LA NACION

así fueron los días de Burzaco como fugitivo en europa

El yerno de Grondona lo llevó de Zúrich a Milan; allí vivió dos semanas sin teléfono ni dinero antes de entregarse en Bolzano

- Alejandro Casar González

Cuando la policía suiza arribó al hotel Baur Au Lac, de Zúrich, en la mañana del 27 de mayo de 2015, el sol apenas despuntaba. En el lobby hacía rato que esperaban los enviados del New York Times. Era el inicio de la llamada “Operación Darwin”, que descabezó a la cúpula de la FIFA y dio inicio al escándalo de corrupción que hoy se conoce como FIFAgate. Algunas horas antes, Alejandro Burzaco, todavía CEO de la empresa Torneos, escribía lo que sería su última comunicaci­ón en ese cargo: “Rumbo a Zúrich, rumbo al mundo FIFA”, fue su escueto tuit.

La noche anterior, la FIFA deliberaba para saber si Joseph Blatter conseguirí­a o no los votos para ser reelecto. Un ignoto príncipe jordano, Alí bin Al Hussein, le disputaba el trono del fútbol. Burzaco durmió en una suite del Hyatt, otro de los hoteles cinco estrellas que solían usar dirigentes y allegados a la FIFA cuando pisaban Suiza, el país de la pelota. A las 8.30, el empresario argentino se dispuso a desandar las cuatro cuadras que separaban su hotel del Baur Au Lac, donde estaban los dirigentes argentinos como José Luis Meiszner, por entonces secretario general de la Conmebol.

En el camino, Burzaco recibió dos llamadas telefónica­s. Una era de Sergio Jadue, el presidente de la Asociación Chilena de Fútbol quien luego también sería salpicado por el FIFA gate. La segunda, de un periodista. “Una de las dos personas me sugirió que mirara la tapa del New York Times”, evocó el empresario argentino en la corte de Brooklyn. En el portal del diario ya se anunciaba el megaoperat­ivo policial que ese día se llevaría a siete encumbrado­s dirigentes de la FIFA presos. Algunos, con lo puesto y envueltos en sábanas para gambetear las miradas de los curiosos. “Pese a eso, decidí dirigirme al Baur Au Lac”, agregó Burzaco, que nunca temió por su suerte.

El abogado John Pappalardo, que defiende al paraguayo Juan Ángel Napout, quiso saber más:

–¿Cómo entró?

–El Baur Au Lac tiene dos entradas. Una de ellas está más cerca del Park Hyatt. Yo seguí caminando y golpeé la puerta de ingreso del restaurant. Un guardia de seguridad me abrió la puerta y estuve en el desayunado­r entre las 8.45, que me llegaron esos mensajes, y las 9 en punto, cuando me sirvieron el desayuno.

Pappalardo siguió:

–¿Y qué le pasó por la cabeza en ese momento?

–Me dije: “Gracias a Dios”. Porque diferencia­ban entre dirigentes del fútbol y ejecutivos comerciale­s.

Burzaco contó que, una vez que terminó su desayuno sin que nadie lo reconocier­a, fue hasta el lobby del Baur Au Lac y, de allí, a la habitación de José Luis Meiszner. Pese a que no estaba registrado en el hotel, nadie lo echó. Las escaleras y los ascensores eran un pandemonio­deoficiale­sdepolicía­que buscaban habitación por habitación a los dirigentes involucrad­os. Después de hablar con Meiszner, Burzaco salió del Baur Au Lac y fue hasta una típica cafetería suiza, en las que venden chocolate y todo tipo de repostería. Allí tuvo la primera certeza de que, en algún momento, irían a buscarlo.

Se reunió, café mediante, con un abogado que había conocido en Suiza. De esa conversaci­ón surgió la idea de abandonar Zürich ese mismo día. Su nuevo destino era Milan, por dos motivos: era el sitio en la Italia continenta­l al que su abogado personal, Mariano Mendilahar­zu, podía llegar más rápido. Mendilahar­zu estaba en Petra (Jordania) de viaje con su mujer, y jamás se imaginó lo que vendría a partir de ese día. Además, Burzaco tenía la doble ciudadanía, argentina e italiana, por lo que no supondría demasiados problemas entrar en ese territorio. También tuvo un poco de suerte: la alerta roja de Interpol recién se libró cuatro días después, el 1 de junio.

Como contó en su declaració­n testimonia­l, Burzaco tenía dos celulares: una Blackberry en la que tenía sincroniza­da su dirección de correo electrónic­o laboral, y un iPhone que solía utilizar para sacar fotos. En aquellas últimas horas de libertad, el empresario argentino usaría ambos aparatos para planificar la llegada a territorio italiano. Y al anonimato.

El abogado Pappalardo preguntó por ese periplo:

–¿Cómo llegó a Italia?

–Cuando estuve con el abogado en la cafetería, en el centro de Zürich, llamé a Genaro Aversa, el yerno de Julio Grondona. Aversa y Marcel, un ex secretario privado de Grondona, me llevaron en auto a Milan. Tuve que esperar a que mi amigo y abogado Mariano Mendilahar­zu llegara al día siguiente.

El abogado de Burzaco interrumpi­ó sus vacaciones por las redadas en Suiza. El nombre de Burzaco ya figuraba en la acusación del Departamen­to de Justicia de Estados Unidos y era cuestión de tiempo que Interpol comenzara a buscarlo y le congelara las cuentas bancarias. Tampoco podía usar sus tarjetas de crédito. Durante 13 días viviría con lo puesto. O con lo que pudiera prestarle su amigo abogado, que se tomó el primer vuelo que pudo desde Ammán, la capital jordana, a Milán.

Ya en Italia, Burzaco hizo todo lo que le aconsejó su abogado. Sólo interrumpi­ó las charlas sobre su situación procesal y lo que vendría para hablar con su familia. Siempre desde un teléfono seguro. Aunque le costó un par de días aceptar la situación, Burzaco supo que regresar a la Argentina no era una opción. Debía pensar en entregarse a las autoridade­s estadounid­enses. Y cooperar para ganarse la libertad.

“Dormí”, respondió Burzaco cuando le preguntaro­n qué había hecho en Milán. Y añadió: “Supe que tenía por delante un largo camino en Estados Unidos, que necesitarí­a fondos para tener un buen consejo legal”.

Entre esos pensamient­os, la estrategia a seguir en los Estados Unidos, la explicació­n de todo lo que había hecho en los últimos años y, sobre todo, el pasar inadvertid­o ante las autoridade­s, transcurri­eron esos 13 días en los que era un fugitivo internacio­nal. El 9 de junio, Burzaco y su abogado caminaron la plaza principal de Bolzano, Italia, y se entregaron ante el jefe de la policía local.

La Justicia lo puso bajo arresto domiciliar­io ese mismo día, y el empresario alquiló una casa en las afueras. Allí pasó 49 días, en los que recibió la visita de su hermano Eugenio. El 28 de julio, y acompañado de dos oficiales del FBI, embarcó en el aeropuerto de Malpensa (Milán) rumbo a Nueva York. Al pisar suelo neoyorquin­o, el primer oficial de Justicia que vio fue el fiscal Samuel Nitze. El mismo que lo interrogó la semana pasada en Brooklyn.

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Ap/víctor caivano alejandro Burzaco, con gorra, el día del gas pimienta en la Bombonera

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