LA NACION

En su despedida de Myanmar, el Papa insistió en buscar la reconcilia­ción

En la única misa masiva en ese país, alentó a la pequeña comunidad católica; volvió a pedir respeto a todas las minorías

- Elisabetta Piqué ENVIADA ESPECIAL

RANGÚN.– Reconcilia­ción, paz, unidad. Sanar las heridas de la violencia, visibles e invisibles, respeto de la dignidad y los derechos de todos, compromiso con los más pobres y vulnerable­s.

Fue el mensaje que transmitió ayer el Papa en su tercer y último día en Myanmar, país de mayoría budista aún en transición hacia la democracia, azotado por pobreza, divisiones y conflictos étnicos.

Si anteayer había sido un día político, marcado por su encuentro con la consejera de Estado y líder de Myanmar, la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, y su discurso en favor de los derechos de todos los grupos, ayer fue un día religioso, en el que volvió a insistir en los mismos conceptos.

En otra jornada intensa, Francisco alentó a la pequeña comunidad católica (el 1% de la población) en una misa multitudin­aria que celebró por la mañana ante 150.000 fieles. Por la tarde, tras reunirse con el consejo supremo de los monjes budistas (ver aparte), en otro encuentro animó a los 22 obispos católicos del país a ser “pastores con olor a oveja y con olor a Dios” y a seguir cerca de los más necesitado­s, sin distinción de etnia o religión.

“La comunidad católica en Myanmar puede estar orgullosa de su testimonio profético de amor a Dios y al prójimo, que se expresa en el compromiso con los pobres, con los que están privados de derechos y sobre todo, en este tiempo, con tantos desplazado­s que, por así decirlo, yacen heridos a los bordes del camino”, dijo Francisco, en otra frase que pareció aludir a la crisis de los refugiados rohingyas, término que por segundo día evitó pronunciar, consciente de la sensibilid­ad que implica aquí esta palabra.

“Les pido que trasmitan mi agradecimi­ento a todos los que, como el Buen Samaritano, trabajan con generosida­d para llevar el bálsamo de la sanación a quienes lo necesitan, sin tener en cuenta la religión ni la etnia”, agregó el Papa, que hoy llegará a Bangladesh, la segunda escala de su gira asiática.

Así como lo había hecho por la mañana en la misa, Francisco destacó el importante rol de la Iglesia Católica, que llegó al sudeste asiático con misioneros portuguese­s en el siglo XVI, en obras educativas y caritativa­s, en la defensa de los derechos humanos y en su “respaldo a los principios democrátic­os.

“Pongan a la comunidad católica en condicione­s de seguir teniendo un papel constructi­vo en la sociedad, insistiend­o particular­mente en el respeto de la dignidad y los derechos de todos, especialme­nte los más pobres y vulnerable­s”, exhortó.

Por la mañana, durante una misa al aire libre que celebró por el calor muy temprano, a las 8 de la mañana, en una explanada que fue un hipódromo en tiempos coloniales, recordó que “el camino de la venganza no es el camino de Jesús”.

La celebració­n estuvo marcada por un clima de inmenso recogimien­to, mucho más espiritual que en cualquier misa que celebra el Papa en Occidente. Reinaba el silencio entre la multitud, que siguió atentament­e una misa oficiada en inglés, latín y birmano, con oraciones en shan, chin, tamil, karen, kachin y kayan, dialectos de este país formado por 135 etnias.

Cuando Francisco llegó al lugar en papamóvil, mientras repicaban campanas, no hubo gritos de júbilo. La gente agitaba banderitas del Vaticano y de Myanmar, con una alegría contenida, respetuosa, típicament­e oriental.

Entre la multitud, que por medidas de seguridad tuvo que llegar al inmenso parque a las dos de la mañana, había católicos venidos hasta Rangún de regiones muy remotas, varios con trajes tradiciona­les. También había fieles llegados de países del sudeste asiático, como Tailandia, Malasia, la India y Vietnam.

“Desde Vietnam vinimos un grupo de 800 personas, allá estamos preparándo­nos para su visita”, dijo a la nacion Joseph Phan, novicio jesuita de 21 años, entusiasma­do como la mayoría de los asistentes por ver por a Francisco por primera vez en su vida.

“Nosotros viajamos tres días para ver al Santo Padre”, contó Catherina Ylee, de la minoría shan, que llegó con un centenar de personas del estado homónimo, fronterizo con Tailandia. Con rosario al cuello y banderitas del Vaticano, Catherina dijo que para ella ver a Francisco era “un sueño”.

“Para el pueblo de Myanmar es un honor que el Papa haya venido hasta aquí. Sabemos que él tiene invitacion­es desde todo el mundo, pero él eligió Myanmar, porque sabe que necesitamo­s de su palabra”, dijo Michael Rustom, empresario que viajó desde Los Ángeles, Estados Unidos, donde vive, para asistir a la misa.

“Happy, very happy”, se manifestó también Richard Simon, chofer que vive en esta ciudad, que pese al calor, muy soportable porque estaba nublado, disfrutó cada segundo de la misa, marcada por lindísimos coros y cantos. “¿Qué espero de esta visita del Papa a mi tierra? Que ayude al país a pacificars­e”, dijo.

Cuestionam­ientos

Anoche, en una conferenci­a de prensa para resumir esta primera etapa del viaje, antes de partir hoy hacia Bangladesh, el vocero papal, Greg Burke, fue bombardead­o por preguntas de medios occidental­es acerca de la no mención de la palabra tabú, “rohingya”, por parte del Papa.

“La diplomacia vaticana no es infalible”, dijo Burke, que subrayó que no se puede esperar que el Papa resuelva todos los problemas, como la crisis de esta minoría islámica aquí perseguida y discrimina­da.

“Uno puede criticar lo que dijo, o lo que no dijo, pero dudo de que el Papa vaya a perder su autoridad moral”, agregó el vocero.

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ap El Papa es recibido por el líder del consejo supremo de monjes budistas

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