A pesar de todo, en un club exclusivo
L a presencia argentina en el G-20 en general, presidir este importante foro internacional desde ayer y ser anfitrión de la cumbre de mandatarios probablemente en octubre de 2018 son factores potenciadores de la estrategia de reinserción de la Argentina en el sistema internacional que encara el presidente Mauricio Macri.
Una plena continuidad de la visita de Barack Obama en 2016, así como reuniones bilaterales de Macri con sus pares chino, alemán, brasileño, japonés, español, etc. Más aún debemos valorar esta participación argentina luego de que en la década pasada hubo versiones más que fuertes del interés de ciertos países de sacarle ese asiento al nuestro.
La mirada estratégica de largo plazo de Washington al parecer fue determinante para evitar esas movidas. De acá a octubre, la Argentina estará en la agenda internacional comenzando por las reuniones preparatorias este mes en Bariloche y otras luego del verano. Es importante la decisión gubernamental de no autolimitarse en usar esa hermosa parte del territorio nacional para albergar delegaciones de negociadores de dos decenas de países, pese a la violencia que se ha registrado en el área. El principio de monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado y el imperio de la ley y la Constitución son principios fundamentales para cualquier país que pretenda niveles aceptables de estabilidad política, económica y proyección internacional.
Desde ya, durante la cumbre habrá agitación y manifestaciones de actores locales e internacionales que convergerán con agendas diversas, desde el anarquismo, socialismos varios, antiglobalizadores, movimientos sociales y políticos nacionales contrarios al Gobierno que buscarán empañar el evento con el patológico cuanto peor mejor. Pero las fuerzas de seguridad y policiales tienen la capacidad de encauzar y reducir su impacto y poder de disrupción. Siempre y cuando cuenten con un liderazgo político con ideas firmes y claras. La dupla Macri-Bullrich, todo indica, está en esa misma sintonía. Los hechos de los últimos meses en Chubut y otras zonas han puesto nuevamente al Estado como el actor garante de la ley y no la sombra sospechosa, siempre culpable y oscura.
Hay un largo camino que recorrer y la magnitud de la Cumbre del G-20 nos obligará a reflexionar aún más sobre estos temas y operar para resolverlos. Nuestros dirigentes políticos, tanto en el Gobierno como en los sectores de la oposición responsable y con sentido del deber y patriotismo, se podrán preguntar cuántos de los países del G-20 carecen de capacidades de defensa operativas creíbles, cuántos conviven con lógicas en donde parece ser normal que civiles armados o en rebeldía con la ley le exigen a las fuerzas del orden entregar sus armas y ser revisados, cuántos consideran normal la violación sistemática de la libre circulación, en cuántos se debate si tiene sentido o no tener Fuerzas Armadas, cuántos tienen 0,8% de presupuesto para defensa, en cuántos de esos Estados hay grupos que deciden decretar la existencia de tierras sagradas (mientras al mismo tiempo se violentan iglesias cristianas) a las cuales los representantes de la ley no pueden entrar sin pedir permiso, etc.
Es interesante ver también cómo grupos de izquierda que uno creía partidarios de la premisa marxista de la religión opio de los pueblos se han transformado en firmes defensores de esos espacios sacros de los actores que desafían al Estado y sus instituciones. El actual gobierno tiene el titánico desafío de ir cambiando estos y tantos otros temas en donde la Argentina está tan alejada de ciertas lógicas básicas de los países más poderosos y exitosos del sistema internacional. Que las próximas cumbres del G-20 nos muestren como un país más normal y merecedor de estar en ese selecto club.