajas (algunos están cumpliendo un ciclo y otros no aprovechan las oportunidades).
River no se afirma desde el juego colectivo ni desde el resultado. Su mejor individualidad de ayer, Pity Martínez, armó y definió por el centro la jugada del gol, que tuvo una escala en el medio con una sutil asistencia de Borré, un delantero fino, pero no tanto como para pretender que eso le alcance para ganarse el puesto y marcar la diferencia.
Aun con limitaciones y futbolistas que nunca se metieron en el partido (De la Cruz, Nacho Fernández, Scocco), River se ponía en ventaja ante un adversario que era una amenaza constante porque atrás no se descomponía, bien sostenido por las manos seguras de Pocrnjic, y un contraataque afilado en la velocidad y gambeta de Joaquín Torres (20 años, lo tuvo todo el primer tiempo a maltraer a Saracchi) y la potencia del portugués Leal.
El gol de Martínez no aclaró a River ni confundió a Newell’s. En 12 minutos, entre los 27 y los 39, los rosarinos dieron vuelta la historia con una asombrosa facilidad. Los tres goles tomaron a River desatento y lento (Maidana en el segundo tanto, que derivó en el penal de Montiel, y Ponzio en el tercero para detener la corrida de Fértoli).
Hay fatalidades, como la temprana lesión de Enzo Pérez, que se repiten y debilitan aún más a River. Gallardo lo reemplazó con una variante ofensiva, el ingreso de De la Cruz, que no redundó en más manejo y llegada, y sí fue perjudicial porque Ponzio quedó muy solo en la contención, en inferioridad para recuperar la pelota. No lo ayudaban los volantes que tenía más adelante ni una defensa con escaso anticipo y floja reacción.
Como pocas veces ocurrió en los últimos tiempos, en el Monumental brotaron la impaciencia y el murmullo por las tibias respuestas de algunos jugadores. De la Cruz, que en sus primeros partidos había mostrado atributos interesantes, se paseó con la liviandad del consagrado que no tiene que demostrar nada. En River, y más con Gallardo, la displicencia es un defecto que se corrige inmediatamente o se cura yéndose a otra parte.
No están respondiendo los históricos y experimentados, y los que deben hacer méritos (Barboza, Saracchi, Borré, De la Cruz) estuvieron rezagados. Una muestra más de la inestabilidad es que River haya tenido que recurrir a un tercer arquero en el semestre. Bologna había tenido una gran tapada con una mano en una definición de Figueroa. Después fue un eslabón más en la cadena de la endeblez defensiva.
River cerró con una derrota un año en el que el Monumental no fue escenario de grandes triunfos, a excepción del 8-0 a Jorge Wilstermann. En estos 12 meses no cobijó festejos de títulos como en 2104 (torneo local y Copa Sudamericana), 2015 (Copa Libertadores), y 2016 (Recopa Sudamericana). Un 2017 con un 63 por ciento de productividad en el torneo local (6 triunfos, 5 empates y 3 caídas), con derrotas en los dos clásicos que recibió (Racing y Boca). Un balance gris, pobretón, para bajar rápido la persiana hasta el 2018.