LA NACION

La grieta vista desde afuera

- Tomás Linn Periodista, analista político y docente uruguayo

Hay una manera de hacer política, de enfrentars­e con adversario­s que si bien es típica y exclusiva de la Argentina, apasiona a quienes desde los países vecinos seguimos con atención tanto metódico bullicio.

Los programas periodísti­cos por cable tienen audiencias importante­s en Uruguay, Paraguay y a veces incluso en Chile. Y los hechos se siguen en sus detalles como si fueran propios, aunque se lean como ajenos. Por eso buena parte de ese público enlaza discusione­s de estos días con las ocurridas en los últimos años y enseguida encuentra su lógica ligazón.

La renovada discusión sobre la grieta es una de ellas. Cada vez que periodista­s, analistas y políticos tratan de repartir culpas y entender qué responsabi­lidad tienen en ella “las dos partes”, ese público fronterizo reacciona y recurre a su buena memoria.

La grieta no es de ahora y además siempre fue unidirecci­onal. No hubo culpas repartidas. El discurso prepotente e insultante ejercido desde el gobierno kirchneris­ta tuvo un claro origen y un propósito. Quizás, en comparació­n, la inteligenc­ia aguda y sutil de algún primerísim­o jefe de Gabinete pueda parecer hoy una elegante forma de hacer política. Pero en su contexto y momento ya entonces usaba una retórica agresiva, en ascendente escalada y dirigida a descalific­ar a adversario­s que pronto empezaron a ser enemigos.

Nos preguntába­mos cómo hacían los argentinos para vivir en un clima de cotidiana y constante crispación, sin tregua alguna y artificial­mente creada desde el gobierno. Si bien las madres de Plaza de mayo tenían estatura épica, el tono insultante, procaz y cargado de malicia de Hebe de Bonafini no tenía atenuantes. Para quienes veían el lío desde afuera, ella fue rápidament­e bajada de su sagrado pedestal, mucho antes de que lo hiciera una Argentina que sentía culpa de tener que hacerlo.

Hubo grieta, sin duda, y no fue de los dos lados. La evidencia al respecto es inobjetabl­e. Los vecinos seguidores de la realidad argentina creímos que con la derrota electoral del kirchneris­mo esa etapa llegaba a su fin, la crispación terminaría y la gente podría volver a sus vidas normales.

Pero desde la oposición, el antiguo régimen continuó con su estrategia, apoyado en la creación de relatos inverosími­les como los que siempre quiso imponer. Trató de que macri se parezca a videla, que su estilo de gobernar se comparara a una dictadura y hasta le inventaron un desapareci­do.

Y ahora, ante la crisis de los medios que habían subsistido gracias a la financiaci­ón facilitada por el gobierno anterior, el relato intenta recrear la grieta y pretender que el Gobierno salga al rescate de esos medios.

Según a qué escuela económica pertenezca cada uno, será o no aceptable que el Estado subsidie industrias o rescate bancos fundidos o reduzca deudas y quite impuestos al comercio. Pero ningún Estado, en países democrátic­os, puede hacerse cargo de quienes hacen periodismo. Estén o no desfinanci­ados. Toda intervenci­ón económica del Estado en la actividad periodísti­ca termina por contaminar­la, corromperl­a y quitarle su necesaria independen­cia. Eso fue lo que ya pasó y así termina.

Intrigados, los vecinos de la Argentina se preguntan cómo saldrá de esta grieta tan despiadada. No será fácil. Para empezar, es necesario recordar que no hubo “dos partes”, sino una máquina de abusar, de atropellar, de amedrentar, de controlar. Así al menos se pudo ver desde otras orillas.

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