La revolución de un hombre solo
V iajar, incluso a la carrera y con obligaciones laborales, siempre es un privilegio que permite aprender, sorprenderse con soluciones a problemas que en nuestro medio se nos hacen irresolubles y asomarse a otras formas de concebir la realidad social. La semana última, gracias a compromisos profesionales y en apenas unos días, pude admirar la eficiencia de los trenes de alta velocidad españoles y las notables bondades de la educación pública francesa, en cuyas escuelas (gratuitas) los chicos permanecen entre las ocho y media de la mañana, y las cuatro y media de la tarde, y reciben un almuerzo que el documentalista norteamericano Michael Moore consideró “digno de un restaurante cuatro estrellas”. Deslumbra constatar que en cada sala del Museo Picasso de París haya grupos de escolares entablando con su maestra un diálogo “artístico” acerca de este gigante del arte del siglo XX.
Pero lo más conmocionante llegó al final, cuando durante el vuelo de regreso vi el documental Menstrual
Man, sobre la epopeya del inventor indio Arunachalam Muruganantham, un hombre surgido de la pobreza que debió dejar la escuela al morir su padre, cuando era apenas
un chico, pero que hace algo más de una década decidió atacar un gravísimo problema de salud pública y al hacerlo desató una revolución.
Como analiza en profundidad la investigadora del Conicet Eugenia Tarzibachi en Cosas de mujeres.
Menstruación, género y poder (Penguin Ramdom House, 2017), el cuerpo femenino y, en particular, sus ciclos menstruales tienen complejas connotaciones sociales y culturales. En la India se calcula que el 70% de las enfermedades reproductivas tienen su origen en la falta de higiene menstrual y en infecciones derivadas de la imposibilidad de acceder a toallas higiénicas industriales. Allí y en otros países con similares niveles de pobreza, este rasgo de la fisiología femenina está cubierto por un tabú vergonzante. Cuando durante un visita a un colegio se intenta tocar el tema, las niñas lloran, no pueden contener una risa nerviosa y bajan la mirada.
Nacido en una ciudad del sur de su país, Coimbatore, en 1998, el hoy célebre innovador acababa de casarse y quiso ayudar a su esposa, Shanthi, a su madre y a otras mujeres que vivían con menos de un dólar por día haciendo apósitos más accesibles. A lo largo del camino, no solo logró fabricarlos con pulpa de madera, sino que diseñó una máquina que podía ser operada con un entrenamiento mínimo. Pero fue más allá, se la proporcionó a mujeres de los pueblos rurales, que por primera vez fueron capaces de ganarse un sustento y tomar decisiones independientes de sus padres y maridos.
Por sus innovaciones, Muruganantham casi perdió a su familia y su comunidad lo condenó al ostracismo por considerarlo “pervertido”. Sin embargo, siguió adelante. En 2014 fue elegido por la revista Time como una de las 100 personalidades más relevantes del año junto a personajes como Barack Obama, Serena Williams, Ronaldo, Xi Jinping, Jeff Bezos, Malala, Putin y Jack Ma, creador del gigante chino Alibaba, la plataforma de comercio
online que si fuera un país equivaldría a la economía número 21.
Pero, a diferencia de este último, Muruganantham vive en una casa modesta. Las máquinas importadas cuestan más de 500.000 dólares; las que él ofrece, 950. Tiene la ambición de que generen empleo para más de un millón de mujeres y se utilicen en más de 100 países. Y hasta se permite hacer una crítica a la forma actual de hacer negocios.
“Por suerte soy casi iletrado –ironiza ante la cámara–. Si hubiera recibido educación, mi mente solo estaría fija en un concepto: correr tras el dinero. Ese es el problema actual. Es codicia, codicia y codicia. No estoy en contra de la riqueza o de la acumulación de dinero [pero en lugar de chupar la sangre como el mosquito], yo actúo como la mariposa. Extraigo la miel de la flor sin dañarla”.
Por sus innovaciones, Muruganantham casi perdió a su familia y su comunidad lo condenó al ostracismo