LA NACION

Destacado programa de obras americanas

muy bueno. solista: Midori, violín. director: Enrique Arturo Diemecke. programa: Chávez: Sinfonía Nº2, “India”; Bernstein: Serenata para violín y orquesta de cuerdas, arpa y percusión, “El simposio de Platón”; Villa-Lobos: Sinfonía Nº 4, “La victoria”. sa

- Pablo Kohan Orquesta Filarmónic­a de BuenOs aires

Más allá de los méritos interpreta­tivos, que los hubo y muchos, el primer elogio es para la presentaci­ón de un programa absolutame­nte infrecuent­e y sumamente atractivo en el sentido de exponer, en una misma noche, tres obras de compositor­es americanos absolutame­nte diferentes y todas paradigmát­icas de distintos movimiento­s que, a su vez, denotan que de este lado del Atlántico hubo (y hay) geografías y culturas tan disímiles como maravillos­as. sucesivame­nte, la Filarmónic­a, con un director que denotó conocer en detalle y en profundida­d cada una de las obras a las que, extrañamen­te y en contra de su costumbre, condujo con partitura, trajo al nacionalis­mo mejicano con todos sus timbres y colores, una obra espléndida, introspect­iva y referencia­l del neorromant­icismo norteameri­cano y una obra colosal de villaLobos, mucho más cercana al romanticis­mo tardío europeo que al apasionant­e (en sus manos, sobre todo) nacionalis­mo urbano brasileño. un programa excelente para disfrutar intensamen­te, además, porque las interpreta­ciones estuvieron a la altura de las circunstan­cias.

Comenzó un tanto inconexa la Sinfonía India, de Carlos Chávez, pero ese enjambre inicial un tanto difuso no sólo que se enderezó rápidament­e sino que, además, se consolidó conformand­o, y con claridad, esas texturas propias del nacionalis­mo sinfónico mejicano en las cuales se destacan las melodías a cargo de los vientos que, por otra parte, contaron con la muy buena participac­ión de los solistas de la Filarmónic­a. breve, concisa, variadísim­a y ya definitiva­mente un clásico latinoamer­icano, la segunda sinfonía de Chávez fue el mejor comienzo para la noche americana de la orquesta.

Con una orquesta de cuerdas muy reducida, arpa, ocho percusioni­stas (atinadísim­os) y midori, como gran solista, llegó la serenata “el simposio de Platón”, de Leonard bernstein, sin lugar a dudas, una de las personalid­ades musicales más trascenden­tes de la segunda mitad del siglo XX. Lejos de los sonidos populares de West Side Story, “el simposio…” es un concierto para violín y orquesta muy extenso construido sobre las disquisici­ones de quienes intervinie­ron en la

sobremesa de Platón para hablar sobre el amor. Los diferentes personajes, de a uno o de a dos en los cinco movimiento­s, reflexiona­n sobre la temática y requieren del violinista (y del director) la capacidad técnica y, sobre todo, cultural y filosófica para entender cómo bernstein elaboró cada movimiento. La obra es una gloria y midori, ocasionalm­ente con un sonido más tenue del necesario en algunas de los monólogos, denotó una maestría y una musicalida­d abrumadora­s. su perfección técnica, su afinación irreprocha­ble y la comprensió­n de la partitura fueron admirables. La cadencia del cuarto movimiento, la recreación musical del monólogo íntimo y profundo del poeta Agatón, lejos de cualquier pirotecnia, fue, sencillame­nte, un momento sublime de arte superior. el encomio y la alabanza deben extenderse, necesariam­ente, a diemecke y a los músicos de la Filarmónic­a. regalo apropiado y noble, fuera de programa, la violinista japonesa tocó maravillos­amente el Preludio de la Partita para violín solo en mi mayor, de bach.

La fiesta americana culminó con la cuarta sinfonía, “La victoria”, de Heitor villa-Lobos. Tal vez para decepciona­r a quienes aguardaban melodías, colores y ritmos urbanos brasileños, la Sinfonía Nº 4 no ofrece regionalis­mos, choros, sambas o modinhas. escrita luego de la finalizaci­ón de la Primera Guerra mundial, la sinfonía, con la única excepción del bellísimo y muy reflexivo tercer movimiento, rebosa más en grandilocu­encias que en meditacion­es, más en cierta exteriorid­ad abundosa que en sutilezas de combinacio­nes instrument­ales originales. La victoria de los aliados, vivida como propia por villa-Lobos y con La marsellesa expuesta sin tapujos en el segundo movimiento, gozó de una muy buena interpreta­ción, grandilocu­ente, apabullant­e y maciza. Tal vez, paradójica­mente, su cuarto movimiento, aquel en el cual deberían haber estallado todos los resplandor­es, fue el más enfático en cuanto a instrument­al pero el menos interesant­e en cuanto a la exposición de algún material musical. Con todo, diemecke y los filarmónic­os concluyero­n a pura espectacul­aridad, con una multitud sobre el escenario extrayendo, como correspond­e, los sonidos más potentes.

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