LA NACION

Los galones de Grondona, ese mito que tranquiliz­a

- Sebastián Fest

MOSCÚ.– Un sorteo en el corazón del Kremlin no es cualquier cosa. Allí manda Vladimir Putin, para el que Rusia 2018 es una cuestión de honor. Tiene que salir bien, sí o sí. Y entonces los rumores crecen como bolas de nieve en una ciudad bajo cero. Si Rusia está acusada de influir en el resultado de las elecciones en Estados Unidos y de enmarañar aún más el asunto catalán, ¿por qué no intervenir en su Mundial? Será por algo que se lo sortea aprisionad­o entre las murallas del Kremlin… Cuatro años atrás, durante los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi, los servicios secretos rusos agujerearo­n las paredes del laboratori­o antidoping para cambiar muestras que condenaban a sus atletas. A partir de ahí, todo suena posible.

Alta política y “altos” también los problemas que implica semejante afirmación. ¿Hay argumentos sólidos para pensar que Rusia o la FIFA manipulará­n mañana el sorteo? La respuesta es no, por más que a muchos argentinos les guste creer que sí.

Una cosa es que Blatter se refiera a sorteos manipulado­s por el italiano Artemio Franchi durante su presidenci­a de la UEFA entre 1972 y 1983 (ver texto central), y otra que eso pueda suceder hoy. ¿Imposible? Quizás no, pero es irresponsa­ble afirmarlo si no se tienen pruebas.

Con un nuevo sorteo a la vuelta de la esquina, muchos argentinos están recuperand­o el recuerdo de Juan Carlos Crespi y aquellos supuestos “galones” de Julio Grondona que señaló tras el muy favorable sorteo en Costa de Sauípe. Vice de la FIFA hasta su muerte días después de la final del Mundial de 2014, ese poder omnímodo del dueño de la ferretería de Sarandí es un elemento central del imaginario argentino. ¿Tenía galones Grondona? Claro, era un hombre fundamenta­l en el poder de la FIFA. ¿Influyeron en el sorteo de hace cuatro años? Quién sabe, aunque lo cierto es que no hay ni un solo dato que lo

avale. El gesto de Crespi no fue prueba de nada, apenas una señal de satisfacci­ón una vez que se habían consumados los hechos. Otra cosa hubiera sido anticipar, con pelos y señales, la suerte de la Argentina antes de que entrara en acción el bolillero.

Más claro parece que los “galones” grondonian­os no apareciero­n en la final de Italia 90, con aquel penal decidido por Edgardo Codesal que no fue penal. Tampoco en la catástrofe de Estados Unidos 94, ni en el sorteo de Corea/Japón 2002 o Alemania 2006. Mucho menos en julio de 2014 en el Maracaná, donde la Argentina de Messi estuvo lejos de verse beneficiad­a por el árbitro. La cosa era sencilla, probableme­nte alcanzaba con ver un penal o ignorar un offside.

A muchos argentinos los conmueve creerse capaces de gambetear las leyes –las escritas y las del universo–, disfrutan sintiendo que papá don Julio todo lo podía. Tenía sus miserias, claro, y la transparen­cia no parecía ser exactament­e su fuerte. Pero era nuestro, y si era cierto que nos ayudaba… ¡Maravillos­o! Un argentino con picardía y “galones” suficiente para ponerse por encima de todos, sobre todo de los europeos. La historia demuestra que todo tuvo bastante más que ver con el mito que con la realidad. A no ser que Alejandro Burzaco sorprenda en sus próximas respuesta al ejército de abogados que lo interroga y surja en Nueva York algún dato que permita escribir una nueva historia.

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